Reflexiones sobre el plagio. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Las reacciones de Yasmín Esquivel y Xóchitl Gálvez, al ser descubiertas, son radicalmente opuestas
La palabra plagio nos remite de inmediato al concepto de deshonestidad intelectual. Nadie que no sea un fanático del obradorismo tiene dudas de que la ministra de la Suprema Corte, Yasmín Esquivel Mossa, por ejemplo, plagió en un altísimo porcentaje la tesis presentada un año antes por Edgar Ulises Báez Gutiérrez, en la Facultad de Derecho de la UNAM, hasta el punto de que ambas tesis son prácticamente idénticas.
La actitud de la mos(s)a del mandatario (pues lo apoya, invariablemente, en todas sus controversias) fue, primero, negar esa similitud descarada de los dos textos. Luego, ante el peso de las evidencias, cambió la estrategia y aseguró que la plagiada era ella, desafiando por completo las coordenadas temporales del ahora sí reconocido engaño.
Podría seguir con las infinidad de chicanadas y triquiñuelas judiciales con las que Esquivel ha usado a jueces y el respaldo presidencial para mantenerse en el cargo, tratando siempre de desplazar a la UNAM como la única instancia acreditada para resolver el escandaloso caso, e incluso evadiendo la segunda denuncia de haber plagiado también casi la mitad de su tesis de doctorado en la Anáhuac, pero al ser de todos conocido ese largo proceso en el que quedó enterrado el asunto, me limito a decir que la deshonestidad intelectual de la ministra ha quedado refrendada con su conducta tramposa posterior al descubrimiento de sus evidentes plagios.
La actitud de Xóchitl Gálvez, ante el descubrimiento de que olvidó hacer las citas correspondientes en dos párrafos de su informe final (no tesis, porque el título lo obtuvo por su desempeño profesional y no por un escrito -según afirma-) es radicalmente distinta a la de la ministra Esquivel, porque ella no elude su responsabilidad, ni usa a los jueces a su servicio, ni aprovecha la prepotencia de un Presidente dispuesto a encubrir a sus amigos, para exhibir en toda su magnitud su inocultable deshonestidad intelectual, como Esquivel, sino que admite de inmediato el error -la pendejée, dice- y reconoce la autoridad de la UNAM para tomar la decisión final y acatarla.
Por lo demás, conozco maestros albañiles que tienen una capacidad muy superior a la de algunos arquitectos e ingenieros titulados para construir casas y edificios de excelencia, pero dudo mucho que una persona ambiciosa y deshonesta intelectualmente esté capacitada para juzgar, en el más alto nivel de interpretación de leyes, si iniciativas escritas se apegan o no al texto constitucional (una de las tareas sustantivas de los ministros de la Suprema Corte) y mucho menos que sea apta para administrar justicia.
¡Pero la otra quiere ser presidenta!, podrían gritar las hordas linchadoras de Xóchitl, felices por otra parte con la designación, por dedazo vil, de Omar García Harfuch(i) como candidato para gobernar la Ciudad de México, un funcionario sin experiencia política, salvo la que adquirió como jefe de la policía en Guerrero -justo en los tiempos de la masacre de Ayotzinapa-, o como colaborador de Genaro García Luna, uno de los más odiados personajes del calderonismo, usado por el mismísimo líder de esas hordas como villano favorito en las mañaneras. ¡Vaya deshonestidad intelectual!