Ante el desplome incontenible de su campaña presidencial, el PRI echa mano del Parque Jurásico: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial
Recrudecen la campaña judicial y mediática contra Anaya para desbancarlo del segundo puesto
Ante el fracaso rotundo de la campaña emprendida por Enrique Ochoa Reza para combatir la percepción generalizada y contundente del desfonde drástico de su candidato, mediante la publicación de encuestas “patito” que lo ubicarían por encima de Anaya, descalificando así la avalancha estadística en su contra, la estrategia ha sufrido un giro desesperado: rodear a Meade de generales jurásicos para contrarrestar el daño que los capitancitos peñistas, Eruviel y Aurelio, le han hecho a la campaña, al tiempo que se intensifica la añeja estrategia de perseguir judicial y mediáticamente al sorpresivamente eficaz candidato Anaya, para tumbarlo del segundo lugar y poner a Meade en condiciones de rebasar, por las buenas o las malas, a López Obrador.
Miguel Ángel Osorio Chong es llamado para coordinar la campaña de los candidatos al Senado; Manlio Fabio Beltrones Rivera, ex presidente del tricolor, estará a cargo de la región electoral que incluye su natal Sonora y Chihuahua, entre otras entidades norteñas. Beatriz Paredes Rangel, ex presidenta del PRI, coordinará la tercera circunscripción, integrada por Campeche, Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. También los ex gobernadores de Guerrero y Tlaxcala, René Juárez Cisneros y Mariano González Zarur, respectivamente, así como Alma Carolina Viggiano Austria, actual responsable del área jurídica del PRI, se incluyen para tratar de meter orden en el resto de las circunscripciones.
Meade escribió en Twitter que “los nuevos coordinadores de campaña representan fuerza, cohesión y pasión. Con la suma de estos guerreros ganaremos la elección”. Y remata con la firma “#YoMero“.
Pero lo que no dice Meade, es que si de él hubiera dependido una decisión de tal envergadura, mejor habría removido de sus cargos a Aurelio Nuño y a Eruviel Ávila, para colocar ahí a Beltrones y Paredes, por ejemplo. De ninguna manera a Osorio Chong, quien tarde o temprano dará a los opositores el preciado argumento de que él es el responsable directo de la espantosa tragedia de inseguridad que vive el país. Él y ya saben ustedes quién… o sea, Peña.
Mantener en la arena de la disputa presidencial al insulso fardo hidalguense no parece una idea brillante, por mucho que analistas y medios que se beneficiaron de la publicidad oficial que repartía la gente de Osorio traten de ponerlo como un “eficiente operador político”.
Enrique Peña parece estar morbosamente aferrado a la idea de que su mandato ha sido exitoso. De que la percepción ciudadana le es favorable. De que puede jugar al oficialismo vulgar en una campaña que sólo él y su corte cercana, ésa que lo engaña y lo obnubila con su tóxica lambisconería, evalúan como “positiva”, es decir, que no la ven, como todos los demás, inexorablemente dirigida al fracaso.
Es el típico círculo vicioso en el que caen los gobiernos fallidos con grandes presupuestos publicitarios de: empiezan a creerse sus propias mentiras y se emPeñan en convencerse y convencer a los demás de que van requetebién, como diría la folklórica candidata de Morena en el Edomex y próxima senadora.
El neoliberalismo salvaje es tan irracional, que te vende la pistola con la que lo vas a matar.
A Meade le urgía desde la precampaña deslindarse de un gobierno francamente odiado porque continuó, e incluso superó la criminal estrategia de guerra calderoniana que ha costado más de 200 mil vidas y millones de desplazados, desaparecidos y condenados a sufrir violaciones sistemáticas a sus derechos humanos más elementales. Un gobierno que nos ha robado la tranquilidad, el honor, la felicidad de soñar con una vida mejor para nuestros hijos. Que nos ha empobrecido. Que ha permitido el más grande saqueo de las finanzas públicas de nuestra historia, incluida la brutal depredación colonial.
Pero Peña se presenta cotidianamente muy sonriente, incluso haciendo bromas de mal gusto como la que usó para humillar al anciano secretario de Salud, José Narro, como si se tratara de un gobernante tan querido y respetado por la población, que puede darse esos lujos de gobernante bananero.
Don Enrique Peña cree firmemente que lo ha hecho bien, y con base en esa equivocada, falsa apreciación, interviene en la campaña del candidato del PRI, llevándolo, inexorablemente, ahora sí que al despeñadero.
No hay tal “Yo Mero“. El “mero mero” sigue, y seguirá siendo durante el resto de la campaña, un hombre embriagado por el poder presidencial omnímodo que, en el pasado, logró perturbar la mente de presidentes mucho más maduros y formados que él.
Meade no cae en la cuenta de que mientras más pronto se sacuda los negativos del peñismo más posibilidades tendrá ya no digamos que de triunfar electoralmente, sino de al menos no hacer el peor ridículo de la historia del priismo. Sólo un golpe de timón podría salvarlo de no descender a un cuarto y hasta quinto lugar tan pronto como la Zavala y El Bronco empiecen a hacer su ruido. Pero parece que Meade le seguirá apostando a la estrategia de la Cosa Nostra jurásica, al viejo dicho de la Dictadura Perfecta: “el PRI siempre gana y cuando no gana, arrebata”.
O no tiene talento para darse cuenta de la trampa en la que está inmerso, o tiene miedo que lo sustituyan. Allá él.
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