El sueño imposible de la unidad en Morena. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
No creo que Marcelo se conforme con coordinar a diputados o senadores, o con un bonito puesto en el Gabinete
Los anhelos de justicia social, de igualdad de género, de acabar realmente con la corrupción y con la impunidad, así como doblegar a la desbordada delincuencia organizada, “atacando las causas” de ese creciente fenómeno, aparentemente indomable son, entre otros grandes planteamientos, la piedra de toque de la llamada cuarta transformación. Son ideales sobre los que nadie, en su sano juicio, podría disentir.
En donde siempre hay discrepancias es en la forma de alcanzar estos preciados preceptos en la praxis gubernamental.
Don Andrés Manuel López Obrador enarboló esos carísimos principios con un estilo propio tan carismático y creativo, que logró desterrar una dictadura neoliberal que había logrado -mediante el recurso del fraude electoral avalado por el INE– mantenerse en el poder a lo largo de más de 3 décadas de saqueo, entreguismo y genocidio.
Pero en un fenómeno parecido al ocurrido con Vicente Fox en el 2000, en su práctica de gobierno AMLO ha terminado pervirtiendo esos principios y asfixiándolos en un mar de retórica compulsiva, de forma que los presuntos beneficiados (los más pobres) no han podido percatarse y siguen aclamándolo como si fuera un gran héroe nacional.
En su declarada guerra contra la corrupción no se ha atrevido a tocar a los por todos conocidos “jefes de la mafia del poder”, inventándose la estrategia de que “lo suyo no es la venganza” y cubriéndolos con una consulta popular en la que siempre los defendió, como si la aplicación de la ley -que juró cumplir y hacer cumplir- tuviera que someterse a “consultas ciudadanas.”
“El combate a las causas de la delincuencia” que tanto festina verbalmente el mandatario, se traduce en realidad en una galopante militarización de la seguridad pública, lo que deriva -como lo prevén todos los investigadores serios en la materia del mundo entero-, en una incapacidad total de someterla y en daños colaterales terribles que la naturaleza propia de la instrucción castrense genera en agravio de la población inerme.
De la promesa solemne de campaña de devolver a los militares a sus cuarteles, don Andrés terminó obsequiándoles tantas prebendas que no es exagerado afirmar que no son los más pobres los beneficiarios prioritarios de su gobierno, sino los militares.
El Presidente ha resultado, con todo respeto, más mojigato que los “Provida” en temas cruciales de la izquierda real como la legalización del aborto y de algunas drogas.
Son muchísimos los rubros en los que las expectativas creadas constituyen una decepción del obradorismo, y muy destacadamente la violación sistemática de las leyes electorales que se ha desatado en cada elección estatal y ahora se exacerba con el destape de las corcholatas presidenciales
La pretendida ventaja de arrancar con un año de anticipación la carrera presidencial podría resultar contraproducente para el obradorismo porque la inevitable ruptura se dará mucho antes del tiempo legal, es decir, con la posibilidad de convocar a una amplísima coalición antiobradorista que los llamados formalmente “opositores” han sido incapaces, hasta ahora, de organizar.
No se necesita ser un genio del análisis político para saber, con absoluta certeza, que la corcholata triunfadora será no la que se propone el mandatario y que, según sus propias estimaciones y prejuicios, seguiría al pie de la letra sus fallidas enseñanzas, sino aquella que no aceptará el dedazo disfrazado de encuesta, provocando una debacle electoral como la ensayada en Coahuila con un doble propósito: cumplir la promesa de cesión de la plaza y estudiar qué sucede cuando los precandidatos de Morena se confrontan.
En la propia ambición antidemocrática de adelantarse a los tiempos que marca la ley, de manera tan burda que cualquier analista de medio pelo puede ahora darse el lujo de denunciar, está el germen de la superación del obradorismo para dar paso a una opción que no tenga tantas discrepancias entre lo que se dice y lo que se hace, es decir, que supere el gatopardismo típico de su genética priista.
De “el INE no se toca” como consigna de lucha que pudo aglutinar a un buen número de “opositores”, en marchas memorables, pasamos ahora -por los aplastantes ataques y amenazas del Presidente-, a la peor alcahuetería del Instituto en toda su larga historia de simulación democrática.