Se desmorona rápidamente la alianza conservadora en el Estado de México
A un día de que el “Grupo Beltrones” defenestró a “Chong”, se revive el caso Colosio
LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Quienes en su momento le dimos seguimiento al caso Colosio, recordamos que la prensa insinuaba continuamente que el Aburto preso no era el mismo que el Aburto detenido en el lugar de los hechos, y se decía que Manlio Fabio Beltrones había sido enviado por Carlos Salinas para sustituir al asesino verdadero con un personaje más joven -ni siquiera muy parecido- medio ido o alucinado probablemente con drogas, y más que dispuesto a inculparse por alguna razón todavía no explicada.
La rebelión de senadores priistas contra el ex secretario de Gobernación de Peña –“Chong” como le dice ahora AMLO mientras jura, entre risitas maliciosas, que él no tuvo nada que ver con esa asonada legislativa–, coincide con las amenazas de reabrir el caso Colosio, pero también con la entrevista que el abogado de Emilio Lozoya concede a Alejandro Domínguez, de Milenio, en la que plantea que a su cliente se le queman las habas para emprender la reparación del daño, y delatar e incriminar a sus antiguos camaradas del peñismo depredador.
Por mucho que don Andrés critique a quienes en Estados Unidos usan asuntos de naturaleza judicial para presionar políticamente a Donald Trump, no cabe ya la menor duda de que los casos Lozoya y Colosio son administrados por Gertz Manero para garantizar la entrega de la plaza en el Estado de México, a cambio de impunidad, de Coahuila, y de una que otra embajada VIP, aunque a la enjundiosa Ale del Moral no le haya caído aún el veinte y siga esperando que don Alfredo del Mazo baje de su nube color de rosa para impulsarla.
Una cosa es guardar una sana distancia respecto de su partido, como llamaba Zedillo a su respaldo tácito a la candidatura de Vicente Fox, y otra muy distinta es abandonar por completo a quien impusiste con un nada discreto dedazo.
En política no hay coincidencias accidentales, todos son eventos encaminados por fuerzas que llevan -como en las leyes de la Física- una dirección y un sentido.
La amenaza con desatar el caso Lozoya hiere directamente al “licenciado Peña Nieto“, como le dice AMLO “con toda consideración y respeto”, a quien le antecedió en el cargo y con quien está muy agradecido por no haber escuchado el canto de las sirenas del fraude, pero no tanto como para soportar que, por segunda vez, le hagan de chivo los tamales a su, esa sí, apreciadísima delfina mexiquense.
Paralelamente, la advertencia de reapertura del caso Colosio lleva como destinatario a Carlos Salinas de Gortari, “El Chupacabras“, “El Innombrable“, el todavía jefe real y único de la nomenklatura priista, quien sin duda ha estado al tanto, desde el viejo continente, del desempeño de la campaña en el Estado de México, donde se fragua la posibilidad de extinción casi completa del prianismo y, al mismo tiempo, una parte del Grupo Atlacomulco negocia con Marcelo Ebrard la consolidación de Movimiento Ciudadano como el adversario moderado de Morena, a fin de instaurar un nuevo ejercicio de bipartidismo en México, como el que burdamente se intentó al abrirle la puerta a Vicente Fox en lo que llamaron la frustrada “transición democrática”.
Las especulaciones de López Obrador sobre la sucesión del general Lázaro Cárdenas, cuando optó por Ávila Camacho y dejó fuera al general Múgica –“quien mejor hubiera dado continuidad a su radicalismo revolucionario”–, refleja el conflicto interno de un mandatario que intuye que la inercia brutal del neoliberalismo -impulsada por Estados Unidos– puede generar una regresión -como ha ocurrido en varias experiencias de la izquierda latinoamericana- una vez que AMLO abandone el poder y deje de pastorear cotidianamente a sus huestes de seguidores incondicionales y fanáticos, en las que él mismo ha reconocido sustenta su línea de flotación, aparte, desde luego, de su costosísima (en varios sentidos) e incongruente fortificación militar.
Claudia no garantiza absolutamente nada, ni la capacidad de controlar a las huestes fanáticas del obradorismo con despliegues cotidianos de mesianismo retórico que chocan con una terca realidad que los desmiente a diario -si tal capacidad existiera no hubiera perdido la mitad de las alcaldías de la capital- ni la posibilidad de garantizar la lealtad de fuerzas armadas que seguirán exigiendo cada vez más y más concesiones millonarias.
De ahí la embestida inmisericorde de don Andrés contra el PAN, con el pretexto del juicio a García Luna, y sus arreglos inconfesables con Alito para sentar las bases de un primoroso bipartidismo en el que toda el ala conservadora, no radical, se alineará con MC (abanderando a Marcelo), mientras los nacionalistas revolucionarios del viejo PRI y los izquierdistas moderados, con Morena, dejando a los radicales la derecha e izquierda subsistir -como en los tiempos de la dictadura perfecta- en los minipartidos: PRI, PAN, PVEM, y otros que se aliarán en las elecciones con quien mejor garantice la sobrevivencia de su registro.
Miguel de la Madrid y Carlos Salinas negociaron con los gringos -como requisito para la firma del TLC– instaurar un bipartidismo de derecha en México, al estilo de los demócratas y republicanos. Por eso abrieron las puertas de las televisoras a las ocurrencias de Vicente Fox y nos hicieron creer en la farsa de la “transición democrática”.
Más tarde, conforme a lo planeado, fueron las propias televisoras las que construyeron el regreso del PRI con su producto de mercadotecnia telenovelera, Enrique Peña Nieto, quien seguirá gozando de impunidad total, junto con el presunto autor intelectual del asesinato de Luis Donaldo Colosio, en la medidas en que Alfredo del Mazo III, “El Ausente” como le dice Loret, siga saboteando la campaña de Ale del Moral, a través de los personeros del peñismo más corrupto, y de encargados de prensa de la campaña que no rebuznan porque no agarran la tonada.