jueves, noviembre 21

López Obrador acuña una declaración terrible: “Analizará la posibilidad de perdonar a criminales”: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial

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Meade y López Obrador coinciden en el diagnóstico de nuestros males

https://youtu.be/OSL0pPvF7us

 

 

José Antonio Meade da la apariencia de estar bien asesorado en su diagnóstico sobre cuáles son los principales problemas del país y los menciona de pasada, como los puntos torales de su campaña y su plan de Gobierno, al ser acogido como precandidato por las turbas priistas: Inseguridad, corrupción y desigualdad social. Son los mismos temas que cualquier ciudadano mexicano medianamente informado señalaría, sin dudarlo, como los aspectos que dañan profundamente su bienestar y el de sus familias.

Pero también son exactamente los rubros que Andrés Manuel López se ha propuesto combatir en los muchos años que lleva haciendo campaña presidencial: Inseguridad, desigualdad social y corrupción, poniendo énfasis en este último. Pero hay una diferencia sustancial entre ambos aspirantes: Meade promete que va a enfrentar esos lastres seculares que amargan nuestra existencia como nación, pero no dice cómo. Se limita a prometer que va a combatirlos, pero, de hecho, no puede hacerlo, está maniatado porque la filosofía neoliberal que profesa es, precisamente, la causante de esas desgracias para el pueblo mexicano.

Andrés Manuel, por su parte, está pésimamente asesorado, porque da por hecho que con la llegada de un personaje honrado -como indudablemente él lo es- y que no profese la compulsiva -y dominante a escala planetaria- filosofía neoliberal, es suficiente. Que con ello basta y todo lo demás se dará como consecuencia y en forma automática, como por arte de magia. No se pone a analizar a fondo cuáles serían los pasos de ese camino alternativo para resolver los más graves problemas del país.

Y lo que es peor, esa pereza mental y programática para desarrollar los cómo en un lenguaje sencillo, pero certero y mediáticamente impactante, después de tan prolongada y casi permanente campaña presidencial, parece una forma discriminatoria de trato a sus enormes y fieles audiencias, porque las denigra al suponer que no están ávidas o preparadas para conocer con precisión los detalles de un programa de Gobierno alternativo al neoliberalismo salvaje que se ha impuesto como dictadura desde hace más de 3 décadas en nuestro país: desde que le robaron la elección a Cárdenas, asesinaron a Colosio y presumiblemente le robaron dos veces la elección al propio López Obrador.

Da la impresión de que López tiene miedo de postular que piensa, por ejemplo, legalizar el uso de mariguana y cocaína, porque teme perder parte de su voto duro y prefiere, pésimamente asesorado como está, cometer el desliz de decir que analiza la posibilidad de perdonar a los multihomicidas desalmados que han traído desgracia a millones de mexicanos. Y lo dice en Guerrero, donde muchos jefes de cárteles y pandillas de poca monta han protagonizado los más atroces y repugnantes crímenes, definitivamente imperdonables.

¿No teme López perder con esa torpe declaración el voto de millones de familiares y amigos de gente masacrada, violada, descuartizada o desaparecida?

Una cosa es perdonar a campesinos hasta cierto punto inocentes que se dedican a sembrar mota porque el gobierno neoliberal que los explota no les dejó otra alternativa, y otra muy distinta es declarar que analizaría la posibilidad de perdonar a los capos, a los carniceros infames que hacen a diario de las suyas ante la mirada impávida de sus cómplices neoliberales.

Pero, vayamos por partes: En el tema de inseguridad, Felipe Calderón soltó los perros de la guerra tan pronto como arribó al poder presidencial, haiga sido como haiga sido, porque tenía pánico de un levantamiento popular por los persistentes rumores sobre el hecho -cierto o no- de que se había robado la elección.

Calderón usó como pretexto el “combate al narcotráfico” exactamente como medio siglo atrás lo había hecho el Presidente gringo Richard Nixon, quien inventó el prohibicionismo como una estrategia para perseguir a jóvenes que protestaban contra la guerra de Vietnam, sin necesidad de respetar sus garantías individuales.

Como la mayoría de los hippies que protestaban contra la guerra consumían mota, se les dejó de perseguir por su activismo político, represión que generaba inconformidad en amplios sectores guardianes de las libertades civiles. Pero gracias al prohibicionismo, las fuerzas policiales -e incluso castrenses- podrían entonces encarcelar y violar brutalmente las garantías de los jóvenes pacifistas porque la imperiosa lucha contra los narcóticos se los permitía.

La experiencia del prohibicionismo en el alcohol ilustraba, sin lugar a dudas, que como medida para impedir el consumo, era totalmente contraproducente y generaba mafias muy poderosas y cada vez más sanguinarias que defendían, con una ferocidad genocida, las ganancias estratosféricas que el propio prohibicionismo les auspiciaba.

Ahora está perfectamente claro, en el mundo entero, excepto en México, que la intención de Nixon no era abatir el consumo de drogas, sino tener un pretexto para violar de manera masiva las garantías individuales de los jóvenes que protestaban contra la guerra, de manera aceptable para los defensores de las libertades civiles.

El prejuicio contra el consumo de drogas por parte de personas muy conservadoras, sobre todo contra las psicodélicas, muy populares en los sesentas, proviene de una rigidez orgánica, fisiológica que Wilhelm Reich, el genial discípulo de Sigmund Freud, describe con maestría: La gente reprimida sexualmente tiende a desarrollar una angustia existencial tan poderosa que renuncia a su propio raciocinio y a su alegría de vivir para abandonarse a toda clase de fanatismos, principalmente de corte religioso. Deja de importarles mejorar las condiciones de vida aquí, en la Tierra, porque están convencidos de que después de la muerte les espera el Paraíso, el Nirvana, el Valhalla y toda la gama de alucinaciones que los sacerdotes que explotan estas creencias les han implantado en la cabeza.

Así que los únicos que creen que prohibiendo el consumo y persiguiendo a sangre y fuego a los traficantes van a disminuir el problema de las drogas son Peña, Calderón y sus cada vez más escasos seguidores. Todo el resto del mundo sabe que se trata del mecanismo inconsciente de un ser profundamente dañado, para reprimir a la población con el uso indiscriminado y anticonstitucional de las fuerzas armadas, a las que se atropella y desprestigia, como lo demuestra el hecho de que en once años de esta atroz estrategia, el consumo, los muertos y el auge de otros delitos terribles contra la sociedad, así como el desprestigio de las fuerzas, armadas se han incrementado exponencialmente.

Comunicadores perturbados como Ciro Gómez Leyva son incapaces de concluir que los gobiernos neoliberales que han sido incapaces de crear policías, ministerios públicos y cárceles eficientes, a once años de habérselo propuesto públicamente como tarea prioritaria para justificar la salida dizque temporal de los soldados a las calles, deberían retirarse del poder con la cola entre las piernas, porque se trata de un fracaso escandaloso y de un monumental ridículo.

Pero Ciro Gómez presiona esta mañana a los senadores -como antes lo hizo con los diputados,-para que cometan el mismo crimen de lesa humanidad y aprueben la monstruosidad de legislar para que la emergencia se vuelva normalidad legal, o como dice textualmente Ciro, “para que los soldados no sean perseguidos por violar Derechos Humanos“.

La misma estrategia de Nixon con idénticos resultados.

La corrupción, el segundo rubro en cuyo combate parecen coincidir López y Meade, no es genética o consubstancial a alguna ideología en particular. Igual puede ser corruptos un cura que un luchador social. Los más corruptos parecen ser líderes sindicales y políticos de cualquier formación partidista. Tanto López como Meade presumen de honrados y ambos han navegado al lado de corruptos a los que parecen apreciar como correligionarios. La lista para Meade es interminable. La de López, que sus detractores profesionales tratan a toda costa de incrementar, se reduce al típico caso del relativamente inocente Bejarano, y otros como los petistas, Eva Cadena y el pájaro de cuenta Higinio Martínez.

La penosa cargada que acompañó a Meade, quien presume de impoluto, es francamente execrable. Hay que ver al acusado de pederasta, de corrupto, que felicitaba a los soldados por la matanza de Tlatlaya, Eruviel Ávila, decir con sus chapitas relucientes y con el lomo doblado que a Peña le sigue Kuribreña, y a su émulo, el líder estatal del PRI, Ernesto Nemer, gritarle emocionado a un no priista que “el estado más priista del país es el Edomex , ¿o no, Señor gobernador?” interpelando a Eruviel, para darse cuenta de que son los propios priistas los que conceden a quienes ellos piensan será el Presidente de la República ese poder omnímodo que terminará inexorablemente por denigrarlos.

¿Qué sentirá Del Mazo al ver a quien fue el coordinador de su campaña diciéndole gobernador a Eruviel, enfrente de su gallo presidencial?

Y por último, si alguna filosofía política ha sido responsable de la terrible desigualdad social que priva en el mundo entero, pero con cifras espeluznantemente graves en México, ése es el neoliberalismo que profesa Meade, quien dice va a combatir esa desigualdad social, cuando su destapador Peña, a quien sirvió como secretario de Hacienda, se sienta orgulloso de que en el país donde las fortunas de ultramillonarios causan asombro internacional, festeja haberle aumentado 8 pesos el salario mínimo como un gran logro.

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