Xóchitl, de la humillación, al ridículo. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Solo la Suprema Corte podría sancionar y corregir los excesos de la “narcoelección de Estado”
Siempre fue la ambigüedad el signo de la campaña de Xóchitl Gálvez. Aceptó postularse por una alianza de las 3 fuerzas políticas más desacreditadas ante el público cautivo del discurso presidencial, justo esos 35 millones de incondicionales del obradorismo que salieron a arrasarla en las urnas.
Pésimamente asesorada, intentó usar las siglas partidistas más odiadas por la campaña goebbeliana de don Andrés, pero al final ¡la usada fue ella!
Al menos en el Estado de México, donde radico, nunca trascendió ni en la prensa local ni en la nacional, un pronunciamiento enérgico de respaldo a la campaña de Gálvez por cuenta ni de las dirigencias de esos 3 partidos, ni de sus candidatos a puestos de elección popular. Nunca, salvo tibios pronunciamientos del candidato frustrado a senador, Enrique Vargas del Villar.
En una conferencia de prensa, cuestioné a varios aspirantes del PRIAN por qué dejaban morir sola a su candidata presidencial y la respuesta de Melissa Vargas, la derrotada para la alcaldía de Toluca, fue que “la mejor forma de apoyar a Xóchitl Gálvez era haciendo buenas campañas locales”. Ambas, Xóchitl y Melissa, terminaron perdiendo.
Para mí era obvio en ese momento que el PRI, siguiendo la tradición -o más bien dicho la traición de Alfredo del Mazo Maza-, ya había entregado la plaza y por eso ni veían ni oían a la candidata presidencial de su coalición.
No me extraña, entonces, que ahora el mismo PRI se abstenga de participar en la impugnación del proceso electoral, pero no para que se anule, sino para que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se anime, por fin, a sancionar al Presidente López Obrador por sus violaciones sistemáticas a la Constitución, y también para que haga algo con respecto a la ostensible intervención del crimen organizado en el mismo proceso.
En este último punto radica el meollo del asunto. Xóchitl pasó de acusar de narcocandidata a Claudia Sheinbaum, a felicitarla por su triunfo, lo que revela la enorme confusión de la hidalguense: ¿Cómo felicitar a alguien que se monta presuntamente en el poder narco en una elección de Estado, para lograr un presuntamente ilegítimo triunfo, por el cual termina felicitándola?
Todos coincidimos en que Marko Cortés no es ninguna lumbrera, pero el paro cardiaco que estuvo a punto de sufrir cuando se enteró de la felicitación de Xóchitl a Claudia, está más que justificado.
Si Xóchitl es apartidista, como dice, debió haberlo dejado muy claro durante la campaña y de seguro sin regateos la marea rosa la hubiera arropado. Pero anduvo con sus ambigüedades y titubeos esperando que las estructuras del PRI la respaldaran ¿sin percatarse de que tales estructuras estaban negociando con Morena?
Ahora, igualmente mal asesorada, Xóchitl pretende que el Tribunal Electoral que funcionó durante el proceso como la Carabina de Ambrosio, ataque el problema de la intervención del narco y regañe al Presidente por andar violando los preceptos constitucionales que él mismo impulsó para que se declararan como “delitos graves”, lo que nos lleva a la obligada pregunta: ¿En qué mundo vive Xóchitl Gálvez?
Son del tal magnitud y gravedad los excesos de la narcoelección de Estado, mi estimada Xóchitl Gálvez, que solo la Suprema Corte de Justicia podría hacer algo efectivo al respecto, lo que, por añadidura, le daría la ocasión para garantizar su sobrevivencia antes de que el delincuente electoral con ansiedad de dictador que funge como jefe del Ejecutivo, la liquide.