martes, junio 17

Con la nueva Tremenda Corte, el poder de Morena será total. Al Grano. Por Jesús López Segura

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Esperemos que, como en El Hombre Araña, ese gran poder conlleve una gran responsabilidad

¿Qué les pasa? Trece millones de acarrea… perdón, de personas, son muchísimas. Esa cifra duplica el número de votantes que obtuvieron tanto el PRI como el PAN en la pasada elección presidencial, y multiplica por miles la cantidad de senadores. Entiendo que estén muy enojados, pero lo cierto es que nuestra operación acordeón fue un éxito democrático rotundo.

Además, contaremos con una legitimidad reforzada: la presidencia de la ahora sí Tremenda Corte estará encabezada por un jurista de primera, defensor de los pueblos indígenas, nada menos que un ex asesor del EZLN. Un Benito Juárez reciclado. Ahí nomás, para quienes juraban que una burra como Lenia Batres nos iba a desprestigiar y hacer quedar en ridículo ante la comunidad internacional.

Ese es, más o menos, el tono del discurso —ligeramente matizado para darle el color que merece— que se articula desde las alturas morenistas para arremeter contra quienes cuestionamos esta elección bajo el argumento —insostenible para la señora presidenta Sheinbaum— de que una abstención cercana al 90% no puede considerarse, desde ningún ángulo serio, y mucho menos desde una perspectiva genuinamente democrática, como un “éxito electoral”.

Todo depende, claro, del concepto que se tenga de democracia. Si se la concibe como la mera expresión mayoritaria manifestada no en el devenir continuo de la vida colectiva, sino en el acto puntual del voto, entonces poco importa si la decisión emitida en las urnas favorece o no los intereses reales de esa misma mayoría.

Habría que explicarle a la señora presidenta, con todo respeto, que en una democracia representativa como la nuestra, el voto de senadoras y senadores representa formalmente al 100% del padrón electoral. Y digo “formalmente” porque todos sabemos que, en la práctica, las y los legisladores —sobre todo los de Morena— definen su voto de forma incuestionable según la voluntad del líder de la manada, que casi siempre es el presidente en turno. Aunque en tiempos de maximato, esa voluntad todopoderosa puede no residir en Palacio Nacional, como parece ser el caso actual.

Si entendemos la democracia como una forma de gobierno orientada, de forma inequívoca, a la toma de decisiones que beneficien los intereses genuinos de las mayorías, entonces nos enfrentamos al reto de determinar con precisión —y sin margen de duda— qué instancias definirán esos intereses verdaderamente mayoritarios. Para ilustrar el punto con ejemplos extremos, nadie podría afirmar que el pueblo bueno y sabio que votó mayoritariamente por Hitler o por Donald Trump, era muy consciente de que estaba perjudicándose a sí mismo. Por falta de espacio omito mencionar multitud de ejemplos no extremos en los que las muy respetables mayorías se han disparado en el pie.

Es justo en este punto donde hombres —y, hay que decirlo, mujeres— de talla política diminuta se las ingenian con gran creatividad para disfrazar sus propios intereses (y los de sus grupos) como si fueran anhelos populares.

Y así llegamos a la inevitable conclusión: por mucho que los señores y señoras de Morena estén convencidos de que aman al pueblo por encima de cualquier interés de grupo o partido —y con ese amor pretendan justificar prácticas de acarreo, uso de recursos públicos, operaciones tamal relouded y demás lindezas antidemocráticas que le aprendieron al PRI—, no nos convencerán de la bondad de sus acciones. Y eso no significa, de ninguna manera, que seamos nostálgicos conservadores del viejo PRIAN, cuyas mañas han sido no solo recicladas, sino perfeccionadas a niveles sorprendentes por quienes hoy se dicen diferentes.

¡Sí, doña Claudia! Su movimiento —o, mejor dicho, el que aún encabeza don Andrés a través de su hijo Andy y su pandilla— ya concentra el poder absoluto en México. Desde el Congreso pueden aprobar —gracias a su artificiosa mayoría calificada— cualquier ley que se les ocurra. No hay poder humano que los detenga, porque la Corte, único contrapeso que resistió a don Andrés, ya está bajo control. No con mayoría calificada, sino total.

Solo espero, de todo corazón, que —como en la historia del Hombre Araña (o mejor, en la novela El beso de la mujer araña, de Manuel Puig)— ese gran poder conlleve también una gran responsabilidad.

La excepcional doctora en Derecho, Catalina Pérez Noriega, concluye hoy en su columna de El Universal:

“El domingo se constató lo que muchas hemos señalado desde la aprobación de la reforma: que el objetivo no era legitimar al Poder Judicial o democratizarlo, sino partidizarlo, cooptarlo, debilitar su autonomía e independencia. En eso sí fue un éxito. Fuimos testigos de una simulación electoral, del derroche de recursos públicos y capital humano para llevar a cabo el asalto al Poder Judicial. Hay que decir las cosas como son, porque en éste —como en cualquier proceso de concentración de poder— la primera baja es la verdad”.

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