México expuso su crisis de derechos humanos ante la Unión Europea en el XII Diálogo de Alto Nivel
¿Un esfuerzo de colaboración o una fachada diplomática para esconder la vergonzosa realidad?
En un acto que combina el surrealismo político con el cinismo global, México expuso su crisis de derechos humanos ante la Unión Europea en el XII Diálogo de Alto Nivel. Organizaciones civiles mexicanas, que cargan con la pesada tarea de describir lo que las autoridades locales prefieren ignorar, pintaron un cuadro digno de una distopía: el crimen organizado como amo y señor de vastos territorios, un ejército que parece más interesado en hacer de todo menos lo que debería, y un gobierno que se dedica a desmantelar órganos autónomos mientras promete reformas “transformadoras”.
El evento, realizado en Bruselas, reunió a representantes de derechos humanos de ambos lados del Atlántico. Desde México, las denuncias abarcaron desde la desaparición del INAI hasta las crisis de desplazados en Chiapas y Sinaloa, pasando por la impunidad rampante y las agresiones a periodistas. Ah, y cómo olvidar la joya de la corona: el empoderamiento militar, que ha llevado al ejército a encargarse de tareas como construir aeropuertos y controlar aduanas, porque, aparentemente, ya no es suficiente con “cuidar” la seguridad pública.
Las organizaciones mexicanas presentes, incluyendo al Centro Prodh y Article 19, destacaron cómo el país parece haber abrazado una estrategia de “vamos a ver qué tan mal podemos hacerlo”. Según Eduardo Guerrero, del Centro Prodh, los pilares de esta crisis son claros: violencia galopante, militares en todas partes menos donde se necesitan, y una impunidad que podría competir con el infinito en su extensión.
Mientras tanto, los representantes del gobierno mexicano se presentaron como los eternos optimistas. Enrique Ochoa, subsecretario de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, habló con entusiasmo sobre las maravillas que la nueva administración de Claudia Sheinbaum podría traer, destacando las reformas constitucionales y los esfuerzos para corregir “injusticias históricas” sin mencionar la desaparición de instituciones clave y el incremento de la violencia.
Por su parte, Olof Skoog, representante especial de Derechos Humanos de la UE, intentó mantener la compostura diplomática al señalar que los diálogos deben ser colaborativos. Su preocupación por la seguridad de defensores y periodistas fue evidente, aunque quedó flotando en el aire la pregunta: ¿cómo se colabora con un socio que parece empeñado en desandar cualquier avance en derechos humanos?
Entre los logros del evento, si es que podemos llamarlos así, estuvo el acuerdo de trabajar para reducir la violencia generada por el lavado de dinero y la fabricación de armas, es decir, atacar las consecuencias sin tocar las causas estructurales.
Mientras tanto, las organizaciones civiles siguen luchando contra un panorama que parece diseñado para frustrar cualquier intento de progreso. Y Europa, con su eterno papel de espectador preocupado, se queda con la tarea de decidir si los diálogos con México son realmente un esfuerzo de colaboración o simplemente una fachada diplomática para esconder la vergonzosa realidad.