miércoles, noviembre 19

El autogolpe de Estado perfecto. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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Sheinbaum no entiende la jugada: mientras denuncia provocaciones, AMLO le tiende la cama para regresar

La presidenta Claudia Sheinbaum volvió a demostrar que vive atrapada en un libreto ajeno. Mientras pretende explicar las recientes protestas violentas en la capital como un intento de “montar la narrativa” de que en México se reprime a los jóvenes, no parece advertir que la narrativa verdaderamente peligrosa se está construyendo en Palenque, no en las calles: López Obrador ya no insinúa revocaciones ni sucesiones adelantadas; ahora prepara su propia ruta de retorno, disfrazada de gira literaria y sostenida por el control absoluto que mantiene sobre los poderes Legislativo y Judicial.

Al más puro estilo de los dictadores de la izquierda latinoamericana ruin, como los de Venezuela y Nicaragua, AMLO prepara un autogolpe de Estado, siguiendo el manual de desestabilizar a la mandataria que él mismo impuso, pero para que le cuidara las espaldas a él y a sus allegados, no para que perdiera el control y se empezaran a balconear abiertamente las trapacerías de Adán y Andy, entre otros socios íntimos del Señor de Palenque. La balconeada del huachicol fiscal fue la gota que derramó el vaso y AMLO ya no está dispuesto a esperar más a una mandataria incapaz de sostener la farsa de un gobierno populista que en realidad es un narcogobierno.

En su conferencia matutina, Sheinbaum aseguró que el objetivo de las marchas del sábado era provocar a la policía para fabricar imágenes de represión. Habló de jóvenes inexistentes, de opositores mal disfrazados y de una supuesta inversión de 90 millones de pesos orquestada por empresarios y la derecha internacional. Todo, menos el elefante en la habitación: la estabilidad política que ella intenta proyectar es precisamente lo que su “mentor” ha comenzado a dinamitar desde Chiapas.

Mientras Sheinbaum pide no caer en provocaciones, López Obrador provoca todos los días: recorrerá el país con la excusa de promover un libro y de paso medir fuerzas, mandar mensajes y colocar a la presidenta frente a una ciudadanía que él mismo calienta para la revocación del mandato que ella prepara como un auténtico harakiri. No es casual: la cama para el regreso ya está tendida, y la Presidenta, en lugar de verla, se enreda en la colcha acusando a “muy pocos jóvenes”, a la marea rosa reciclada, a Salinas Pliego, a entrevistas editadas, a la inteligencia artificial y a un largo etcétera que revela más desconcierto que estrategia en su desesperación por sacudirse el veredicto popular unánime que la culpa por el asesinato de Carlos Manzo.

Sheinbaum afirmó que “los jóvenes mexicanos no son violentos” y que quienes marcharon no eran realmente de la Generación Z. Se dedicó a mostrar videos para probar que lo que vimos no fue lo que vimos. Pero el problema no es la magnitud del contingente en el Zócalo, o la edad y virginidad o expertiz política de los participantes, sino la magnitud de la ingenuidad presidencial al creer que las tensiones provienen de unos cuantos gritones con marros y esmeriles, y no de quien desde el sureste ha decidido que es tiempo de retomar el protagonismo.

Mientras Sheinbaum reitera que “no caerá en provocaciones”, López Obrador avanza, provocación tras provocación, hacia un escenario donde —con su mayoría legislativa, un Poder Judicial domesticado y un aparato territorial intacto— puede “legalmente” hacer lo que le venga en gana. Y la propia Presidenta, al repetir que “el pueblo, el pueblo, el pueblo” la respalda, no nota que ese mantra ya no es suyo: pertenece al líder que vuelve a exigirlo como capital político propio.

Los ataques a Salinas Pliego —a quien en 3 segundos podría revocarle la concesión televisiva incluso sin anestesia—, la insistencia en el intervencionismo extranjero, la construcción de un complot continental, la victimización presidencial, las amenazas cada vez más descarnadas de Trump, todo forma parte de una estrategia mayor: crear un país que necesite a López Obrador para salvarse. Y quien menos parece entenderlo es quien ocupa el despacho presidencial.

Sheinbaum, en su afán de defender la “transformación”, repite que la violencia no ayuda al país. Pero tampoco ayuda una presidencia que no ve —o no quiere ver— que la violencia política más costosa es la de la ambigüedad calculada de quienes podrían fácilmente capturar a los grupos violentos para sacarles la información de quién los financia, con toda seguridad un aliado de quien dice haberse retirado, pero está ya preparando un recorrido por el país como candidato, sin decirlo.

¿No debería la mandataria ya estar haciendo público el motivo que tuvo el que disparó contra el sicario que asesinó a Carlos Manzo para salvar el propio pellejo respecto de la maledicencia que la hace culpable? ¿En qué mundo vive doña Claudia? ¿Cómo no se da cuenta de que sus asesores son sus peores enemigos?

Mientras la presidenta insiste en que “no la van a debilitar” y que los insultos “no le hacen nada”, quizás debería preocuparse menos por los gritos en las marchas y más por los silencios en Palenque, donde su verdadero adversario afina la maquinaria para su regreso sin gloria, habida cuenta de que tanto su hermano Adán como su hijo Andy han destrozado ellos mismo, con su indomable torpeza, su potencial encumbramiento.

Lo que ha quedado perfectamente claro es que —al ritmo que vamos— no es la diminuta oposición quien prepara el terreno para un choque político mayor, sino López Obrador mismo, con una pequeña ayuda de su amigo Donald, quien por enésima vez acusa a Sheinbaum de no tener el control del país y que no le gusta lo que está pasando en México.

Y doña Claudia, con todo respeto, imagina mientras tanto seguir viviendo, como Alicia, en el país de las maravillas.

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