Brutal represión de Trump en Los Angeles. LA VERSION NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

Embajador de EU descalifica a manifestantes latinos: “No representan al México digno y trabajador”
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido que “liberar” a Los Angeles significa militarizarla. Como si el sur de California fuera una colonia rebelde y no una ciudad estadounidense con más de un millón de ciudadanos de origen mexicano, Trump desplegó a la Guardia Nacional sin siquiera consultar al gobernador Gavin Newsom, en la que constituye la mayor provocación federal contra un gobierno estatal desde hace seis décadas.
La orden presidencial llega tras tres días de disturbios derivados de las redadas brutales del ICE contra migrantes, redadas que Trump presume como parte de su guerra personal contra las ciudades “santuario”. Lo que arde en Los Ángeles no es solo rabia migrante, sino el hartazgo de una comunidad tratada como enemigo interno. Banderas mexicanas ondean, rostros cubiertos lanzan piedras contra vehículos del ICE, y del otro lado, uniformados responden con gases lacrimógenos y balas de pimienta.
Gavin Newsom respondió llamando a no caer en provocaciones, pero advirtió: esta intervención es “una grave violación de la soberanía estatal”. Y no está solo. Veintidós gobernadores demócratas suscribieron un pronunciamiento que describe el despliegue militar como un “alarmante abuso de poder”.
El Pentágono guarda silencio, mientras Pete Hegseth, secretario de Defensa, no descarta enviar marines. La Casa Blanca se comporta como si Los Angeles fuera la ciudad iraquí Fallujah. Trump, en su burbuja de Truth Social, lo pinta como una cruzada contra “una invasión migratoria”, y acusa a Newsom y a la alcaldesa angelina Karen Bass de “no hacer su trabajo”.
Y mientras en México la presidenta Sheinbaum llama a respetar los derechos humanos, la pregunta incómoda flota: ¿cómo exigir paz afuera cuando la violencia dentro se administra con cálculo político?
Embajador de EU descalifica a manifestantes latinos: “No representan al México digno y trabajador.”
Con un guion digno de las oficinas de propaganda de la Guerra Fría, el embajador de Estados Unidos en México, Ron Johnson, debutó en territorio mexicano como lo que es: un exjefe de operaciones de la CIA al servicio de la agenda dura de Donald Trump.
Sin matices ni diplomacia, Johnson descalificó a los manifestantes latinos de Los Angeles tachándolos de “violentos”, y remató con la condescendencia típica del viejo intervencionismo: “no representan al pueblo de México, digno y trabajador, que conocemos y respetamos”. El embajador evitó, convenientemente, pronunciarse sobre los reclamos formales del gobierno de Claudia Sheinbaum por las redadas violentas del ICE y la ocupación militar de barrios latinos. Tampoco mencionó que esas redadas ya dejaron decenas de detenidos y deportados, varios de ellos mexicanos, ni se refirió al gas lacrimógeno y las balas de goma disparadas contra quienes exigen derechos elementales.
El discurso suena a manual: dividir al “México bueno” del “México revoltoso”, mientras la maquinaria del ICE sigue cazando migrantes como si fueran presas de guerra.
Como señaló Salvador García Soto en su columna: “Habrá que ver a qué se refiere el presidente Trump cuando habla de la ‘izquierda radical’ como instigadora de las protestas migrantes en Los Angeles y si alude a partidos o movimientos de su propio país, en tanto que informes del ICE aseguran que detrás de las movilizaciones de migrantes aparecen ‘mafias cubanas, venezolanas y mexicanas’ que operan en territorio estadounidense”.
Trump ve comunistas en cada esquina; Johnson ve “vándalos” en cada manifestante con acento mexicano. Y mientras ambos juegan al teatro de guerra, los migrantes enfrentan gases y redadas, armados solo con dignidad y rabia.
Porque si algo representan esos manifestantes en Los Angeles es la memoria viva de todos los que construyeron esa ciudad con su trabajo y su sudor. El México digno y trabajador también está en las calles.