lunes, agosto 18

Hoy no Circula, fábrica de segundos coches y aire más contaminado. AL GRANO. Por Jesús López S.

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En 1989 nace como idea original de Marcelo Ebrard, instrumentada por Manuel Camacho Solís como “medida temporal”

Manuel Camacho, el salinista puro que llegó a disputarle a Colosio la sucesión presidencial, se aventó el boleto de, ante la gravísima contaminación del entonces Distrito Federal, imponer una “solución” tan temeraria como antipopular, que de paso le permitió recaudar millones por las multas aplicables a quienes violaran una de las disposiciones más autoritarias e inútiles de que se tenga memoria.

Planteada como emergencia de unas cuantas semanas, la ocurrencia de impedir circular libremente al 20% de los automovilistas capitalinos se convirtió en norma permanente. La medida fue diseñada por el think tank de Camacho, encabezado por un joven Marcelo Ebrard Casaubón, más tarde jefe de Gobierno con la tragedia de la Línea 12 del Metro como legado, y precandidato presidencial frustrado del obradorismo.

La tragedia ambiental, lejos de abatirse con semejante drástica receta, se extendió inexorable a toda la Zona Metropolitana del Valle de México y hasta el Valle de Toluca. No importó que el programa se reforzara con medidas cada vez más severas: “Hoy No Circula Sabatino” en 2008, hologramas “0, 00, 1 y 2” para premiar a los autos nuevos y castigar a los viejos, y hasta el “Doble Hoy No Circula” de 2016, cuando la contingencia de ozono obligó a parar hasta a los coches exentos. Todo fue fuegos artificiales administrativos.

El balance real es lapidario. Un estudio académico publicado en 2008 en el Journal of Political Economy demostró que el programa no redujo de manera significativa ningún contaminante crítico. La contaminación siguió igual; lo único que cambió fue el comportamiento de los ciudadanos: algunos ajustaron horarios, otros usaron taxis o transporte informal, y muchísimos compraron un segundo auto.

El resultado está a la vista: entre 1990 y 2015, mientras la población capitalina creció apenas 9%, el parque vehicular se disparó 219%. Y no fue con Teslas: la mayoría fueron carcachas, vehículos de desecho, convertidos en “segundo coche” para evadir el calendario. Una vez en el garaje, acabaron rodando el resto de la semana en manos de hijos y cónyuges, multiplicando viajes y emisiones.

No se necesita ser genio para preverlo: si impides a una persona circular un día entre semana, cuando tiene que trabajar y llevar a sus hijos a la escuela, lo empujas a buscar una alternativa motorizada. El gobierno, con la bandera de la salud pública, sembró la cultura del atajo y del coche de relevo.

Las ambiciosas y obnubiladas autoridades que aprueban estas medidas —además de dudosamente constitucionales— encuentran respaldo en ciudadanos aterrados por la contaminación, engañados por la propaganda de quizá el programa más iatrogénico de la historia: una medicina que agravó la enfermedad.

Mientras tanto, lo obvio sigue sin hacerse: tapar baches, retirar topes inútiles, sincronizar semáforos y limitar su proliferación solo a grandes avenidas, así como perseguir a las auténticas chimeneas ambulantes con tecnología de verificación en calle, obligando a reparar sus emisiones criminales. Cada una de estas medidas contribuiría mucho más a limpiar el aire que el calendario por placas.

Claro que, en paralelo, respaldar a la industria para abaratar el costo de autos eléctricos o híbridos sería hoy una solución auténtica y definitiva, algo impensable en tiempos de Camacho Solís pero perfectamente factible en 2025. Solo que intente usted explicarle algo tan elemental a los discípulos de Marcelo, ahora al frente de la Secretaría de Movilidad en el Estado de México, o a los jilgueritos de cuarta de la 4T.

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