viernes, abril 19

López Obrador, ¿Mesías, o jardinero con suerte?: Por Jesús López Segura: La Versión no Oficial

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Ricardo Anaya ¿El gatopardo del prianismo?

https://youtu.be/YQnkfyXC3ms

 

Andrés Manuel López Obrador se atrevió por fin a delinear algunos puntos concretos que piensa desarrollar como presidente de México, un borrador de decálogo que sus críticos compulsivos tratan, apresuradamente, de destrozar, como de costumbre. Resulta increíble que un hombre que ha mantenido durante más de una década una campaña presidencial permanente, sea todavía una incógnita con respecto a aspectos finos de lo que sería su plataforma básica de gobierno.

De Meade, un político sin partido o, más bien un tecnócrata que sostiene una ambigüedad “apartidista” entre el PRI y el PAN, no hay dudas sobre lo que piensa hacer y pocos cuestionan que seguramente lo haría con precisión de relojería. Meade no puede dar sorpresas. Al candidato oficial del prianismo, como al resto de quienes profesan la fe en el neoliberalismo salvaje, seguramente le importa un bledo el bienestar de la población y la justicia social. A él sólo le pueden quitar el sueño los indicadores macroeconómicos. El mejoramiento urgente de las condiciones de vida de las familias mexicanas no encaja en sus complejos esquemas mentales. Ese tema no se incluye en las clases de economía de la Universidad de Harvard, ni preocupa mayormente en el desarrollo curricular del ITAM.

La única duda sobre Meade radica en sus límites personales, hasta qué extremo estaría dispuesto a seguir sacrificando al pueblo de México, como lo han hechos sus congéneres del prianismo dominante, para mantener los indicadores macro en los niveles que exigen los organismos financieros internacionales, con la complicidad de las calificadoras y los gobiernos y universidades gringas que se han enriquecido hasta la ignominia con la desregulación en materia financiera, es decir, con la impúdica transferencia de los bienes de la gente hacia sus arcas.

Meade representa la corriente tecnocrática neoliberal que ha gobernado este país, haiga sido como haiga sido, durante más de 30 años, desde que Miguel de la Madrid, el primer presidente mexicano que se montó de lleno en la corriente neoliberal naciente, a escala planetaria, decidió cancelar la saludable alternancia interna priista que Vargas Llosa describía, atinadamente, como la “Dictadura Perfecta“.

Con la imposición fraudulenta de Carlos Salinas de Gortari, De la Madrid expulsó del PRI a los cardenistas, que habían cohabitado con los conservadores priistas durante 7 décadas, alternando sabiamente el poder para evitar el hartazgo social. Y luego le robó la elección al Frente Democrático Nacional emergido de esa ruptura priista, con la complicidad abierta de un panismo desvergonzado que justificó su traición a la democracia con el concepto de “fraude patriótico“.

La corriente conservadora del PRI domina hasta nuestros días, plenamente identificada, por cierto, con el PAN, y rompiendo una tradición de 70 años de relativa estabilidad política y económica en nuestro país. Al excluir de la sucesión a los cardenistas, De la Madrid dio paso a una ruptura histórica dentro del PRI que, de partido de masas presuntamente emergido de, e institucionalizado por los principios de la Revolución Mexicana, pasó a formar un amasiato con el PAN para incorporar a México en la ola dominante del neoliberalismo mundial que impera hasta nuestros días.

No fue fácil la tarea de derechizar plenamente al PRI. Del asesinato de Colosio -un remanente del nacionalismo revolucionario- se pasó a la “sana distancia” de Zedillo y de ahí la “transición democrática” fallida del panismo ranchero, impulsado mediáticamente por Zedillo y protagonizado por el ahora neopriista Vicente Fox. Finalmente, la alternancia fingida del prianismo se consolidó con los dos sucesivos fraudes electorales contra López Obrador, fraguados merced al amasiato entre Peña y Calderón descrito con maestría por Álvaro Delgado.

No hay gran ciencia en este análisis somero. La alternancia entre corrientes del viejo PRI significaba un muy eficiente mecanismo de control del hartazgo social ante el saqueo inmisericorde de la burocracia alemanista, por ejemplo. El arribo de un gobierno prometedor que, al menos en el discurso, brindaba seguridad sobre el control de la corrupción: “La renovación moral de la sociedad”, “la revolución educativa” de Reyes Heroles y tantos otros discursos alentadores, brindaban esperanza de que, ahora sí, la Revolución Mexicana por fin le haría justicia a las masas y no sólo a los gobernantes corruptos y a sus aliados empresariales que la administraban.

¿Qué tanto le preocupará a Meade, en caso de ganar la Presidencia, el asunto de la inseguridad y la militarización inducidas por la dupla Peña-Calderón, específicamente con la intención, consiente o inconsciente, de evitar un levantamiento popular ante el saqueo masivo, descarado, impune de los bienes de la nación?

El procesamiento de los saqueadores más torpes y descarados como los Duarte y Borge, no significa como quiere manejarlo el incontinente verbal Ochoa Reza, un coto a la impunidad, sino una señal a los otros saqueadores que deben mantener un grado de discreción y mesura en su atraco a la nación. Son chivos expiatorios útiles para la credibilidad del sistema en épocas electorales.

Por su parte, Ricardo Anaya, el panista que logró la hazaña de coaligarse para una elección presidencial, luego de los exitosos experimentos hechos por el PRD y el PAN en elecciones estatales -casi siempre dominadas por los blanquiazules, que se llevan la mejor tajada-, se presenta con un discurso incendiario que, a nivel retórico, supera cualquier planteamiento radical de López Obrador.

Anaya hace pedazos la estrategia fallida de seguridad compartida por su correligionario Calderón y su adversario Peña. Habla sin ambages sobre la tragedia que esta errónea guerra ha provocado en el país. Dice sin temor a que le volteen la espalda los empresarios y muchos burócratas comprometidos, que va a encarcelar a todo aquel que haya cometido un acto de corrupción. Y parece que seguirá encendiendo cada vez más un discurso que pronto hará aparecer al temido López Obrador como un anciano conservador.

Por eso me permito formular la hipótesis de que Anaya es un maestro del gatopardismo. Hará que las cosas cambien para que todo siga igual, como lo demuestra el hecho de que es hasta ahora que ambiciona la Presidencia, cuando se atreve a criticar hechos en los que fue alegre cómplice antes de ser candidato

Por lo que toca a López Obrador, cada vez me recuerda más al personaje de la película El jardinero con suerte, protagonizado por Peter Sellers. Un hombre relativamente rudimentario que era, sin embargo, culto en materia de jardinería, y que por circunstancias de su vida, se relaciona accidentalmente con personajes encumbrados que interpretan su simpleza declarativa como si se tratara de profundas metáforas plenas de sabiduría.

Cuando López dice que va a considerar todas las alternativas posibles, incluso amnistiar a los criminales, como su propuesta para pacificar al país, muchos pusimos el grito en el cielo, porque tal proyecto es incluso más grave que la intención de militarización con el aberrante proyecto de Ley de Seguridad Interior. Pero los fanáticos del Peje de inmediato quedan seducidos por lo novedoso del planteamiento y lo defienden incluso negando que lo haya dicho así.

Amnistiar al pozolero o a quienes asesinaron, quemaron y desaparecieron a los 43 de Ayotzinapa es, simplemente, una locura, como dice Anaya. Sólo se justificaría si López Obrador domina el arte de transformar las piedras en peces y el agua en vino. Sólo un Mesías puede lograr la pacificación de un pueblo perdonando a quienes lo masacran. Está inventando un método de reinserción social de carácter bíblico. Y sus seguidores se han convertido en fanáticos irreflexivos que no se dan cuenta de que a López le robaron, efectivamente, dos elecciones al hilo, pero hubiera arrasado en el caso de no cometer serios errores como dejarse asesorar por personajes como la viuda de Colosio, Federico Arreola.

Si el Peje se cierra a la crítica y sólo se escucha a sí mismo en el desierto, si no rectifica errores garrafales como ése y peor aún, se aferra, como si fuera un ser perfecto, a sus ocurrencias, la va a volver a perder cuando claramente la tiene servida en bandeja de plata. Sus fanáticos no le hacen ningún favor siguiéndole la corriente como al Jardinero con Suerte. La idea de descentralizar la burocracia federal mediante un éxodo bíblico de burócratas y oficinas hacia la provincia nos hace pensar en el costosísimo desastre que significará mover a pesadas maquinarias que de por sí no funcionan. El regalar dinero a manos llenas a jóvenes y ancianos improductivos suena a regalar peces en lugar de enseñar a pescar. ¿No cree usted?

 

https://youtu.be/gQB7kyt6yoI

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