Desata AMLO linchamiento mediático contra Calderón. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por JLS
Contener el fentanilo y la migración, aparentes acuerdos con Biden para la condena fast track de García Luna y el panismo
Como si supiera de antemano el resultado del juicio contra Genaro García Luna, el presidente López Obrador se mostró obsesionado con que la prensa le diera seguimiento puntual, y hasta instruyó a su vocero para incluir, en el guion de La Mañanera, un resumen diario del escándalo que ahora muchos, con mentalidad bananera difícil de disimular, festejan como si se tratara de un triunfo de la selección mexicana en el campeonato mundial de futbol.
Como nunca en nuestra historia reciente, los Estados Unidos de América juegan un papel decisorio en la política mexicana. Apartando los casos de invasión y del atraco de la mitad de nuestro territorio -compensado ahora con la invasión, en sentido contrario, de decenas de millones de mexicanos que, con sus generosas remesas, mantienen una estabilidad política precaria en el país-, México y extrañamente su presidente actual -reacio por completo a juzgar él mismo a sus antecesores en el cargo-, festinan el resultado del juicio, en la Corte de Brooklyn, que retrata de cuerpo entero la corrupción brutal no de un individuo aislado, sino de un sistema político podrido en su conjunto.
Ahora bien, ante el intento de linchamiento mediático, impulsado desde el púlpito mañanero y complementado por los nuevos intelectuales orgánicos y periodistas maiceados contra el calderonismo, como si el esquema prohibicionista en materia de drogas no persistiera, con su militarización desbocada concomitante, hasta nuestros días, es importante recordar cómo surgió ese paradigma que ha costado la vida de millones de seres humanos, desde las víctimas de drogas duras como la heroína y de la guerra entre narcos (incluidos los narcoburócratas como García Luna), hasta el desarrollo de la droga más terrible de la historia: el fentanilo.
En pleno auge de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, a principios de los setentas, el presidente Richard Nixon decidió imponer el prohibicionismo en materia de drogas, usado como pretexto para reprimir, sin objeciones de la sociedad, a los jóvenes que protestaban por la guerra de Vietnam y que, paralelamente, eran habituales consumidores de marihuana, con la inspiración sincera del amor y paz proclamado por el movimiento contracultural hippie.
Dos décadas después, una de las condiciones que Estados Unidos impuso para la firma del TLC, fue que el PRI desterrara a la corriente nacionalista revolucionaria de sus filas, para instaurar una alternancia externa con el panismo, a fin de lograr un bipartidismo conservador similar al de los demócratas y republicanos.
Desde la fundación del PNR en 1929 y hasta la traición de Miguel de la Madrid en el 88, los autoproclamados “herederos de la Revolución Mexicana” trataron de mantener la estabilidad política del país con una alternancia interna entre las corrientes conservadora y nacionalista (lo que explica la postulación de candidatos tan disímiles como Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán; o Adolfo López Mateos y Gustavo Días Ordaz), y ese objetivo incluyó la tolerancia del narcotráfico, siempre que los cárteles favorecidos por el gobierno aportaran un porcentaje de sus espectaculares ganancias en dólares, y mantuvieran una relativa civilidad en el negocio, a fin de no afectar a la sociedad, pensando en todo momento en la estabilidad política que les permitiera seguir otros 70 años en el poder.
Al arribar Calderón a la Presidencia de la República, con las manos manchadas por el descarado fraude electoral auspiciado por Fox, decidió, por miedo a una rebelión, sacar el ejército a las calles, algo que los fundadores del PNR y el PRI nunca se hubieran atrevido a hacer, porque la razón misma de su existencia como partidos políticos, fue originalmente acotar por completo la participación del Ejército en la política.
Y en su cobardía militarizante, Borolas usó exactamente el mismo pretexto que Richard Nixon 36 años antes, el paradigma prohibicionista en materia de drogas como estrategia para reprimir a la población y mantenerla amenazada con un Estado de Sitio, desalentando así una probable rebelión por el fraude que lo llevó a su mandato espurio.
Pero ese modelo sigue perfectamente vigente en el obradorismo o “cuarta transformación”, con quien se autoproclama como el redentor nacional. El militarismo de López Obrador (aunque no se atavíe con la chamarra verde olivo del “Borolas“) es incluso muchísimo más grave que el de sus predecesores (incluido el del “Licenciado Peña”, a quien AMLO le prodiga toda clase de consideraciones y respeto).
Lejos de legalizar la mariguana, como ha ordenado la Corte y acabar así con la prohibición, el paladín de la lucha anticorrupción nos impuso un fiscal inútil que no ha movido un dedo para atrapar a los verdaderos jefes de “la mafia del poder” como nos prometieron, “como se barren las escaleras”, de arriba hacia abajo. El enemigo mortal de esa “mafia” deleznable ha funcionado en su ejercicio del poder como su más firme aliado, usando su incuestionable influencia popular para desalentar el clamor para que se les juzgue, como se ha hecho en multitud de países menos afectados que México por la violencia criminal auspiciada por la narcopolítica.
Se condena moralmente (porque judicialmente lo tuvieron que hacer los gringos) al ciertamente corruptísimo Genaro García Luna, mientras se apapacha a la mamá del Chapo y se libera en el culiacanazo a sus hijos, prodigando abrazos y no balazos.
Dijo hoy en su Mañanera don Andrés que le da flojera atender las críticas de los personajes con rimbombantes grados académicos. Que prefiere dejarlos que pasen sin escucharlos y trabajar mejor sobre mentes “en blanco”, es decir, sembrar en tablas rasas su mensaje. Así se refiere a sus seguidores. Incluso no hace mucho confesó que no es el amor a los pobres lo que lo mueve, como a menudo alardea, sino que en realidad se trata de una “estrategia política” muy redituable porque son fieles y lo defienden, algo que no puede esperar de académicos y periodistas ingratos.
Se necesita ser muy ingenuo para pensar que Biden no le exigió a López recapturar a Ovidio y poner fin, de una vez por todas, a la exportación de fentanilo, veneno que asesina a cien mil norteamericanos al año.
Otras drogas relativamente inocuas como la marihuana y la cocaína -que se han tolerado tanto como la prostitución, la cual se critica moralmente al tiempo que se permite e incluso se participa en el negocio- no tardan en ser legalizadas en todas partes, lo que dará pie, junto con otras medidas asociadas, a la extinción de la violencia extrema que provocan, como ocurrió con el levantamiento de la prohibición del alcohol, excepto en países con gobiernos conservadores como el de don Andrés, por mucho que se proclame “de izquierda”, quien habla a diario de atacar “las causas de la criminalidad” (atribuyéndosela a los jóvenes) mientras México gana el campeonato mundial de ciudades con el mayor número de asesinatos en el mundo, comenzando con Colima, donde nació, precisamente, el que comenzó con este horror: Miguel de la Madrid Hurtado.
Así, si hay alguna diferencia entre calderonismo y obradorismo, es que este último ha llevado el modelo prohibicionista -y la consecuente militarización del país- a extremos que “Borolas” nunca hubiera soñado.
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