jueves, diciembre 18

Pemex, instrumento para el lavado de dinero del Huachicol Fiscal. AL GRANO. Por Jesús López Segura

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“¡Fascista!”: adjetivo peyorativo usado por la izquierda y la derecha para descalificarse mutuamente

Proceso publica una nota titulada “AMLO apoyó con 3 billones de pesos a Pemex… y sigue como la más endeudada: IMEF”. En ella se narra un hecho escandaloso que, como ocurre con casi todas las informaciones relevantes que difunde este medio —probablemente el más objetivo del país—, pasará casi desapercibido para la mayoría de la población. En prácticamente cualquier otra nación, una denuncia de esta magnitud provocaría sismos políticos de consecuencias catastróficas.

“El presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF, Víctor Manuel Herrera—detalla la nota—, señaló que este volumen de recursos no ha servido para revertir la situación financiera de la empresa, la cual sigue siendo la más endeudada del mundo”.

¿Y cuál es la causa que sugiere el presidente del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas para explicar el fenómeno aberrante de que una empresa reciba un apoyo de proporciones bíblicas y aun así permanezca estancada durante años como la petrolera con peores finanzas del planeta, en un sector donde los propietarios suelen figurar entre los hombres más ricos del mundo?

“Porque no se ha atacado el problema de fondo —dice Herrera—: toda la generación de efectivo se pierde en Pemex Refinación”. Añade que las áreas que deberían aportar flujo positivo continúan absorbiendo recursos sin generar rentabilidad suficiente. De acuerdo con el especialista, la petrolera —hoy dirigida por Víctor Rodríguez Padilla— mantiene un capital negativo de 100 mil millones de dólares y adeudos con proveedores por 28 mil millones.

No se necesita ser economista para advertir que estas cuentas apestan. Tiene que haber otra explicación para entender este barril sin fondo en el que Andrés Manuel López Obrador convirtió a Pemex: 100 mil millones de dólares equivale a poco menos de dos billones de pesos. AMLO reconoce haber inyectado a Pemex tres billones. Si no existieran otros factores de saqueo, esa cantidad habría sido más que suficiente para sanear por completo a la paraestatal.

Hasta un economista de medio pelo —y muy mal informado— sabría que el Huachicol Fiscal, ese contrabando fobapróico de hidrocarburos diseñado para generar efectivo en cantidades oceánicas o siderales, ha funcionado durante años como el mecanismo más eficaz para destruir las finanzas de Pemex. Mucho más letal, incluso, que el saqueo sistemático practicado durante décadas por los gobiernos prianistas que ordeñaban a la petrolera para complementar los ingresos públicos.

Se calcula que solo por la exención del IEPS y del IVA, el Huachicol Fiscal ha privado a Pemex de alrededor de 600 mil millones de pesos, es decir, más de medio billón. No existe aún un cálculo preciso de cuánto dejó de percibir Pemex por la venta de gasolina producida en México debido a este esquema, ni se han transparentado las condiciones reales de operación de la refinería adquirida por AMLO en Texas (Deer Park), de donde presumiblemente podría provenir una parte sustancial del gigantesco contrabando de gasolina desde Estados Unidos.

Lo que sí puede afirmarse con alto grado de certeza es que el Huachicol Fiscal no solo constituye el fraude más grande del que se tenga memoria, no ya en México, sino en el mundo. Es, con toda probabilidad, la mayor operación de lavado de dinero jamás realizada desde un gobierno.

La razón de fondo por la que informaciones de esta gravedad pasan prácticamente inadvertidas en México tiene que ver con un concepto sociopsicológico que se ha puesto de moda: el de “fascismo”, usado indiscriminadamente —por radicales de izquierda y de derecha— para descalificar al adversario político y clausurar el pensamiento crítico.

Históricamente, el fascismo adopta múltiples formas, según el lugar y el “momento histórico”, en términos gramscianos. Todas comparten un rasgo común: diversos grados de “populismo carismático” que apela a las frustraciones más profundas de una sociedad para señalar a un hipotético responsable. El macartismo culpó a los comunistas; el nazismo, a los judíos; el racismo, a negros y latinos; el catolicismo medieval, a las mujeres libres —acusadas de brujería, torturadas y asesinadas por millones—; el estalinismo, a los críticos; el trumpismo a lo inmigrantes; el morenismo, a los “neoliberales”.

Las masas seducidas por un líder carismático de corte populista o fascista no entienden razones. Obedecen consignas.

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