viernes, junio 13

Narcoterrorismo a plena luz del día y el Estado de rodillas. AL GRANO. Por Jesús López Segura

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Durante 4 horas, el CJNG paralizó 30 municipios en Michoacán, Guanajuato y Jalisco

“Vamos a tener fiesta”, dicen los sicarios. Y la tienen. Durante cuatro horas, el Cartel Jalisco Nueva Generación paralizó 30 municipios en Michoacán, Guanajuato y Jalisco con una coordinación bélica que ya no cabe en la categoría de crimen organizado, sino de guerra abierta. Camiones ardiendo, balaceras en carreteras federales, ciudadanos aterrorizados replegados en sus casas y, como siempre, la respuesta del Estado fue la ausencia. Dos policías muertos, cero detenidos, y el cinismo de las autoridades llamando a esto “un conflicto entre grupos delictivos”.

Mientras el país se desangra, el gobierno federal —con Claudia Sheinbaum al frente y su zar de seguridad, Omar García Harfuch, en silencio hasta el día siguiente— se limita a repetir el mantra de la incompetencia: “no hay nada que ver, son narcos peleando por la plaza”. Como si eso justificara que el CJNG pueda desplegar una ofensiva sincronizada en tres Estados sin que una sola patrulla se lo impida. Como si hablar de “conflictos entre cárteles” ocultara el hecho de que el crimen ha sustituido al Estado en vastas regiones del país. Simple narcoterrorismo.

Los audios que circulaban por WhatsApp advertían con desesperación: “dense la vuelta papá, hay una balacera”, “están quemando autobuses, carros, todo”, “no hay autoridad”. Y efectivamente, no la hubo. Como bien dijo el analista David Saucedo: los narcobloqueos no se usan entre cárteles para atacarse, se utilizan para presionar al Estado. Y esta vez, como en el Culiacanazo, todo apunta a que hubo un intento fallido de capturar a un alto mando del CJNG —quizá el Doble R, mano derecha del Mencho— que terminó en una humillante retirada institucional. Otra vez el fuego como mensaje. Otra vez la impunidad como norma.

Los gobiernos estatales, mudos. Los federales, complacientes. Y mientras, el pueblo calla, se encierra, sobrevive. “No tenemos ni la capacidad ni la voluntad de ser mártires”, admite un vecino de Apatzingán, testigo directo del terror que ya no escandaliza porque se ha vuelto rutina. Las calles vacías, el limón sin surtidor, el silencio como estrategia de resistencia. Porque hablar también mata.

Lo que denuncia Raymundo Riva Palacio: el Estado ya no finge

En su columna Estrictamente Personal, Raymundo Riva Palacio no escatima: lo ocurrido el 23 de abril debe quedar marcado como un parteaguas histórico. No solo por la magnitud de la operación criminal —una “Batalla de Stalingrado” a la mexicana— sino por lo que revela: la aceptación oficial de que ya no se gobierna.

Según Riva Palacio, no estamos ante una guerra de cárteles cualquiera. Lo del miércoles fue una operación militar simultánea de cinco organizaciones criminales —CJNG, Sinaloa, Nueva Familia Michoacana, Viagras y Blancos de Troya— con capacidad logística, táctica y armamento que los convierte en ejércitos irregulares. Ya no son bandas con sicarios: son estructuras paramilitares que controlan territorio, imponen ley, cobran impuestos y garantizan seguridad a través del miedo.

La torpeza del gobierno al admitir el tamaño del desastre sin actuar refleja lo inaceptable: ni pueden ni quieren hacerles frente a estos ejércitos del narco. Como dice el columnista, no es ya una cuestión de omisión, sino de rendición política. El gobierno ha asumido un rol de espectador privilegiado de la tragedia nacional. “No hubo detenciones, fue realmente un conflicto entre dos grupos”, dijo Sheinbaum. Como quien narra un partido de fútbol, no una masacre en su propio país.

El verdadero mensaje que dejó la jornada de fuego es que los narcos ya no se esconden. No necesitan hacerlo. Pueden bloquear carreteras, incendiar comercios, asesinar a plena luz del día y aun así no enfrentar consecuencias. El Estado, mientras tanto, mira desde su palco. O peor: lo niega todo.

Porque aceptar la verdad —que México está en guerra y que va perdiendo— sería reconocer su derrota. Y eso, en tiempos de campaña, no conviene.

¿Cómo se gobierna un país cuando los que mandan están en los cerros, no en Palacio Nacional?

 

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