
Al menos Higinio Martínez no pertenece al selecto grupo de las estrellas del Huachicol Fiscal
Las plumas al servicio de Horacio Duarte no solo se dedican a cantarle loas destempladas y a rendirle un inmerecido culto a la personalidad; además lo proyectan, desde una postura genuflexa, como un gran estadista, digno sucesor de la maestra Delfina Gómez. A ella —como a doña Claudia Sheinbaum— también le fueron impuestos algunos pájaros de cuenta del obradorismo más rancio: ese que, sin escrúpulos, presume relaciones con el crimen organizado mientras disfruta del cobijo de la impunidad presidencial, otorgada para no manchar el nombre del padre de la Cuarta Transformación, quien ya prepara su retorno al poder.

Con todos sus defectos y limitaciones, el doctor Martínez puede ser considerado el mayor y más auténtico líder de la izquierda tradicional arraigada en el Estado de México. Ese origen le confiere un rasgo elemental de independencia respecto de los caprichos de Andrés Manuel López Obrador, algo que Horacio Duarte jamás podrá reclamar.

Higinio es por completo ajeno a los excesos im-per-do-na-bles de López Obrador: un exdirigente priista que, por su sumisión ante los ultramillonarios del país; su relación inconfesable con grupos criminales; su misoginia mal disimulada bajo un hembrismo burocrático de escalafón que nada tiene que ver con el feminismo auténtico; sus ansias militaristas que contradicen sus promesas de campaña; y sus más de 200 mil cadáveres a cuestas (sin contar los derivados de la desastrosa gestión de la pandemia), queda definitivamente excluido de cualquier consideración como dirigente “de izquierda”.

Si “Los Puros” de la 4T tuvieran un mínimo de congruencia, lejos de financiar a los malquerientes del doctor Martínez, hace tiempo habrían roto con el obradorismo rancio, falaz y francamente fascista.
¿No cree usted?





