martes, octubre 28

Sheinbaum le recuerda a Trump que “hay leyes”. AL GRANO. Por Jesús López Segura

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La respuesta del magnate: “Tremenda mujer, la respeto”, pero a México lo manejan los cárteles

Donald Trump ha convertido el océano en su nuevo patio de operaciones y la soberanía ajena, en detalle menor. En apenas semanas, la Casa Blanca ordenó ataques directos contra embarcaciones que calificó de “narco-terroristas”, hundiendo al menos nueve lanchas y dejando decenas de muertos en aguas del Caribe y del Pacífico —operaciones que Washington presenta como una prisa militar por detener el flujo de drogas hacia Estados Unidos. El argumento oficial es simple y brutal: si no se detiene en el mar, se matará en el mar.

Desde Ciudad de México, la presidenta Claudia Sheinbaum hizo lo que debía hacer un jefe de Estado preocupado por la legalidad: “nosotros no estamos de acuerdo. Hay leyes internacionales de cómo tiene que operarse frente a un presunto transporte de droga… y así lo hemos manifestado”, dijo, recordándole a Washington que las fronteras y las aguas no son un tablero para ejecuciones unilaterales. Fue más que un regaño cordial: fue el intento de poner un límite al nuevo intervencionismo extrarregional.

La respuesta de la Casa Blanca, sin embargo, no fue diálogo sino desplante imperial. El secretario de Guerra, Pete Hegseth, y el propio Trump justificaron los ataques con informes de inteligencia y metáforas apocalípticas —un “submarino” que, de tocar tierra, habría matado a “25,000 estadounidenses”— y con la idea de que el presidente tiene autoridad suficiente para ejecutar estas acciones sin pasar por el Congreso. Es la mezcla perfecta entre paranoia bélica e ignorancia legal.

Peor aún: la campaña militar de Trump va acompañada de un desprecio reiterado por la realidad política regional. El mandatario ha afirmado por enésima ocasión que “a México lo manejan los cárteles”, una frase que desprecia la respuesta diplomática que demanda el respeto al derecho internacional. Es la misma lógica con la que se salta a la acción: si todo lo demás falla, el poderío militar es la respuesta predilecta.

Lo que presenciamos es la materialización de una política exterior infame por dos motivos: primero, porque normaliza la violencia extraterritorial bajo la excusa de la seguridad nacional, erosionando normas que protegen la soberanía y la vida en alta mar; segundo, porque mezcla propaganda de miedo con acciones militares selectivas que difícilmente resistirán escrutinio judicial o diplomático. La narrativa antiseguridad —“los cárteles son el ISIS del hemisferio”— sustituye a la investigación, la cooperación judicial y las soluciones estructurales.

Sheinbaum, cuyas palabras apelan a la ley y al foro multilateral, actúa en el espacio que le corresponde: denunciar, exigir reglas y, sobre todo, proteger la integridad de navegación de ciudadanos y pescadores que nada tienen que ver con el crimen. Pero el regaño, por contundente que sea, choca contra una administración estadounidense que prefiere la acción unilateral a la diplomacia.

En suma: el regaño de Sheinbaum expone la contradicción central de la política exterior trumpista —eficacia militar autoproclamada a expensas de la legalidad y la diplomacia— y revela, también, una triste verdad regional: cuando la fuerza precede a la ley, la única víctima segura acaba siendo la cooperación entre pueblos que, paradójicamente, deberían pelear juntos contra el crimen y no mantenerse como su simple campo de batalla.

 

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