Revolución, sí, pero solo de las conciencias. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
¿Así es como se gestan las dictaduras latinoamericanas “de izquierda”?
En México se libra una batalla ideológica, sin cuartel, impulsada por el Presidente López Obrador desde sus peroratas matutinas cotidianas en Palacio Nacional. Él llama a esta agresiva embestida cultural “La Revolución de las Conciencias” que no es otra cosa que una suerte de clarificación colectiva, producto del “derecho de réplica presidencial” a los modelos de comunicación hegemónica que durante décadas se dedicaron a consolidar, en forma poco menos que aplastante, los agentes de lo que, en términos marxistas, se conoce como la imposición de “la ideología dominante”.
Así pues, el modelo obradorista está inspirado básicamente en una visión superestructural del paradigma marxista del cambio, lo que choca abiertamente con la estrategia ortodoxa del materialismo dialéctico, que ubica cualquier posibilidad de cambio real en la estructura económica de la sociedad (formada por la articulación de diversos “modos de producción” en una formación social concreta, históricamente determinada).
La estructura económica se rige por las relaciones de producción y son estas relaciones las que determinan la superestructura ideológica sobre la que se basa el predominio de la clase dominante, asociada directamente con el modo de producción principal en la formación social en cada lugar y momento histórico determinados, y no a la inversa.
Andrés Manuel López Obrador conduce su revolución pacífica por la puerta trasera de la ideología, sin atreverse a tocar, ni con el pétalo de una rosa, las relaciones de producción concretas que dan origen a esa ideología dominante que pretende combatir sin alterar un ápice las relaciones de producción que le dan origen y sustento, sino combatiéndola en el terreno resbaladizo del ámbito superestructural. Gravísimo error. Un ejemplo:
A lo largo de 5 años se ha desgastado inútilmente debatiendo con los intelectuales orgánicos del neoliberalismo -que cuentan con los poderosos aparatos de difusión masiva que les heredaron los gobiernos neoporfiristas- cuando podría haber sometido a revisión las concesiones del espacio radioeléctrico, propiedad de los mexicanos, conforme a la facultad inalienable que le concede la ley para obligarlos a mantener un enfoque que podría resumirse en el término “patriótico”, como requisito para mantener dichas concesiones.
Así de simple. Pero AMLO no ha querido aplicar la ley a ninguno de los “saqueadores” a los que acusa cotidianamente pero solo en el nivel ideológico. A los presidentes genocidas que ordenaron al Ejército mexicano perpetrar masacres, como la Guerra Sucia, Ayotzinapa, Tlatlaya, y un gran etcétera. Enmascaró en una absurda “consulta popular” la posibilidad de juzgar a los expresidentes, induciendo a la población a que no se alcanzara el nivel “vinculante” de la votación, oponiéndose de manera explícita y sistemática a ese anhelo de justicia del pueblo mexicano.
Se ha atrevido incluso don Andrés a glorificar como “grandes demócratas” a personajes como Alfredo del Mazo y “el licenciado Peña Nieto“, o a rendirle pleitesía a miembros honorarios de la más rancia oligarquía, como los beneficiarios del mayor saqueo de los bienes nacionales impulsado por su anterior villano favorito, Carlos Salinas de Gortari, empresarios de la talla de Carlos Slim o Ricardo Salinas Pliego.
En una suerte churrigueresca de mesianismo freudiano, el mandatario mexicano está convencido de que no es necesario tocar los intereses de los megamillonarios, cobrándoles impuestos ejemplares (algo que hasta potencias mundiales “neoliberales” planean hacer), sino que considera que al impedir la corrupción (que no evadan el pago de impuestos) se pueden resolver los graves problemas de desigualdad social y que mediante “la toma de conciencia” de las clases dominadas se puede garantizar la continuidad de su modelo “revolucionario” de “transformación social”, tal como Sigmund Freud y más específicamente su discípulo más radical, Wilhelm Reich (“Materialismo Dialéctico y Psicoanálisis“), plantean que hacer consciente lo inconsciente es la única forma de superar las graves enfermedades psicosomáticas de los individuos, algo que AMLO parece extrapolar, inocentemente, a la sociedad.
Es una batalla ideológica que don Andrés -no obstante sus indudables buenas intenciones- está destinado inexorablemente a perder, y no solo porque los dueños de los medios televisivos y radiofónicos -que basan su espectacular enriquecimiento e influencia en la explotación del espacio radioeléctrico de los mexicanos- están incursionando con éxito también en las redes sociales de Internet, sino porque la gente, entusiasmada en un principio porque alguien vino a poner en su sitio (desgraciadamente solo en el nivel de la retórica) a los saqueadores y genocidas, poco a poco ha venido tomando conciencia, sí, pero de que la transformación no se dirige a las condiciones materiales de existencia (paliadas tenuemente con multitud de pensiones y becas), sino que se limita al campo ideológico (la revolución, pero solo de las conciencias) y se mantienen intocadas, idénticas, las mismas relaciones de producción de la etapa neoliberal. Por eso don Andrés se va a ver cada vez más obligado al uso del Ejército para mantener su proyecto.
Después del demoledor testimonio publicado por Salvador García Soto el día de ayer, donde se documenta la tragedia de la militarización de la ayuda a los damnificados de Acapulco, el presidente tuvo que recular, según comenta hoy el destacado columnista de El Universal. Pero dudo que los militares, ensoberbecidos por las prebendas descomunales que se les han obsequiado en este gobierno, aguanten por mucho tiempo que se les jalen las riendas. Así es como se gestan las dictaduras latinoamericanas “de izquierda”.