miércoles, octubre 29

Trump veta al AIFA: soberanía mal entendida y torpeza compartida. AL GRANO. Por Jesús López S.

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El fruto amargo de años de improvisación, nacionalismo mal planeado y caprichos presidenciales

El veto de Donald Trump al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), disfrazado de sanción técnica por “violaciones al acuerdo bilateral de aviación”, revela tanto la arrogancia imperial de Washington como la escasa destreza con que los gobiernos de López Obrador y ahora de Claudia Sheinbaum han manejado la política aérea mexicana. No se trata sólo de un golpe de Trump: es también el fruto amargo de años de improvisación, nacionalismo mal planeado y decisiones tomadas a golpe de capricho presidencial.

El Departamento de Transporte de Estados Unidos (DOT) anunció la revocación de 13 rutas de aerolíneas mexicanas —Aeroméxico, Volaris y Viva Aerobus— hacia ese país, incluyendo las que partían del AIFA a ciudades como Houston, Los Angeles y Nueva York. También prohibió temporalmente todos los vuelos de carga y pasajeros desde ese aeropuerto. La justificación oficial: México no ha cumplido con el acuerdo de aviación de 2015. Pero en el fondo, el castigo tiene más de revancha política que de regulación técnica.

Sin embargo, sería un error reducir el asunto a un nuevo arrebato de Trump. Lo que hoy padece México es consecuencia directa del desmantelamiento del sistema aeroportuario iniciado por López Obrador desde su primer día de gobierno, cuando canceló el aeropuerto de Texcoco por razones ideológicas, disfrazadas de consulta popular. El AIFA —erigido como símbolo de “la nueva soberanía nacional”— nació con un pecado original: la ausencia de un plan técnico integral y de una estrategia de conectividad real.

El gobierno apostó a la imposición en lugar de la coordinación. Obligó por decreto a las aerolíneas a trasladar sus operaciones de carga al AIFA, sin infraestructura suficiente ni consenso con los operadores internacionales. Era evidente que Washington no iba a tolerar una medida que afectara a sus aerolíneas y cargueras, que durante décadas han dominado el mercado mexicano. Pero AMLO prefirió el discurso patriótico a la diplomacia.

Ahora Trump recoge la factura. Su secretario de Transporte, Sean Duffy, acusa a México de “jugar” con los compromisos internacionales. Es una frase que condensa la visión neocolonial de Estados Unidos: ellos dictan las reglas, los demás obedecen. Pero también deja al descubierto que México ofreció el pretexto perfecto para el castigo.

Mientras Sheinbaum denuncia la medida como injustificada, el DOT no olvida que su administración heredó —y no corrigió— el caos regulatorio y operativo generado por su antecesor. La presidenta insistió en defender el AIFA como proyecto “estratégico para el desarrollo regional”, pero no ha logrado integrarlo al sistema de transporte nacional ni garantizarle rentabilidad. Los vuelos internacionales siguen siendo escasos, los costos operativos elevados y la conectividad terrestre sumamente deficiente.

La cancelación de rutas desde el AIFA no sólo es una agresión externa; también es la confirmación de un fracaso interno. México pretendió forzar al mundo a usar un aeropuerto que el propio país no utiliza plenamente. Mientras tanto, el Benito Juárez continúa saturado, sin que se concrete el anunciado “reordenamiento” aéreo.

El problema va más allá de la aviación: es un síntoma de la política exterior reactiva y errática que México ha mantenido frente a Trump. López Obrador primero lo aplaudió como “respetuoso” de la soberanía mexicana, a cambio de concesiones en migración y comercio. Sheinbaum heredó esa relación desequilibrada y hoy paga las consecuencias de una diplomacia que confundió la prudencia con la sumisión.

Trump, por su parte, no desperdicia la oportunidad de utilizar la aviación para presionar en la renegociación del T-MEC. Cada vuelo cancelado es una ficha más en su tablero de chantaje regional. El mensaje es claro: si México no se alinea, habrá represalias económicas.

Pero la respuesta mexicana tampoco ayuda. El gobierno se refugia en el discurso nacionalista, como si el simple hecho de invocar la “soberanía” pudiera sustituir la falta de planeación, inversión y visión técnica. Defender la autonomía es legítimo; hacerlo con improvisación, suicida.

En este nuevo capítulo de la guerra aérea entre Washington y Ciudad de México, ambos gobiernos juegan un papel predecible: Trump, el matón que impone sanciones sin pudor; Sheinbaum, la víctima que finge sorpresa ante un problema que heredó intacto y no supo corregir.

El resultado es el de siempre: aerolíneas mexicanas castigadas, empleos en riesgo, usuarios afectados y un AIFA que, en lugar de consolidarse como símbolo de modernidad, se hunde en la irrelevancia internacional.

En el aire, como en la política, no basta con tener soberanía: hay que saber pilotearla. Y en este vuelo turbulento entre la arrogancia de Trump y la ineptitud de la 4T, México corre el riesgo de estrellarse en su propio cielo.

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