La implacable y controvertida lógica Claudista. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

Ya lo advertía AMLO: “La mejor presidenta del mundo” es más obstinada que yo. Ya lo verán
Si importamos más acero del que exportamos —como lamenta la mandataria Sheinbaum al calificar de “injustas”, en plañidera sincronía con Marcelo, las agresiones arancelarias de Trump— entonces México no debería tener mayor problema con el trancazo del 50% que impuso ayer el mandatario que se cree “el hombre de acero”. Bastaría con sustituir las importaciones con el metal producido en México —hoy destinado a la exportación y expuesto al feroz arancelazo— para resolver el entuerto. Lógica implacable de un lego en Economía, lo admito, pero a veces la ignorancia arrogante, que observa con aguda simpleza problemas excesivamente complejos, es más útil que la parálisis de los sesudos expertos.
Esa misma lógica implacable nos lleva a otra conclusión: si el Rambito que nos mandó Trump como embajador asegura que lo de la “Lista Marco” son rumores y mentiras, justo después de que Brolet —citando a Código Magenta— nos revela una presunta reunión secreta entre Sheinbaum y López Obrador no en Palacio Nacional (territorio de la presidenta), sino en los sótanos de Gobernación (feudo del maximato), específicamente para tratar ese espinoso asunto, entonces sería prudente empezar a tomar en serio la posibilidad de que ciertos narcopolíticos estén, efectivamente, en la mira de Washington. Porque si algo saben hacer los halcones del decadente imperio es maniobrar en el campo de la contrapropaganda y la desinformación.
Otro desafío para la más elemental lógica —ya ni hablar de una lógica dialéctica— es el esfuerzo persistente de doña Claudia por convencer a sus seguidores (porque a los críticos solo puede provocarnos una incontrolable hilaridad) de que el abstencionismo cercano al 90% en la reciente elección judicial constituye “un éxito democrático histórico” que otorga legitimidad a los nuevos ministros y ministras de una Corte que amenaza con superar en comicidad a la protagonizada por el entrañable Tres Patines.
Acusar, además, de racistas y clasistas a quienes comparan al próximo presidente de la Corte —el promotor del Tren Maya ante comunidades indígenas en Yucatán, Hugo Aguilar— con Benito Juárez, solo por tratarse de un indígena oaxaqueño (o por fingir serlo, ya que en realidad es mestizo, como la mayoría de nosotros), evidencia que al guionista de la Mañanera del Pueblo se le están cuatrapeando los estilos de don Andrés Manuel. Porque si bien él también lanzaba los adjetivos de racista y clasista a diestra y siniestra durante sus larguísimos soliloquios matutinos, al menos solía ofrecer un esbozo de argumento que les diera cierta verosimilitud. Claro, Sheinbaum rectificó después, argumentando que las críticas a Hugo Aguilar obedecen a su intención de portar trajes tradicionales indígenas como uniforme en su nuevo encargo, y no la rígida toga.
El problema de fondo, sin embargo, es que ya no existen contrapesos institucionales capaces de atemperar los excesos de esa lógica oficialista implacable. Entonces, la responsabilidad —esa sí, histórica— de asumir el papel de contrapeso recae ahora en la prensa independiente y crítica. No me refiero, desde luego, a los medios de la nueva derecha opositora, que repudian más los principios de la 4T que sus desviaciones pragmáticas en busca de réditos electorales. Me refiero a ese periodismo aún vivo, aunque agonizante, que hoy se convierte en blanco tanto de los morenistas que impulsan un golpismo revocatorio de mandato contra la presidenta Sheinbaum -y de algunas gobernadoras y gobernadores leales a los principios-, como de los añejos defensores de lo peor del prianismo conservador.