Los Pasos de López. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
¿A quién quiere intimidad el Presidente mostrando su músculo callejero?
Ya sabemos que los cálculos matemáticos de Claudia Sheinbaum le fallan a la hora de estimar el número de asistentes a una marcha. En la reciente de los conservadores cordovistas y defensores del INE dijo que fueron entre 10 y 12 mil, emulando el estimado de su jefe de Gobierno, Martí Batres, quien no estudió, como ella, Física en la gloriosa Facultad de Ciencias de la UNAM, sino Derecho en la Universidad Humanitas, lo que digamos que lo exime. Pero que una científica de altos vuelos, con licenciatura en Física y posgrados en el extranjero, cambie de parecer de un día para otro, solo porque su jefe le enmendó la plana y elevó la cifra de los marchistas conservadores de 10 mil a 65 mil, no tiene perdón de Dios.
Aun así, supongamos que, de veras, un millón 200 mil almas colmaron el zócalo de la capital mexicana para aclamar al Presidente, como jura, ahora, doña Claudia. La pregunta es, si los cálculos oficiales estiman que el zócalo capitalino se llena al tope con cien mil acarrea… perdón, manifestantes, entonces tendría que haberse rebasado ese mismo espacio de las fotografías entre 10 y 12 veces, es decir, alrededor de un millón cien mil personas desparramadas en las calles que convergen hacia Palacio Nacional, dependiendo de qué tan apretados entre sí estaban los peregrinos “celebrando la transformación estelar que vive México“.
Claro que tanta gente tuvo que ser transportada en camiones, ni modo que fueran a pie o en burro desde sus lejanos centros de acopio, como dijo por ahí un cuatrotero fiel de esos que no admiten críticas al Presidente, al que consideran infalible, ubicuo y todopoderoso, es decir, ¿semejante a quién?
Los reportes indican que guardias nacionales y soldados fueron reclutados para marchar, vestidos de civil, para engrosar las filas del tumulto y, de pasadita, cuidar al mandatario y sus corcholatas.
Otra pregunta -que ya había formulado en anterior colaboración- es: ¿si ya sabemos por las encuestas, el arrastre incuestionable que tiene don Andrés, para que carajos exponer al pobre Epigmenio Ibarra a un infarto? ¿Para que tirar tanto dinero que hace falta para medicinas y otras cosas verdaderamente importantes, en un evento multitudinario tan pintoresco como inútil?
Y no aseguro que ese dineral hay salido del erario público, aunque me supongo que así fue por todos los reportajes que se publicaron al respecto y que don Andrés y sus huestes consideran mentiras de los conservadores hipócritas, jijos de su tal por cual.
Aunque cada hombre, mujer y niño hubiera costeado su traslado y permanencia en el borlote, de cualquier forma es un derroche bárbaro de recursos que esa gente -en su mayoría pobre- no tiene por qué dilapidar solo para satisfacer el capricho de un dirigente político que ya está, como Epigmenio, bastante grandecito para andar en esos tangos. ¿No cree usted?
Finalmente, me pregunto también si las marchas son el último recurso de ciudadanos desesperados porque el poder los ignora. Ahí donde comisiones como la de Derechos Humanos son convertidas en oficinas de adulación presidencial, la sociedad no tendrían otro remedio que salir a la calle a gritarle al poder que los atienda, como sería su obligación.
En Cuba, por ejemplo, Fidel Castro organizaba marchas esas sí de más de un millón de almas (en un país de 12 millones de habitantes) pero no para inflamar su ego (bastante robusto por cierto), sino para demostrarle a los gringos, con los que tenía un pleito casado a muerte, el músculo de una revolución dispuesta a defenderse de las agresiones de la gran potencia.
Pero este presidente mexicano se lleva de a cuartos con los gringos -y especialmente con el fascista Donald Trump-. Entonces ¿a quién quiere intimidad mostrando su músculo callejero? ¿A los corruptos saqueadores?
¿No sería más fácil mejor poner a un fiscal que haga su chamba?