La hipocresía de Ricardo Anaya

https://youtu.be/x0QFC4j14FY

En su columna de SDP Noticias, Federico Arreola reconoce que El Amasiato Peña-Calderón sigue vigente y está más que cantado en el tuit reciente de José Antonio Meade “tan elogioso de la candidata independiente”:

“Bienvenida al debate, @Mzavalagc. En honor a la verdad, jamás he dudado de que tú y tu familia viven de acuerdo con su ingreso bien habido. Lamentablemente, no veo lo mismo en el caso de @lopezobrador_ y @RicardoAnayaC.”

Pero Arreola interpreta mal el famoso libro de Álvaro Delgado (“El Amasiato“) porque atribuye al candidato del PRI haber fungido como “el enlace más importante entre el gobierno panista y la campaña priista, algo que se le facilitaba porque Meade era —sigue siendo— un amigo muy cercano de Luis Videgaray, hombre fuerte del peñismo”.

En realidad, lo que Delgado apunta en su libro es que Juan Camilo Mouriño, el hombre fuerte del calderonismo hasta su trágica muerte a finales del 2008, entabló contacto directo con Peña Nieto desde el 2006, a través del prianista mexiquense Ulises Ramírez -luego su coordinador de asesores en la Secretaría de Gobernación-, y que se acordó entonces, en un hotel de la Ciudad de México, una transferencia importante de votos del Estado de México hacia la campaña de Calderón, quien ganó por una nariz a López Obador.

Así empieza una especie de concubinato prianista entre Peña y Calderón que se continúa con el sacrificio de Josefina Vázquez Mota en el 2012 -para hacer ganar a Peña– y que, presumiblemente, culminará con el respectivo sacrificio de Margarita Zavala ahora, en favor de Meade.

Meade podrá ser el beneficiario de la versión reloaded del amasiato Peña-Calderón, una especie de hijo “natural”, por no decir bastardo, pero no fue su operador original, ni el más importante.

No se requiere ser un genio para advertir que Margarita Zavala fue impuesta en la pelea por el oficialismo prianista -en complicidad con un INE francamente desvergonzado- con el inequívoco y evidentísimo fin de restarle votos a Anaya, el autor de la ruptura de ese exitoso amasiato, al apoderarse de la dirigencia panista contra viento y marea.

El odio que Peña y Calderón le guardan a Anaya -por haber roto su redituable alianza ya nada secreta- los lleva a desatar toda la furia del sistema contra él, usando a las instituciones de la República en forma descarada y abierta -como lo han hecho con la PGR– sin reparar en que invariablemente terminan favoreciendo a su otro odiado enemigo, Andrés Manuel López Obrador, quien se afirma en la cúspide de las encuestas.

La intención reflejada con descaro por medios televisivos hegemónicos que se desviven en elogios para Margarita, es que Meade pueda remontar al segundo lugar y que la “independiente” decline -en el ocaso de la contienda electoral- en favor de Meade, como corolario de su misógina “josefinización”, perpetrada desde el Club de Tobi de Los Pinos. Más pronto que tarde podría ser premiada con mil millones de pesos y una senaduría pluri.

Por lo que toca a Anaya, hay que reconocerle su gallardía para haber enfrentado y vencido a los concubinos del prianismo, pero sus fanfarronerías sobre una amplia alianza donde todos caben para superar diferencias ideológicas y lograr acuerdos para gobernar en beneficio del país, se derrumban estrepitosamente con unas simples preguntas:

¿Por qué aliarse con los Chuchos -que han sido más bien cómplices del amasiato prianista- y no con Andrés Manuel López Obrador?

¿Por qué no declina Anaya en favor de quien él mismo reconoce encabeza la posibilidad de un cambio en el país y se suma a ese esfuerzo -para inyectarle la dosis de “modernidad” que dice le falta- cuando el propio López ha mantenido las puertas abiertas para todos?

¿Por qué se empeña en jugar el papel de Juanito del prianismo que protagonizó su comparsa musical Juan Zepeda en el Estado de México?

¿Cómo siendo tan joven e inteligente puede acumular tal dosis de hipocresía?