AMLO y el Fascismo Rojo de Stalin. LA VERSIÓN NO OFICIAL: Por Jesús López Segura
“Monreal avala la falsedad, hipocresía y politiquería del conservadurismo de México”: AMLO
Cuestionado esta mañana por el reportero de Crónica sobre cuál es el objeto de mantener el apoyo del Ejército otros 6 años, y si con esa prórroga se piensa crear alguna otra corporación de carácter civil, por ejemplo, el mandatario respondió que no. Que el propósito es darle tiempo a la consolidación de la Guardia Nacional y terminar de construir los cuarteles que faltan, con lo que López Obrador reconoce que siempre su intención fue militarizar la Seguridad Pública, por lo que la propuesta priista que salvó del desafuero ¿y de la cárcel? a Alito, le viene como anillo al dedo porque así podría alcanzar los votos para la reforma constitucional anhelada.
Hasta ese punto todo sonaba lógico y hasta creíble, pero luego soltó su verdadera motivación: Por ningún motivo -dijo- va a permitir que una policía en manos de civiles termine corrompiéndose como ocurrió con la Policía Federal comandada por Genaro García Luna. En la visión del presidente, solo los militares tienen la cualidad de ser incorruptibles.
El mensaje de López Obrador a sus millones de fieles fanáticos dejó de ser, repentinamente, subliminal. Ahora es franco y directo: Los civiles son susceptibles a la corrupción, pero los militares no. Por eso solo a ellos se les puede tener confianza para hacerse cargo no solo de la Seguridad Pública, sino también de una larguísima serie de responsabilidades que antes tenían los civiles, como la construcción de aeropuertos y vías férreas, sucursales bancarias y cuarteles, vigilancia de aduanas, etcétera, etcétera.
Despojar a los civiles para instaurar un régimen militar, pero por la vía pacífica, no con los sangrientos golpes militares del siglo pasado en el cono Sur de Latinoamérica, al mismo tiempo que se les rinde homenajes a personajes como Salvador Allende y se invita a Palacio Nacional para las celebraciones del 15 de septiembre a familiares de César Chávez y Martin Luther King (¿Noam Chomsky les canceló?), es, por lo menos, incongruente.
Eso, como bien apunta Germán Martínez Cázares, empieza a delinear, en forma inequívoca, los gérmenes del fascismo en México, un fascismo típico de la izquierda estalinista, lo que Wilhelm Reich -el discípulo maldito de Freud– llamó el Fascismo Rojo, que difiere del fascismo alemán de Hitler, en que la supremacía racial es sustituida por la supremacía ideológica, en aras de la cual pueden y deben ser exterminados no los judíos, en razón de su religión o de su raza, sino los “conservadores” que se oponen a la “gloriosa transformación nacional” encarnada por el falso mesías.
El fascismo (Reich, Wilhelm. “Psicología de Masas del Fascismo”. Editorial Bruguera) se desarrolla en una sociedad profundamente afectada por la represión sexual masiva de las mujeres y los adolescentes, cuando un líder de corte carismático (en el sentido Weberiano del término) apela directamente a las tendencias secundarias del individuo traumado desde la infancia (y en no pocas ocasiones, desde el útero), ignorando los más profundos sentimientos de su núcleo biológico (sentimientos cósmicos u oceánicos), lo que desata una serie de explosiones emocionales dirigidas a enemigos imaginarios, siempre mediante la conducción mentirosa del líder.
Un ejemplo: Es cierto que con García Luna se instauró un régimen de Seguridad Pública en manos de los criminales, como afirma, como su primera premisa, el mandatario mexicano actual. Esa es una verdad absoluta que para cualquier gobierno que se preciara de encabezar una transformación nacional profunda, implicaría haber metido a la cárcel -desde 2018- al jefe máximo de ese régimen criminal: Felipe Calderón Hinojosa.
Pero de esa primera premisa verdadera, se salta a otra falsa, la de concluir que el caso de García Luna se debe extrapolar hacia todas las policías civiles del mundo. Y la conclusión se construye, entonces, a partir de esa segunda premisa fallida: Solo los militares pueden garantizar la incorruptibilidad de las policías.
El carácter estrictamente fascista de este silogismo ilógico, de esta verdad a medias del presidente mexicano, se complementa con la mentira abierta, sostenida una y otra vez durante semanas en La Mañanera de que, en la mayaría de los países europeo y latinoamericanos, las guardias civiles dependen de las fuerzas armadas (en realidad dependen de los ministerios de Interior).
El líder fascista, pues, apela a la desesperación de la gente a la que se ha hecho vivir en estos años una auténtica crisis humanitaria en la que los miembros de la Guardia Nacional se han limitado -cuando no a ser humillados y obligados a poner la otra mejilla-, la mayoría de las veces a contemplar, sin intervenir, la masacre que grupos criminales efectúan a diario en las comunidades, extorsionando, violando y asesinando a la población inerme.
Como complemento, la Guardia sirve también para desarmar a los grupos de autodefensa que se organizan ante la inexplicable inacción de los soldados y marinos que, cuando se atrevieron a capturar a un narco como Ovidio Guzmán, fueron obligados a recular y dejarlo en libertad por orden del propio Presidente de la República, según ha reconocido sin rubor alguno.
El fascismo mexicano en gestación, el odio entre clases que el propio mandatario se ha encargado de fomentar a diario con sus discursos polarizantes. El desprecio con el que AMLO se expresó -en su tierra, Zacatecas, al lado de su hermano el gobernador-, sobre Ricardo Monreal, por haber cometido el pecado de abstenerse (ni siquiera votó en contra) de dejar en manos de los militares la seguridad pública del país, se parece al fascismo de Daniel Ortega en Nicaragua, donde solo cabe un esquema de pensamiento, el del líder sandinista que, por efecto de la megalomanía que el poder absoluto genera en los menos inteligentes, simplemente cambió de opinión.
Ahora sabemos a ciencia cierta que el Presidente López no puso a su marioneta Layda Sansores a balconear sistemáticamente las siniestras expresiones telefónicas de Alito, en busca de justicia alguna, de castigar a semejante gánster de la política corrupta, sino a someterlo para conseguir un aliado más en la militarización de nuestro país. ¡Vaya decepción!