El colmo: ¡Netanyahu postula a Trump al Nobel de la paz! AL GRANO. Por Jesús López Segura

Entre copas y guayabazos recíprocos, ambos personajes construyen sus ridículas fantasías
En un gesto que raya en la obscenidad moral, el genocida Benjamin Netanyahu nominó al magnate neofascista Donald Trump al Premio Nobel de la Paz, mientras ambos celebraban —entre copas y discursos vacíos— la “migración voluntaria” de los palestinos de Gaza, como si el destierro forzado y la devastación masiva fueran un noble acto de filantropía global.
El primer ministro israelí, liberado de las múltiples acusaciones de corrupción en su propio país, gracias a las gestiones de Trump, y señalado por múltiples voces de perpetrar un genocidio contra el pueblo palestino, se atrevió a entregar personalmente una carta de nominación al Comité del Nobel proponiendo al presidente Donald Trump como candidato a la distinción pacifista más importante del planeta.
“Él está forjando la paz”, declaró Netanyahu sin que se le descompusiera el rictus, al tiempo que brindaba con su cómplice político en una cena de gala en Washington. Para el gobernante israelí, expulsar a los palestinos de Gaza, bombardeada hasta la ruina, y construir en su lugar una “Riviera de Medio Oriente” es un proyecto de “libre elección” y “futuro mejor” para las víctimas.
Trump, emocionado por el halago, respondió que la nominación “es muy significativa”, viniendo de un “gran líder” como Netanyahu, quien por cierto se encontraba en su tercera visita a la capital estadounidense desde su regreso al poder. Ambos personajes, curtidos en el arte de la propaganda y la deshumanización, aprovecharon el momento para promover, sin ruborizarse, su visión racista, colonialista y completamente ajena al derecho internacional.
Entre frases vacías sobre “cooperación regional” y promesas de un “cese el fuego” que excluye cualquier noción de justicia o soberanía palestina, Trump y Netanyahu delinearon su visión compartida: Gaza como un parque temático sin palestinos, vigilado militarmente por Israel, y con el beneplácito del imperio.
“No habrá Estado palestino”, sentenció sin rodeos el primer ministro israelí. “No nos importa”, agregó, desnudando la brutalidad de su política: La colonización explícita, descarnada, sin disfraces diplomáticos.
Mientras tanto, a las afueras de la Casa Blanca, decenas de manifestantes denunciaban a Netanyahu como un genocida. En el terreno, en la localidad de Beit Hanoun, una emboscada devastadora dejó decenas de soldados israelíes mutilados, encendiendo tensiones internas en el ejército israelí, cuyo jefe del estado mayor, según informes, amenazó con renunciar.
El Premio Nobel de la Paz, de ser concedido a Trump con el respaldo de Netanyahu, sellaría una era de perversa inversión moral, en la que los arquitectos de la limpieza étnica se disfrazan de pacificadores, y los pueblos oprimidos son presentados como obstáculos a la armonía global que sólo los verdugos pueden garantizar.
El minieditorial Rayuela, de La Jornada, advierte: “Preparémonos. Si al criminal de guerra Henry Kissinger le dieron el Premio Nobel de la Paz en 1973, cualquier cosa puede suceder ahora …”