martes, noviembre 25

Que Rosa Icela organice “mesas de diálogo” con los cárteles. AL GRANO. Por Jesús López Segura

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Ya que la 4té tiene la consigna de abrazarlos, por lo menos que los meta verbalmente en cintura

Vaya numerito que protagonizó ayer Rosa Icela Rodríguez. Puso en evidencia la absoluta desconexión del gobierno federal con la realidad, específicamente de la dependencia encargada de la gobernabilidad en el país. En plena parálisis nacional —decenas de carreteras tomadas, aduanas frenadas, miles de ciudadanos atrapados— la titular de Gobernación salió a decir que todo era culpa del PRI y del PAN. Y, por supuesto, que la solución estaba en… unas mesitas de diálogo. Como si los transportistas y campesinos no estuvieran ya hartos de ser extorsionados, asaltados y asesinados, mientras el Gobierno les daba atole con el dedo.

Si Rosa Icela, junto con los jilgueros mediáticos de la 4té (incluido lastimosamente el otrora independiente Julio Astillero) insisten en la necesidad compulsiva de “dialogar” con las víctimas, sin concederles jamás la única solución posible, a saber, controlar a sus victimarios, no tardarán en proponer que en las mesas participen los principales líderes de los cárteles, para ver si los convencen ya que no quieren balacearlos.

El columnista Salvador García Soto plantea en su lúcida columna de hoy, de El Universal, que si Rosa Icela realmente posee las “pruebas contundentes” que menciona para culpar a una oposición que el propio gobierno describe como “derrotada” y casi ornamental, ya tardó en presentarlas. Y si no las tiene —y todo indica que no— entonces estamos ante algo peor: una funcionaria rebasada que recurre al cuento conspirativo para evitar reconocer el origen del descontento y que, encima, considere ilegítimo que partidos de oposición, legalmente constituidos, abracen causas ciudadanas, o peor aun, que prohíban —nada más por sus pistolas— que ciudadanos de diferentes edades y orígenes socioculturales, económicos o de cualquier otra índole, puedan aglutinarse en causas comunes.

Porque mientras el país estaba semiparalizado, la responsable de la gobernabilidad se dedicó a repartir culpas y a declarar que “no había razón” para los bloqueos. Una postura que, como señala García Soto, terminó encendiendo aún más a quienes llevan años padeciendo violencia, cobros de piso, falta de garantías para su trabajo y abandono gubernamental.

La torpeza es mayor cuando se observa la inconsistencia del discurso oficial: satanizan a los opositores del PRIAN acusándolos de “contaminar” con su “sucia” presencia partidista cualquier manifestación del pueblo diáfanamente pura, al tiempo que dicen encontrar con su microscopio inquisitorial no solo una entelequia a la que llaman “ultraderecha nacional”, sino incluso ¡internacional!

Y es que la narrativa de Rosa Icela no es un error aislado: es reflejo del negacionismo sistemático que se ha instalado en el gobierno de Claudia Sheinbaum. Una lógica heredada y perfeccionada: negar la violencia, minimizar las extorsiones, inventar conspiraciones y descalificar cualquier protesta como complot de “malquerientes”. Todo menos asumir su escandalosa complicidad con la delincuencia, a la que siguen prodigando abrazos mientras satanizan nada menos que a sus víctimas.

El problema es que el país estalla por todos lados: desde Uruapan hasta las aulas universitarias y los pasillos hospitalarios. Pero en Palacio sólo ven enemigos, no ciudadanos hartos de que los cárteles dominen carreteras que el gobierno ya no controla, ni parece interesado en recuperar, lo que lleva irremisiblemente a la vergonzosa conclusión —que se va abriendo paso en todas partes— de que la 4té comparte el poder con los criminales.

El “resbalón” de Rosa Icela fue tan grave que hasta el propio Ricardo Monreal tuvo que marcar distancia. Con su artificioso tono de político profesional, dijo que “respeta” a la secretaria, pero no comparte su diagnóstico. Traducido: ni dentro del oficialismo creen en la fábula del complot opositor.

Son funcionarios que no escuchan, no ven, no entienden y sólo responden con soberbia, negación y mesas de diálogo eternas que jamás culminan con la acción solicitada en todos los tonos posibles: someter a los delincuentes y hacerles caer todo el peso de la ley, lo que constituye su obligación primordial a la que, por cierto, han renunciado durante 7 años seguidos.

Si esa es la ruta, el panorama no puede ser más preocupante. Porque lo que sucede en las carreteras no es solo un reclamo sectorial: es el síntoma más visible de un país que ya no tolera el autoengaño oficial, ni la insensibilidad de quienes deberían garantizar la seguridad y prefieren esconder la realidad bajo la alfombra de la propaganda.

Mientras tanto, allí sigue Rosa Icela, empeñada en “dialogar” con las personas equivocadas. Ya que no se deciden a combatir a los criminales —porque la única forma que imaginan es la que desplegó el inútil de Calderón—, entonces que se sienten a dialogar con ellos. Que les pidan amablemente que dejen a la gente en paz y ya no trafiquen con fentanilo. Que vuelvan, pues, a la pax narca que mantuvieron los priistas durante décadas, hasta que llegó Borolas a patear el avispero y dar luz verde a la trágica militarización de la “seguridad pública” del país.

Si López Obrador hubiera legalizado las drogas recreativas y armado al pueblo bueno en lugar de a los militares, otro ganso cantaría.

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