El PRI-MOR marcha sobre ruedas: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial
Se perfila un bipartidismo efectivo en México
Enrique Peña Nieto se ve de lo más contento y relajado, abanderando a la Selección Nacional de Futbol entre bromas y sonrisas, mientras su candidato no priista se debate en la derrota segura, hundido ya en un insuperable tercer lugar.
Desesperado y cada vez peor asesorado, José Antonio Meade se envuelve en el lábaro patrio con desplantes de un nacionalismo fingido, frente al conato de guerra comercial desatado por Donald Trump (“¡Con México no se juega!”), al tiempo que Lorenzo Córdoba y el mismísimo Eduardo Sánchez, descalifican a los empresaurios porque rayan en la delincuencia electoral al inducir a sus trabajadores a no votar por el populismo.
Repentinamente, en este último tramo de las campañas, a Peña no parece importarle un comino la inminente derrota de Meade. ¿Por qué?
Apenas hace algunos días, el Presidente conminaba al electorado, un día sí y el otro también, a que no votaran por López Obrador, pero ahora regaña a los empresaurios, a través de su vocero oficial, por hacer exactamente lo mismo.
¿Qué se traen entre manos?
Todo parece indicar, como apuntaba en mi columna anterior, que se teje un nuevo amasiato de Peña Nieto para sustituir al del prianismo Peña-calderonista, ante un inevitable triunfo electoral de López Obrador por aclamación nacional. Tal nuevo amasiato sería el del PRI-MOR.
Obviamente el acuerdo “amoroso”, tácito o explícito, tendría que contemplar ventajas mutuas para ambos pretendientes. A uno, el presidente Peña le permitirá llegar a los codiciados Pinos sin intentar modificar, mediante trampas, la mayoritaria y podría decirse a estas alturas aplastante simpatía ciudadana. A cambio, López Obrador se haría relativamente de la vista gorda ante un cúmulo masivo de irregularidades electorales en Gubernaturas, Congresos y alcaldías en todo el país.
López ya adquirió el status de imparable. En un avión la gente lo aclama como si fuera un rockstar y Aeroméxico despide a un piloto por haberlo saludado. Las plazas se llenan sin necesidad de acarreados a la vieja usanza, y las encuestas le dan una ventaja enorme que podría crecer mucho más el día de la elección, por los indecisos.
Quizá nunca antes un candidato presidencial había alcanzado tales niveles de aprobación.
Así que a Peña no le queda más remedio que negociar, porque efectivamente un intento de fraude ahora sí despertaría al tigre, (ya no decimos “al México Bronco“, porque “el candidato manco” ha desacreditado la expresión).
No le queda más a Peña (y parece estar muuuuuy aguuuuusto con el acuerdo) que tratar de salvar lo que se pueda del resto de las elecciones -aunque se vea obligado a ceder la Presidencia-, para evitar que López gobierne con una apoyo entusiasta de gobernadores, congresos y presidencias municipales, lo que significaría el fin del PRI y la instauración en México de un auténtico bipartidismo.
La promiscuidad ideológica ofrendada al pragmatismo salvaje que hemos vivido en estos últimos tiempos, y que se refleja en un tripartidismo confuso en esta crucial elección, sería el preludio de una nueva definición agrupada de manera clara ante la ciudadanía, en dos grandes corrientes, perfectamente definidas e identificables: la corriente nacionalista (o populista si se quiere) de Morena y sus satélites (tendientes a desaparecer), frente a la neoliberal, agrupada por los despojos de la derecha priista, el PAN, PRD y sus igualmente prescindibles satélites.
El electorado sabrá entonces y podrá optar con toda claridad en cada elección, sin dejarse manipular por el marketing político -al menos en los niveles de auténtica alienación de hoy en día- que el neoliberalismo tiene sus ventajas, porque estimula la creación de grandes capitales que se pueden aplicar a la investigación tecnológica avanzada en materia de economía sustentable, energía limpia, descontaminación planetaria, medicina avanzada, viajes interestelares, y muchísimos campos que dominarán el futuro de la humanidad en el corto plazo, por causa del calentamiento global.
Pero también el electorado sabrá cuándo tiene que frenar ese enriquecimiento descomunal de unos cuantos para dar vigencia a opciones populistas. Y ese momento estará determinado por la circunstancia -como la dominante en nuestra triste actualidad- de que los empresarios hipermillonarios amasan sus enormes fortunas -con base en el sacrificio de la mayoría-, no para destinar esos fastuosos capitales a las causas nobles del progreso, sino al despilfarro ofensivo de ellos mismos y sus familias. Esa enorme riqueza -con honrosas excepciones- se destina hoy en día a fomentar la corrupción y la impunidad, para hacer crecer sus bienes a los niveles de locura que ofenden y humillan a la inmensa mayoría.
Las dictaduras, como la neoliberal que priva en México desde hace 36 años, y las de izquierda populista, como la de Nicaragua o Venezuela, sólo llevan al desastre. Tan dañinas unas como las otras.
El populismo y el neoliberalismo deben ser regulados por la alternancia democrática, única forma de organización política capaz de lograr el equilibrio que permita la sobrevivencia en este planeta.
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