Una alianza impensable: Los Chapitos se asocian con el CJNG y reconfiguran el crimen organizado global

El reportaje del NYT revela la capacidad adaptativa y de sobrevivencia del crimen organizado
Por Jesús López Segura
En un reportaje de alto calibre publicado por The New York Times, las periodistas Maria Abi-Habib y Paulina Villegas, desde Culiacán, y Alan Feuer, desde Nueva York, exponen un giro sísmico en el mapa criminal mundial: una alianza entre una facción del Cártel de Sinaloa, liderada por Los Chapitos, y sus históricos enemigos, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Una unión que no solo sacude los equilibrios del narcotráfico mexicano, sino que amenaza con redibujar las rutas y alianzas del hampa a escala global.
El reportaje retrata a un Cártel de Sinaloa fracturado, debilitado por luchas internas y golpeado por la presión binacional, especialmente desde que el gobierno de Donald Trump retomó con agresividad su retórica antidrogas. La ofensiva del Estado mexicano, centrada en Sinaloa, ha generado estragos logísticos y financieros en la organización. Ante este desgaste, Los Chapitos —hijos del Chapo Guzmán— habrían optado por un movimiento desesperado: pactar con su rival más letal, el CJNG, cediendo incluso territorio a cambio de armas, recursos y protección.
La comparación formulada por la experta Vanda Felbab-Brown es reveladora: “Es como si la costa este de Estados Unidos se separara durante la Guerra Fría y tendiera la mano a la Unión Soviética”. El análisis va más allá del morbo: el pacto no sólo une dos de las estructuras criminales más sofisticadas del mundo, sino que potencialmente convierte al CJNG en el nuevo epicentro del narcotráfico internacional, al fusionar su brutal capacidad operativa con la experiencia en producción de fentanilo y las conexiones globales de los Guzmán.
Eduardo Guerrero, analista en seguridad, describe la jugada como sumar a Lionel Messi a tu equipo. Es una alianza con la capacidad de multiplicar la producción global de drogas sintéticas y ampliar el control territorial de forma inédita, aunque también anticipa un recrudecimiento de la violencia regional por el reacomodo del crimen organizado.
El reportaje revela que más de 1300 muertos y 1500 desaparecidos en Sinaloa han sido el saldo silencioso de esta guerra intestina. La fractura se remonta a una traición devastadora: Joaquín Guzmán López, uno de Los Chapitos, habría secuestrado y entregado al gobierno estadounidense a Ismael “El Mayo” Zambada, viejo socio de su padre, sellando así la ruptura con la otra gran facción del cártel.
Con recursos mermados y enfrentando una sangría de operativos y territorios, Los Chapitos se ven forzados a abandonar su pretendido linaje hegemónico, dejando atrás la narrativa del “heredero natural” de El Chapo, para convertirse en socios subordinados de un grupo con el que antes se disputaban a sangre y fuego el país. La alianza habría tomado meses de negociación en territorios neutrales e incluso fuera de México, según fuentes confidenciales consultadas por el NYT.
Mientras tanto, el Estado mexicano concentra sus esfuerzos en un solo frente: Sinaloa, dejando amplias zonas del país fuera del radar de la estrategia antidrogas. Esto ha permitido al crimen organizado reubicar laboratorios y centros de operación sin mayores obstáculos, lo que explica por qué, a pesar de los golpes recientes, las redes de producción y exportación de fentanilo siguen activas y adaptándose.
John Creamer, exdiplomático estadounidense, ofrece una evaluación sobria y desilusionada:
“Nunca se puede clavar una estaca en el corazón de todo un cártel… Puedes perturbarlos y crear caos, pero el narcotráfico siempre se recupera”.
El reportaje del New York Times concluye con un retrato brutal del presente: una ciudad —Culiacán— paralizada por el miedo, donde la violencia se ha normalizado hasta el absurdo. Tres asesinatos en una sola tarde, vendedores de fruta improvisando negocios sobre escenas del crimen, y forenses recogiendo cadáveres mientras familiares gritan de dolor.
Este giro de alianzas entre cárteles —que en otro momento hubiera parecido improbable, incluso suicida— no solo revela la desesperación de una facción en caída libre, sino también la capacidad adaptativa del crimen organizado ante las estrategias fallidas del Estado. Es una advertencia de que, en la guerra contra las drogas, el enemigo también muta, negocia y sobrevive.