Crítica a la columna de Jorge Zepeda Patterson en El País: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial
AMLO no tiene por qué conciliar con políticos criminales que le antecedieron, y sus cómplices
“Nunca un presidente tan bien amado había sido tan odiado, simultáneamente. Andrés Manuel López Obrador supera el 80% de aprobación entre los mexicanos, un récord por donde se le mire en los tres primeros meses de Gobierno. Pero si el odio de los pocos se midiera en decibelios, los tímpanos de muchos estarían ya destrozados. El encono entre sus detractores crece día a día y con ello la intoxicación visceral en la opinión pública. Pueden ser minoría, pero pertenecen a la porción de la sociedad que tiene voz y mando en los medios de comunicación y en los círculos económicos y financieros”, apunta en su columna de El País, el gran analista Jorge Zepeda Patterson, con el título “El odio del presidente bien amado”.
Y aunque el analista (también de “SinEmbargo“) se declara partidario del bando lopezobradorista no deja de descalificarlo con el argumento de que “si la rabia y el desorden no son atendidos, en efecto, solo queda el abismo; y la única alternativa si López Obrador fracasa, me temo, será una salida autoritaria del tipo Bolsonaro“.
Concede, pero luego fustiga: “Los críticos tendrían que reconocer que venimos de un pasado en el que muchas cosas fallaron en la supuesta democratización de las instituciones (a ratos actúan como si proviniésemos de una Suiza idílica que López Obrador está destruyendo). Pero también es cierto que el mandatario tendría que hacer un esfuerzo para convertirse en un presidente para todos, incluyendo el 20% que lo cuestiona. No todo el pasado es descalificable. Tendría que dejar atrás al opositor rijoso que fue durante dos décadas. Generalizar a mansalva terminará polarizando aún más el debate; encontrar un enemigo cada día es innecesario. Enardecer a los conversos ya no le aporta algo más al presidente, pero provoca divorcios insalvables y destruye puentes con sectores que resultan imprescindibles si quiere crecer al 4% anual o cambiar la realidad de México. Para pelear se necesitan dos, y los dos terminarán perdiendo”.
Luego de esta prolongada cita del pensamiento de este gran analista, me atrevo modestamente a sugerirle que atienda lo siguiente: López Obrador no está aumentando los impuestos a los ricos para allegarse recursos para los pobres. Les ha prometido no crear nuevos impuestos y no aumentar los ya existentes. Y lo va a cumplir. Su política no va contra los empresarios que legalmente han incrementado sus inmensas fortunas con base fundamentalmente en la sobre explotación de los trabajadores. Empresarios que pagan salarios diez veces menores a sus empleados de la industria automotriz, por ejemplo, que sus socios comerciales en el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.
No. López Obrador pretende financiar su incuestionablemente justa cruzada en favor de los pobres con el dinero que se obtenga, simplemente, de frenar de golpe los procesos de corrupción masiva que azotan al país desde hace tres décadas, por lo menos.
No pretende el Presidente suplantar un modelo económico neoliberal por otro radical. No. Solo va contra los criminales de cuello blanco que saquearon las finanzas públicas, a fin de que se abstengan de seguir haciéndolo, ni siquiera para encarcelarlos y si algunos empresarios y sus voceros en los medios de comunicación hegemónicos lo odian por eso, y a diario tratan de sabotear su política de saneamiento de un sociedad corrompida hasta la médula de sus huesos, ello no puede significar otra cosa que esos mismos empresarios y sus jilgueros mediáticos han sido cómplices del enriquecimiento ilícito derivado de la corrupción masiva de los políticos corruptos.
Los empresarios honrados están felices de que se acabe la corrupción, porque para competir en una sociedad sana -incluso en la que domine una política económica neoliberal- se requiere que no exista la corrupción a la hora de competir por contratos gubernamentales que sacaron del mercado siempre a los aspirantes honestos.
López Obrador se comprometió -en lo que a él concierne- a mirar siempre hacia adelante, para no empantanarse en procesos judiciales que obstruyeran su tremendo reto de recuperar a un país destrozado por la avaricia, la delincuencia y la miseria de la mayoría como sustento odioso del enriquecimiento desquiciado de unos pocos.
Los empresarios deberían estar felices colaborando en este magno reto. Pero los delincuentes también, porque se les perdona en la práctica sus fechorías a condición de que ya dejen de cometerlas a partir de ahora. Deberían estar agradecidos con semejante extrema generosidad de un mandatario seriamente comprometido con la reconciliación nacional, la que impulsa a diario con una estoicidad simplemente extraordinaria.
Pero no. Ni los empresarios ni los criminales de cuello blanco (en muchos casos la distinción resulta redundante), ni sus voceros desde medios de comunicación concesionados por el Estado Mexicano están agradecidos. Por el contrario, a diario torpedean a un mandatario que tuvo la grandeza de miras de dejarlos en paz, a condición de que no obstruyeran la cuarta transformación que le urge a todos, a ellos mismos porque este país no aguantaba otro sexenio de saqueos. Quieren más. Trabajan arduamente desde los espacios que ganaron durante su etapa de dominación absoluta que ni siquiera se les ha cuestionado. Son tan insaciables que habiendo acumulado riquezas inmensas mal habidas quieren más y no les importa en absoluto destruir Pemex y todo lo que significa la salvación de un pueblo que ha aguantado con una capacidad de sacrificio que raya en el masoquismo sus abusos por décadas.
Los burócratas corruptos que impusieron una dictadura de 30 años con base en asesinatos políticos como el de Colosio y Ruiz Massieu y con escandalosos fraude electorales se dicen ofendidos porque se les ubique en cada conferencia mañanera como lo que son. No sólo no agradecen que se les perdone la cárcel, también quieren que se les siga rindiendo homenaje como lo que no son, ni fueron, ni llegarán a ser jamás.
No don Jorge Zepeda Patterson, más bien debemos impulsar al presidente para que se deje de medias tintas y cambie el modelo económico por uno más justo que redistribuya cuanto antes la riqueza y para que obligue a los mega ladrones de cuello blanco a que devuelvan lo que se robaron o vayan a la cárcel. El presidente no tiene por qué conciliar con bandidos y sus cómplices activos o pasivos. Debería cancelarles las concesiones televisivas si siguen neceando contra el bienestar del país.
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