martes, julio 1

El desafío del siglo: enfrentar el calor extremo como humanidad, al margen de los políticos

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Cada año, el calor mata a medio millón de personas, más que inundaciones, sismos o ciclones

Por Jesús López Segura

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) lanzó una advertencia tan clara como inquietante: el calor extremo ha dejado de ser un fenómeno aislado para convertirse en una constante de nuestro tiempo. Y lo que es aún más alarmante: el mundo no sólo deberá aprender a vivir con ello, sino actuar con urgencia para mitigar sus consecuencias más devastadoras, es decir, la amenaza de extinción como especie.

Clare Nullis, portavoz de la OMM, no deja lugar a dudas sobre un tema que parece no preocupar mayormente a los políticos. El cambio climático provocado por la acción humana está tornando las olas de calor más frecuentes, más intensas y más letales. No se trata ya de un pronóstico lejano, sino de una realidad que abrasa ciudades, colapsa sistemas de salud y cobra vidas silenciosamente, sin los titulares espectaculares de huracanes o terremotos, pero con saldos humanos incluso mayores.

Cada año, el calor extremo mata a cerca de medio millón de personas, más que las inundaciones, los sismos o los ciclones. Y sin embargo, su impacto permanece subregistrado y escasamente atendido. “Cada muerte por calor es innecesaria”, señala Nullis. Porque no se trata de un fenómeno indomable: tenemos el conocimiento, las herramientas y la capacidad técnica para prevenir estas tragedias. Lo que falta es voluntad. Lo que sobra es negligencia.

Las altas temperaturas que actualmente azotan Europa, con aire caliente del norte de África y un mar Mediterráneo recalentado que amplifica el infierno en tierra firme, no son una anomalía climática pasajera, sino el nuevo patrón. Julio, históricamente el mes más cálido en el hemisferio norte, ahora muestra extremos inéditos incluso antes de iniciar su segunda quincena.

La solución no vendrá de los políticos que diseñaron o toleraron este desastre ambiental, sino de una humanidad que asuma con seriedad su responsabilidad compartida. Las alertas tempranas y los planes de acción no pueden seguir siendo recomendaciones tecnocráticas, sino mandatos éticos, sociales y civilizatorios. Proteger vidas humanas ante el colapso climático ya no es una cuestión de política ambiental: es una cuestión de dignidad y sobrevivencia.

El calor extremo ha llegado para quedarse, pero la pasividad no tiene por qué acompañarlo. Nos corresponde —como especie, no como bandos ideológicos— decidir si este siglo será recordado como el del colapso largamente anunciado o como el momento en que la humanidad decidió responder, no con discursos, sino con acciones eficaces, coordinadas y contundentes.

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