lunes, octubre 13

Tulum, víctima del “turismo militarizado”. AL GRANO. Por Jesús López Segura

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Le bastaron nueve meses a la Sedena para convertir el paraíso en cuartel: Proceso

Le bastaron apenas nueve meses a la Secretaría de la Defensa Nacional para demostrar que donde pone un fusil, no vuelve a crecer el turismo. Desde que el ejército tomó el control del Parque Nacional del Jaguar, el antiguo paraíso de Tulum se transformó en un territorio sitiado, donde los visitantes huyen y los comerciantes cuentan pérdidas en lugar de ganancias.

El bullicio cosmopolita de la entrada a la zona arqueológica —antes un hervidero de mochileros, curiosos y fotógrafos— se ha desvanecido entre retenes, cobros absurdos y militares que creen que cuidar un parque es como custodiar un arsenal. La ocupación hotelera, que en veranos pasados rozaba el 90%, se desplomó a un 30%: cifras que sólo se veían en los días más sombríos de la pandemia.

El experimento comenzó en diciembre de 2024, cuando la Sedena —convertida en inmobiliaria, aerolínea, operadora ferroviaria y ahora guardabosques— asumió la administración del Parque del Jaguar, obra “ecoturística” que costó más de 2,700 millones de pesos. Lo que en teoría sería un santuario natural, terminó siendo un campo de pruebas del modelo de turismo castrense.

Los accesos a la playa y a los sitios arqueológicos ahora son zonas controladas donde se cobra entrada como si se tratara de un resort de lujo, con tarifas que van de los 105 hasta más de 500 pesos. Mexicanos y extranjeros deben pagar por lo que antes era público, y muchos prefieren irse a Cancún o Playa del Carmen, donde, al menos, el mar sigue siendo gratis.

Tiendas de artesanías, restaurantes, clubes de playa y hoteles —el alma económica del pueblo— agonizan. La Sedena, a través de su empresa Olmeca-Maya-Mexica, administra todo con la eficacia de un desfile militar, imponiendo tarifas, revisando precios y, según denuncian comerciantes, hasta vigilando negocios con la Guardia Nacional. Las protestas locales lograron abrir un acceso secundario, pero la molestia persiste: el turismo se escapa, el dinero también, y lo único que abunda son uniformes y resentimiento.

Para colmo, mientras los pequeños negocios caen uno a uno, surgen en la periferia del parque lujosos condominios y desarrollos privados, en plena “zona protegida”. Un recorrido de la revista Proceso lo constató: la selva se tala con permiso oficial, pero eso sí, bajo resguardo militar.

El sueño de Tulum como joya del Caribe mexicano fue reemplazado por una pesadilla burocrática con botas. En lugar de jaguares, los visitantes ahora se topan con soldados. Y es que la Sedena puede ganar guerras imaginarias, pero pierde todas las batallas cuando se trata de turismo, libertad y sentido común.

 

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