
Enjambre.- Conjunto de abejas con una reina que salen juntas de una colmena para formar otra
Ya salió el peine. En este espacio advertimos desde hace tiempo que grupos proclives a la demagogia electorera, ajenos a la comunidad universitaria, intentan secuestrar la autonomía de la UAEMéx. ¿El propósito? Apoderarse del presupuesto y utilizarlo como caja chica de su colmena (término apiario acorde con el de “enjambre“), y ponerlo al servicio de la transformación que vive su “segundo piso” en México.
No es exagerado afirmar que este asalto a la autonomía universitaria se inscribe en una estrategia más amplia: la refundación educativa del país, una suerte de revolución cultural al estilo Mao Tse Tung, diseñada para garantizar consensos en la superestructura ideológica, porque saben perfectamente que sin esos consensos, la estructura económica de su proyecto puede ser derrotada en las urnas tan pronto como quede en evidencia su inviabilidad histórica. La batalla ideológica es, pues, indispensable para sostener el tinglado.
La trampa quedó expuesta cuando el Enjambre Estudiantil Unificado (EEU) revela su intención de imponer su mayoría —dos a uno— sobre los otros dos sectores de la universidad: el académico y el de los trabajadores. Ahora resulta que esta horda estudiantil (preferimos ese sinónimo de enjambre para no exhibirlos confesando cuál de las cinco “abejas reina” sobrevivientes estaría llamada a fundar una nueva colmena) pretende llevar mano en las decisiones sustantivas. De ser destinatarios del servicio educativo, ahora sus apicultores anónimos quieren convertirlos en garantes —o, mejor dicho, en simples instrumentos— de una simulación de calidad académica que en realidad sería la antesala de una calamidad pedagógica.
El asunto no es menor. Existen decenas de modelos educativos legítimos y reconocidos que pueden aplicarse en cualquier nivel, desde el básico hasta el universitario, sustentados en criterios pedagógicos sólidos. Pero intentar disfrazar esta maniobra política con jerga filosófica mal entendida —invocando a la ligera conceptos como deontología o epistemología— es un insulto a la inteligencia. La deontología se refiere a la ética profesional en disciplinas específicas, no a la definición de planes de estudio; y la epistemología es un debate filosófico sobre los mecanismos de apropiación del conocimiento entre el sujeto y el objeto de estudio, no un asunto de asambleas estudiantiles decidiendo por mayoría qué carreras ofrecerá la universidad o quién debería encabezar la Rectoría.
Si de modelos se trata, una universidad que entregue a los estudiantes la mayoría decisoria sobre sus funciones sustantivas podría llamarse, sin rubor alguno, Montessori, en honor a la pedagoga que propuso el aprendizaje a través de la actividad autodirigida. En el modelo Montessori, los alumnos eligen creativamente su aprendizaje, mientras el maestro y el aula solo ofrecen orientación. Y si queremos rizar el rizo, podríamos hablar del modelo Summerhill de A. S. Neill, donde los estudiantes tienen libertad absoluta para asistir o no a clase. Ese modelo genera personalidades creativas, críticas e independientes, sí, pero absolutamente incompatibles con cualquier sistema de certificación curricular formal en una sociedad escolarizada (Iván Illich) dentro de un sistema capitalista donde la escuela constituye el aparato ideológico dominante (Louis Althusser dixit).
El problema es que lo que aquí se pretende no es una verdadera revolución pedagógica ni un debate educativo serio, sino una maniobra oportunista para subordinar la universidad a un proyecto político. Se busca arrasar con los equilibrios académicos y laborales en nombre de una “conciencia social” fabricada a la medida, como si formar profesionistas críticos y competentes fuese, en sí mismo, un acto conservador o reaccionario.
La narrativa oficial nos quiere vender la idea de que las universidades públicas se volvieron “conservadoras” por culpa del neoliberalismo, y que ahora deben ser reconducidas hacia un modelo que privilegie el adoctrinamiento colectivo (típico del socialismo) por encima del desarrollo individual (como motor eficaz del modelo capitalista). No es una propuesta pedagógica, es una operación política disfrazada de reforma educativa.
Y lo sabemos bien: cuando estos grupos deciden imponer algo, lo imponen no por consenso, sino por asalto.