martes, octubre 28

Un Trump virtual defeca toneladas de mierda sobre EU. La versión no oficial- Por Jesús López Segura

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Mientras, un Tío Richie real promete “devolver a los zurdos de mierda a las cloacas de donde salieron”

Donald Trump ofreció ayer un autorretrato clínico del presidente que hace tiempo perdió la noción de la realidad. Mientras siete millones de estadounidenses salían a las calles —de Nueva York a San Diego, de costa a costa— para gritar al unísono “NO KINGS”, el autoproclamado monarca de la ignorancia respondió con lo único que le queda: un espectáculo escatológico a la altura de su miseria mental.

Su Bajeza Presidencial —o “Su Alteza MAGA”, como quizá prefiera ser llamado— publicó en su red social Truth Social un video generado por inteligencia artificial donde, coronado en oro y pilotando un avión bautizado King Trump, bombardea a los manifestantes con toneladas de mierda. Literalmente. La imagen, más allá de la metáfora, describe cómo concibe Trump la política: como un acto de defecación masiva sobre el pueblo que lo cuestiona. En suma: se niega a aceptar que millones lo repudian, y su respuesta no es política ni racional, sino intestinal.

Mientras millones defendían lo que queda de la república estadounidense, Trump reafirmaba su vocación de bufón imperial con una respuesta grosera, infantil y diarreica, convencido de que la democracia es un circo en el que él tiene derecho a cagarse encima de sus compatriotas.

Un poco más al sur, un grupo de diputados mexicanos —de Morena, PT, PRI y hasta del PAN— decidió rendir honores no menos escatológicos al matrimonio dictatorial de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Mientras miles de nicaragüenses viven en el exilio o bajo represión, nuestros legisladores instalaron un supuesto Grupo de Amistad México–Nicaragua que pareció más bien un club de aplausos para tiranos.

Entre vítores al “comandante Daniel” y a “la compañera Rosario”, aplaudieron a un régimen acusado por Naciones Unidas de cometer crímenes de lesa humanidad, encarcelar opositores, cerrar medios, desterrar críticos y despojar de su nacionalidad a los disidentes. En ese ambiente de grotesca complicidad diplomática se pronunciaron discursos sobre “soberanía” y “derechos humanos”, como si se tratara de una parodia mal ensayada.

Las voces más lúcidas —como la excomandante sandinista Mónica Baltodano y la poeta Gioconda Belli, ambas despojadas de su nacionalidad— lamentaron que los diputados mexicanos, por ignorancia o servilismo, hayan legitimado a una pareja de déspotas que convirtió la Revolución Sandinista en un negocio familiar. “O son ingenuos o son cómplices”, sentenció Baltodano, mientras otros exiliados calificaron el acto como una vergüenza histórica para la izquierda mexicana.

Al final, el espectáculo legislativo dejó claro que en México algunos confunden la amistad entre pueblos con la sumisión ante dictadores, y el respeto a los derechos humanos con la devoción al autoritarismo. Un acto de ceguera política que, bajo el disfraz de la diplomacia, terminó siendo un homenaje a la infamia.

Latinoamérica sigue girando como una ruleta política donde las ideologías cambian de dueño, pero los vicios del poder permanecen intactos. En Bolivia, los votantes pusieron fin a dos décadas del reinado del MAS y de Evo Morales al elegir al centroderechista Rodrigo Paz, que con un 54% de los votos confirmó que el viento sopla ahora hacia la derecha. La izquierda, otrora adalid de la justicia social, se hunde en su propio autoritarismo y corrupción; la derecha, mientras tanto, celebra como si el péndulo no fuera a devolverse, aunque la historia latinoamericana demuestra que siempre lo hace.

El tablero regional, pues, ofrece una vieja moraleja: ni las revoluciones eternas ni los gobiernos providenciales existen. En América Latina, las serpientes cambian de piel, pero el veneno del poder sigue siendo el mismo.

Y en México, finalmente, empieza a viralizarse un discurso igualmente escatológico del también magnate Ricardo Salinas Pliego, quien, en videos creados no por inteligencia artificial sino por su natural y espontánea estupidez, promete “mandar a los zurdos de mierda a chingar a su madre y devolverlos a las cloacas de donde salieron”. Mientras tanto, Claudia Sheinbaum lo escucha estoica, incapaz de retirarle la concesión televisiva que es usada como instrumento golpista, y ofrece una falsa lección de humildad al admitir, entre el lodo y la desesperación de los damnificados por las inundaciones en Puebla, que “no todo es posible esta semana”.

Tras prometer ayudas rápidas y “dinero suficiente”, la realidad la obligó a bajarse del pedestal y reconocer que ni la naturaleza ni la burocracia obedecen discursos. Un raro momento de autocrítica en el poder, tan escaso como los víveres que aún no llegan a las comunidades devastadas.

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