Las consecuencias de abrazar a criminales. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López S.
La escalada de violencia en todo el país, ¿mensaje de los cárteles a las corcholatas?
Habituados a operar libremente, desplegando su amplia gama de actividades criminales en todo el territorio nacional (con focos púrpura por todos conocidos), al amparo de los “abrazos y no balazos” como política oficial de “seguridad” de un gobierno que, sorprendentemente, renunció a su tarea fundamental de contener con la fuerza legítima del Estado a la delincuencia, para garantizar tranquilidad a los ciudadanos, los cárteles de la droga, la extorsión y el secuestro, parecen estar decididos a enviar mensajes contundentes a las corcholatas presidenciales a fin de que mantengan esa política aberrante durante el próximo sexenio, una vez desatada, con demente anticipación, la carrera por el relevo.
Todos los días estamos presenciando, horrorizados, escenas de una violencia extrema, como la ocurrida ayer en Tlajomulco, Jalisco, donde elementos de la Fiscalía estatal y de la Policía Municipal fueron atacados con artefactos explosivos, causando la muerte de tres elementos, e hiriendo gravemente a otros diez.
“El poderoso cártel que atacó, horas antes, la Central de Abasto de Toluca y calcinó a nueve personas, entre ellas a tres menores de edad, busca el control de la extorsión y el derecho de piso, desplazar la hegemonía de La Familia Michoacana y le dice a Delfina Gómez que con ellos, y no otros, debe negociar”, apunta en su columna de El Financiero, Pablo Hiriart, y agrega:
“Mientras la nación sufre el mayor embate armado de organizaciones criminales, el Presidente ocupa su tiempo en jugar a los tapados, a las corcholatas y a desprestigiar a la posible candidata opositora…
Todos lo vimos: la alcaldesa de Chilpancingo arrancó su trienio sentada con los capos del cártel de Los Ardillos que querían la plaza, en manos de Los Tlacos, y ahora le reclaman su incumplimiento.
Protegieron a un cártel, el de Sinaloa, y el rival, Jalisco Nueva Generación, también reclama trato preferencial. ¿No quieren? Entonces por la fuerza: secuestran a 16 empleados públicos en Chiapas y sientan al gobierno.
Asesinan a periodistas con la mano en la cintura. Mataron al corresponsal de La Jornada en Nayarit, Luis Martín Sánchez, y dos días después la alcaldesa de Tepic pidió licencia al cargo… para incorporarse a la campaña de Claudia Sheinbaum“.
¿A quién abrazas?: ¡a los amigos, a los socios, a los aliados! Felipe Calderón aseguró, en varias ocasiones durante su gobierno, que los priistas pactaban con ciertos cárteles de la droga perseguir a sus competidores, a cambio de una participación en las ganancias -que hizo inmensamente rico a un Presidente de la República -a través del control que ejercía su hermano sobre esa organización o pacto (crimen “organizado” sí, pero con su gobierno).
El negocio que según afirmaba Calderón, hacían los priistas con los criminales, era redondo, porque al perseguir a los enemigos de sus socios, aparentaban que había una lucha frontal contra los delincuentes en general (ampliamente publicitada por las televisoras y radiodifusoras) al mismo tiempo que garantizaban que las actividades protegidas de sus socios delincuentes se llevaran a cabo sin mucho derramamiento de sangre de la sociedad civil, al tiempo que se recaudaban inmensos recursos para, por ejemplo, comprar, a través de prestanombres (y lavar el dinero, al mismo tiempo) diversas empresas paraestatales.
Calderón actuó en un principio con una clara intención de acabar con esos acuerdos y echar mano del Ejército para terminar con los “pactos secretos” con ciertos grupos criminales, combatiendo, según él, a todos los cárteles por igual (en realidad quería al Ejército en las calles para desalentar un levantamiento popular por haberse robado la elección presidencial), pero con el tiempo fue convencido por Genaro García Luna de replicar el modelo priista, y por inexperiencia o torpeza, vaya usted a saber, todo se le salió de las manos, provocando el genocidio que Enrique Peña continuaría e incluso superaría durante su gobierno.
Si la motivación de Calderón para mantener el Ejército en las calles era el temor de un levantamiento popular por su increíble descaro en el atraco de la elección presidencial, ¿cuál fue la motivación de Enrique Peña para mantener esa estrategia fallida de “seguridad”?
Al igual que Calderón, Peña decidió perpetuar la política suicida de dejar en manos de militares la seguridad pública, propiciando un genocidio perfectamente predecible luego de la nefasta experiencia del gobierno anterior, en mi modesta opinión porque al acorralar a la población entre dos fuegos, el de los criminales y el de los militares que presuntamente los combatirían, generaba el clima propicio para perpetrar el mayor saqueo de las finanzas públicas de nuestra historia, sin correr el riesgo de protestas por cuenta de una población simplemente aterrorizada.
La pregunta ahora es por qué motivaciones el Presidente López Obrador está tan empecinado -después del desastre de los dos gobiernos anteriores- en no solamente mantener a las fuerzas de seguridad en el ámbito castrense, sino en brindar a los militares las mayores concesiones de toda nuestra historia.