Comentario previo al Informe. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

Más que lealtad a su progenitor político, doña Claudia debería desbordar su lealtad a México
Escribo estas líneas antes de escuchar el primer informe de la primera mujer al frente del Poder Ejecutivo en México. No me hago ilusiones. La escucho a diario en su soliloquio mañanero, y ello no augura nada bueno. Según la prensa, podría presumir el abatimiento de la pobreza y de los índices de asesinatos dolosos. Sabemos que eso no es cierto. El 1% de la población sigue acaparando el 35% de la riqueza nacional, mientras el 10% más pobre apenas se reparte el 2%.
En cuanto a los asesinatos dolosos, todos sabemos que se maquillaron las cifras enmascarándolos bajo el creciente número de desaparecidos. Lo sabemos quienes buscamos la realidad en los datos; lo sabe Sheinbaum y lo saben en todo el mundo, excepto aquellos que desde Morena insisten en engañar al pueblo al que dicen amar.
A diferencia de lo que vaticinan los diarios en general, lo que sí vale la pena destacar de la Presidenta, en mi modesta opinión, es su esfuerzo por mantener un frágil equilibrio entre las exigencias de Donald Trump —que la presiona para que se libre de los narcopolíticos heredados— y las presiones internas de los machos de siempre que la empujan a hacerse de la vista gorda.
Sheinbaum es leal a su progenitor político, y eso podrá ser comprensible, pero debería ser más leal a México. Todavía cuenta con márgenes nada despreciables de popularidad que podría aprovechar para emanciparse. Esos márgenes, sin embargo, se estrecharán irremediablemente con el paso del tiempo, porque la disyuntiva no es programática ni ideológica: O se gobierna en complicidad con los narcotraficantes, o se les encarcela o extradita. No hay soluciones intermedias. Sheinbaum tendrá que tomar el toro por los cuernos tarde o temprano. Esperemos que no sea demasiado tarde, porque el horno no está para bollos y a Trump se le queman las habas para usar las indecisiones de la mandataria como justificación de sus ansias intervencionistas.
En ese sentido, todos deberíamos cerrar filas con la Presidenta para que se deshaga de la herencia maldita del obradorismo: un sexenio que militarizó el país, abrazó a los criminales y levantó obras faraónicas que solo sirvieron para inflar el descomunal ego de un falso héroe nacional y, de paso, conectar y pertrechar su rancho de La Chingada. ¿Alguien todavía lo duda?