viernes, septiembre 12

El “suicidio oportuno” de un capitán de la Marina. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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Dos columnas de El Universal coinciden en sembrar dudas sobre la versión oficial del “suicidio”

El hallazgo sin vida del capitán de navío Abraham Jeremías Pérez Ramírez, en el recinto portuario de Altamira, Tamaulipas, desató versiones encontradas sobre su relación con la investigación del llamado huachicol fiscal. Pérez Ramírez estaba acusado de recibir sobornos por dejar pasar cargamentos ilegales de combustible desde Estados Unidos y había sido mencionado en declaraciones de testigos colaboradores de la FGR.

De acuerdo con reportes oficiales, el marino se habría disparado dentro de una camioneta de la institución armada. Sin embargo, dos columnas políticas de El Universal coinciden en señalar que su muerte resulta “muy oportuna”, pues evita que declare sobre las operaciones y los nombres de altos mandos militares y políticos involucrados en el caso, ya conocido como “Marina-Gate”. El tono de ambos textos sugiere, sin decirlo abiertamente, dos cosas: primero, que la muerte del capitán difícilmente puede entenderse como un simple acto de desesperación personal; y segundo, que ni el fiscal Alejandro Gertz Manero ni el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, parecen dispuestos a investigar hasta arriba en la cadena de mando político.

El escándalo involucra a sobrinos del exsecretario de Marina, José Rafael Ojeda Durán, acusados de encabezar una red de contrabando de combustibles a gran escala. Aunque el vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna ya fue detenido y varios funcionarios de aduanas han caído, los columnistas subrayan que los responsables políticos de más alto nivel permanecen intocados.

La sospecha se refuerza porque, además de Pérez Ramírez, otro marino vinculado al caso, el vicealmirante Fernando Rubén Guerrero Alcántar, fue asesinado en Colima en 2024, después de entregar información a la propia Semar.

En este contexto, persisten las dudas sobre si el fiscal Gertz Manero y García Harfuch llevarán las investigaciones hasta el círculo político que habría protegido las operaciones durante el sexenio de López Obrador, quien declaró públicamente que el presidente “siempre está enterado de todo”.

Cuando un capitán de navío señalado en un escándalo de corrupción del tamaño del Marina-Gate aparece “suicidado” dentro de una camioneta oficial, lo menos que puede sospecharse es que alguien le ayudó a apretar el gatillo. Más aún si, como subrayan Bajo Reserva y Salvador García Soto, su testimonio podía encender mechas demasiado largas: datos sobre operaciones multimillonarias de huachicol fiscal y nombres de políticos de alto rango que, como reconoció sin rubor el propio López Obrador, no se les escapaba nada.

El timing es impecable. Apenas se destapa la cloaca de las aduanas en Tampico —horas después de la visita de Marco Rubio a México— con sobrinos del exsecretario de Marina al mando de una red que movía buques enteros de combustible, y de pronto un capitán aparece convenientemente silenciado por la vía del balazo “voluntario”. ¿Casualidad? ¿O el viejo método de limpiar el expediente antes de que los peces gordos naden a la superficie?

García Soto lo plantea sin rodeos: a este paso habrá más muertos que detenidos. Y la pregunta incómoda flota en el aire: ¿se atreverán García Harfuch y Gertz Manero a ir tras los políticos que blindaron este saqueo energético desde las alturas del poder? O, como casi siempre, ¿prefieren cortar el hilo por lo más delgado y posar con vicealmirantes caídos como si fueran trofeos, mientras los verdaderos beneficiarios del negocio siguen blindados tras la muralla de la impunidad?

Bajo Reserva es aún más claro: habla de un “suicidio muy oportuno”. Oportuno para que nadie más caiga, oportuno para que los mandos superiores respiren tranquilos, oportuno para que el expresidente pueda seguir repitiendo que “no sabía nada”, cuando en realidad se jacta de que lo sabía todo. La paradoja es grotesca: López Obrador, en su intento por lavarse las manos, terminó dejando la huella digital más comprometedora.

Lo que destacan estas columnas no es solamente la sospecha de que al capitán lo callaron. Es la certeza de que el Estado mexicano sigue operando bajo la lógica de siempre: escándalos que estallan, muertos que estorban, investigaciones que se quedan a medio camino y un pacto no escrito que garantiza la impunidad de quienes realmente dieron la orden.

El Marina-Gate amenaza con convertirse en un expediente letal, pero no para los políticos de alto rango, sino para los chivos expiatorios de uniforme. Los de traje y banda presidencial, esos, como siempre, aparecen como intocables.

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