jueves, septiembre 11

México declara guerra comercial contra China. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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Nada que ver con las negociaciones con Estados Unidos, dice Claudia Sheinbaum. ¿De veras?

Apenas unos días después de la visita del halcón republicano Marco Rubio a nuestro país —ese viejo operador de la línea más dura de Washington contra China—, el gobierno mexicano anuncia -desde el presupuesto de egresos para el año próximo- que aplicará aranceles de 50% a autos y productos chinos, llevando la medida “al nivel máximo permitido por la OMC”, y dejando a miles y miles de propietarios de autos chinos en la indefensión total al cerrar la puerta en la cara a una industria que florece en el mundo entero con productos accesibles de la más alta calidad.

Los aranceles se aplicarán contra productos de 19 sectores industriales estratégicos que están agrupados en mil 463 fracciones arancelarias y que, actualmente, tienen impuesto a la importación de cero, como en los remolques, hasta el 35% como autopartes, motocicletas, ropa, ciertos muebles y tipos de vidrio.

La narrativa oficial, pronunciada por Marcelo Ebrard, es tan pedestre como previsible: se trata de “proteger” 325 mil empleos nacionales y blindar sectores estratégicos como el automotriz, siderúrgico, textil y de autopartes frente al dumping asiático. Todo muy patriótico. Pero el timing apesta a alineamiento servil con un imperio en franco declive, que busca desesperadamente arrastrar a sus socios a su guerra comercial con Beijing.

Lo pintan como una cruzada nacionalista contra las importaciones baratas que amenazan a la industria local. En realidad, luce como un acto reflejo de vasallaje geopolítico, disfrazado de defensa del empleo. Subir aranceles justo después del “apretón de manos” con Rubio resulta demasiado transparente: México decidió jugársela con Washington, aunque se trate de un socio en decadencia y cada vez menos confiable.

Claro, Sheinbaum se apresuró a decir hoy en su Mañanera que esto “nada tiene que ver” con Estados Unidos. Pero la mera aclaración delata la incomodidad: si nada tuviera que ver, no habría necesidad de insistir tanto en ello.

Lo cierto es que México está a punto de cargar con los costos de una guerra arancelaria contra China que no pidió, y cuya factura será pagada por los consumidores nacionales y, paradójicamente, por las mismas industrias que dice proteger.

Un movimiento que, más que blindar a México, lo expone a la trampa histórica de apostar todo por un imperio en absoluta decadencia. Y ya sabemos cómo pueden terminar esas apuestas.

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