Trump quiere anexarnos a los Estados Unidos. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Los estados fronterizos entre México y EU constituyen la cuarta economía mundial: Claudia Sheinbaum
En su mejor estilo de vendedor de tiempos compartidos, Donald Trump –el Presidente Ku Klux Klan–, sugirió que si Estados Unidos “subsidia” a Canadá y México con cifras de ciencia ficción –“100 mil millones y 300 mil millones de dólares al año, respectivamente”– entonces estos países deberían agradecer la generosidad convirtiéndose en los estados 51 y 52 de la Unión Americana. Porque, claro, ¿qué mejor manera de gestionar la geopolítica que con lógica de supermercado?
En una entrevista con NBC, el magnate explicó su brillante idea: si no se convierten en estados, ambos países deberían pagar aranceles al 100%. Y no solo eso, también les recordó frenar el tráfico de fentanilo y la migración irregular, como si el punto no hubiese sido tratado ya en conversaciones “maravillosas” con Claudia Sheinbaum y Justin Trudeau.
Con su propuesta neocolonialista, Trump continúa perfeccionando su estrategia de “negociación” basada en amenazas y fantasías económicas, porque ¿quién necesita diplomacia cuando puedes imponer tarifas y pedir anexiones territoriales en horario estelar?
Por su parte, la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, declaró ¿en abono inconsciente a la intención irredentista de Trump? que los estados fronterizos del sur de Estados Unidos, así como los del norte del territorio mexicano equivalen a la cuarta economía de todo el mundo si son tomados como una unidad.
Doña Claudia sigue desgraciadamente entrampada en un callejón sin salida en el que la dejó su antecesor en el cargo, pues de nada sirve que el superhéroe García Harfuch decomise más de una tonelada de fentanilo –como respuesta inmediata, obediente, a los desafíos trumpistas– si los narcotraficantes quedan nuevamente impunes y con la posibilidad de seguir trabajando gracias a la absurda política de los abrazos y no balazos. De nada sirve que dialogue (ya sea en Inglés o en Español que, para el caso da igual) con el supremacista blanco más poderoso del mundo, si luego cada uno refiere interpretaciones a la prensa no solamente distintas, sino completamente contrarias entre sí.
No se puede esperar nada de un diálogo racional con un individuo irracional como Trump, a quien le importan un soberano cacahuate los derechos humanos, la diplomacia, la justicia social, e incluso la democracia misma; un delincuente procesado como lo calificaba Kamala Harris, porque sus motivaciones profundas, arraigadas en sus odios racistas, le impiden construir nada positivo fuera de sus intereses personalísimos, profiriendo mentiras al por mayor que muchos millones de seguidores frustrados por la vida y el amor se tragan completitas. Igualito que en la Alemania nazi.
Trump es un fascista clásico y mientras más tiempo tarden Sheinbaum, Trudeau y el resto del mundo en ubicarlo en su verdadera dimensión, más peligroso se volverá para la paz y prosperidad del mundo.
El fascismo constituye la faceta superior, mórbida y patológica del populismo.
El populista clásico se preocupa genuinamente por las carencias que sufre la mayoría de la gente y brega políticamente para mitigar esas carencias.
Ahora bien, hay populistas de izquierda y de derecha. El populista de derecha busca la justicia social (“el bien común” le dicen) pero preservando básicamente el mismo paradigma socioeconómico que dio origen a esa desigualdad social que dicen combatir. Así que sus cánones de acción derivan generalmente en el asistencialismo y la preservación del statu quo.
El populista de la verdadera izquierda trata de revolucionar el sistema socioeconómico (capitalismo financiero) que da origen a la desigualdad social y dependiendo de que tan profunda sea su intención de cambio estructural y radical, podría ser reconocido como un auténtico revolucionario.
Hay muchos populismos de derecha que se dicen de “Izquierda”, y profieren encendidos discursos sobre su amor al pueblo, pero dejan intocado el sistema económico que lo asfixia y explota, dando concesiones asistenciales típicas del populismo de derecha.
El fascismo es la fase superior del populismo, cuando un líder carismático es capaz de apelar a las frustraciones más profundas de la gente, prometiendo soluciones totalmente fuera de la realidad para cualquiera que se ubique en el ámbito racional e informado, pero que apasionan hasta el grado del fanatismo a masas desorientadas, ignorantes y ávidas de salvación.
Para un análisis de fondo de las motivaciones psicológicas que llevan a las masas a someterse a la dictadura de un líder fascista, recomiendo la lectura de “Psicología de Masas del Fascismo” de Wilhelm Reich, el discípulo maldito de Sigmund Freud, plagiado descaradamente por Erich Fromm en “El Miedo a la Libertad“.