Guacamaya Papers y El Rey del Cash. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Que Mario Delgado le llevaba a AMLO maletas mensuales de dinero por instrucción de Ebrard
Se ha desatado una masiva descalificación del libro recién publicado por una ex compañera del ex brazo derecho de AMLO, César Yáñez, por cuenta de medios afines a la 4té o proclives a buscar financiamiento en esa pradera, conforme se van agotando los recursos del prianperredismo, una vez tirada la toalla frente al embate judicial que amenaza a sus más conspicuos patrocinadores.
¡Ni una sola prueba de sus dichos infamantes!, gritan ofendidos por el ejercicio de comunicación anecdótica de quien vio de cerca, como protagonista, no como investigadora, el ir y venir de maletas -no bolsas ni portafolios-, ¡maletas llenas de dinero para la causa!, como las que, dice Elena Chávez, Marcelo Ebrard le entregaba a Andrés Manuel López Obrador, mensualmente, a través de Mario Delgado.
No he leído el libro de marras ni pienso hacerlo, desde luego, porque como analista profesional no me dedico a compartir chismes, sino reflexiones.
No soy periodista, ni investigador, ni mucho menos ministerio público para juzgar si alguna aportación bibliográfica, como la que nos obsequia Elena Chávez, debe ser evaluada por las pruebas que aporta de sus dichos o por la valentía de exponer lo que vio con sus propios ojos durante años de intimidad plena con el más íntimo del ahora presidente.
Chávez no está presentando una denuncia ante el Poder Judicial como para que se le exijan pruebas. Incluso en ese caso sería el Ministerio Público el que debería aportarlas. Si la demandaran por difamación -algo poco probable porque el Presidente dice respetar la libertad de expresión hasta el grado de aceptar ofensas, insultos e incluso difamaciones-, entonces se vería obligada a sustentar sus dichos.
Por lo pronto. Elena solo nos ofrece un cúmulo de experiencias que vivió y calló en su momento, pero ahora por despecho -o por lo que usted quiera- está dispuesta a revelar.
Bienvenida sea su denuncia y que quienes se las dan de ejercer el periodismo de investigación, o la policía, se dediquen a buscar las pruebas que solventen una demanda ante el aparato burocrático de justicia, ese elefante blanco que procura más bien la impunidad, como salta a la vista de cualquiera que observe el proceder del fiscal florero y del presidente que le prodiga su total confianza, gratuita e irracional, cada que vuela la mosca.
Las revelaciones que ha hecho esa heroína nacional que se llama Anabel Hernández en sus libros, por ejemplo, han dado pie a la expresión inaudita de un mandatario que se quiere significar como el campeón de la lucha anticorrupción: “que presente las denuncias ante la autoridad correspondiente”, como si Anabel, además de echarse encima a miles de corruptos por sus investigaciones periodísticas, tuviera la obligación adicional de mover el reumático aparato burocrático de justicia. Como si ése no fuera el papel de un presidente que presume de justiciero.
El mismo mandatario que defiende a capa y espada a Julian Assange, incluso a costa de fricciones con su principal socio comercial, pero desdeña los millones de cables hackeados por Guacamaya en donde, por ejemplo, aparece su secretario de Gobernación en relaciones escandalosas con cárteles de las drogas cuando era gobernador de Tabasco, declara que no tienen importancia, que “las denuncias no van más allá de la gravedad de mis achaques”.
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