lunes, julio 21

Andy desdeña al Congreso Nacional de Morena. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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Adán Augusto acude con actitud triunfante y Monreal anda en España con su compa Pedro Haces

Andy López Beltrán no asistió al Consejo Nacional de Morena, “se encuentra de viaje”, asegura el vocero del partido -el mismo que las malas lenguas dicen, ya le bajó la novia a Zoé Robledo-. Pero la secretaria general de Morena, Carolina Rangel, comentó que Andy no asistió por un “tema personal” y la prensa política color de rosa informa que Monreal anda festejando el cumpleaños de su compadre Pedro Haces, en un hotel de lujo madrileño. ¿Preparando el exilio?

El que sí reapareció en escena fue el apestado más incómodo de todos: Adán Augusto López. Flanqueado por cámaras, micrófonos y un hedor a escándalo que no se disipa ni con toda la propaganda oficial, el exgobernador de Tabasco hizo acto de presencia en el Consejo Nacional del partido como quien llega al banquete después de haber envenenado el platillo principal… y aún así todos le aplaudían por inercias o consigna.

¿Cero impunidad? ¿Manos limpias? ¿Unidad moral? ¿Evaluación de nuevos pretendientes incómodos? Cuesta trabajo contener la risa cuando, con esas consignas, se recibe calurosamente a un político señalado por haber puesto al frente de la seguridad de su estado a un hombre que resultó ser –nada más y nada menos– que el jefe de un grupo criminal, con vínculos directos al sanguinario Cártel Jalisco Nueva Generación. ¿La respuesta del aludido? Un lacónico comunicado y la esperanza de que “las autoridades hagan su trabajo”, como si alguna vez el Fiscal Florero hubiera dado alguna muestra de verdadera independencia.

El Consejo Nacional de Morena fue, según sus organizadores, una muestra de fuerza y cohesión. Pero desde el atril, mientras se gritaba que “no se protegerá a ningún corrupto”, la verdadera puesta en escena era la de ignorar al acusado que estaba justo ahí, sentado entre los aplausos. Una tragicomedia en la que el partido gobernante se declara incorruptible, al tiempo que protege a sus caídos… siempre que sean parte del viejo grupo fundador.

Porque Adán Augusto no es cualquiera. Es pieza clave y predilecta del obradorismo radical, beneficiario del silencio presidencial y ahora, protegido por una Claudia Sheinbaum que no puede –ni quiere– romper con el legado tóxico que heredó. ¿Cómo hablar de “cerrar filas” cuando el que pide lealtad es el mismo que permitió que Tabasco se convirtiera en un paraíso para el crimen? Es como si el lobo hubiera sido invitado a presidir la convención de ovejas.

Mientras tanto, la presidenta Sheinbaum juega a la moderadora, pide mesura, llama a la paz entre los “adanistas” y los “mayistas”, pero deja claro que su capital político es limitado. Claudia no es López Obrador, y sus llamados tienen el eco de una directora de secundaria regañando a una pandilla de adolescentes violentos. En los pasillos del poder, ya se susurra que la presidenta no impone: ruega. No lidera: media. Y cuando la presidenta necesita pedirle a Adán que “dé la cara”, es porque ni siquiera puede ordenarle que lo haga.

Morena ha pasado del “no mentir, no robar, no traicionar” al “no veas, no preguntes, no te metas”. Y mientras lo hace, el partido que prometía limpiar la casa termina alfombrando el camino para sus más cuestionables inquilinos. Adán no se fue por la puerta de atrás, porque en Morena no hay puertas traseras para los fundadores. La única salida es para los críticos, los incómodos o los que ya no sirven.

Lo demás son discursos. Como la afirmación de que “no se permitirá la entrada de actores con pasados cuestionables”, dicha por el montajista Alfonso Durazo, quien encabezó la seguridad pública federal durante el auge criminal más sangriento de los últimos sexenios. O la furibunda proclama de Luisa María Alcalde sobre la “cero impunidad”, justo frente a un Adán Augusto cuya sola presencia desmiente cada palabra, en medio del griterío de autoincriminación: “¡no estás solo, no estás solo!”.

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