El amasiato Peña-AMLO. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Hay por lo menos 3 mitos bordados alrededor del pacto de impunidad de don Andrés con Peña Nieto
Varios medios de comunicación, nacionales, locales e incluso internacionales, empiezan a ventilar la especie de que “El Licenciado Peña Nieto” como le dice con cariñosa deferencia AMLO al expresidente Peña, está planeando seriamente la posibilidad de regresar a México, luego de un exilio dorado de lujosísimos viajes por todo el mundo y residencia alternada en España y Punta Cana, República Dominicana, debido a que la visa privilegiada que obtuvo en la Madre Patria -por la adquisición de un bien inmueble de 500 mil euros- le obligaba a residir solo 6 meses al año en el fraccionamiento de lujo que compartía con grandes estrellas de la farándula y el deporte internacional.
La riqueza, a todas luces “inexplicable” del “licenciado Peña Nieto“, ha tratado el propio Peña de explicarla con el mítico -por no decir mitómano- argumento de que parte de ese fastuoso patrimonio proviene de “las rentas que obtiene su madre por el alquiler de locales comerciales en Atlacomulco” (Estado de México).
Hay tres mitos más que se han venido tejiendo alrededor del diáfano, inequívoco y escandaloso pacto de impunidad celebrado entre “los dos licenciados” (también a López le dicen “el licenciado” algunos de sus fieles fanáticos, para agradarle luego de 14 años de fosilización universitaria):
El primer mito es el que refiere, con relativa frecuencia, el propio presidente López Obrador cuando asegura que Peña merece toda su consideración y respeto porque “es un demócrata”, a diferencia de Fox y Calderón, que intervinieron directamente para zancadillearlo en las disputas presidenciales del 2006 y el 2012.
Como si se tratara de una epopeya heroica del último presidente de la República emergido del Grupo Atlacomulco, AMLO relata, emocionado, que “los de arriba” trataron de ningunear a Peña para que hiciera declinar a José Antonio Meade en favor de Ricardo Anaya (o viceversa), a fin de garantizar su derrota electoral, “aunque de cualquier forma hubiéramos ganado”, dice AMLO, quien refiere haber quedado gratamente sorprendido por el “espíritu democrático” de Peña, al haberse negado a acceder a las exigencias de esa “mafia del poder“.
Nada más falso. No fue ningún prurito “democrático” el que impulsó a Enrique Peña, como lo demuestra el hecho descrito en un genial libro de Álvaro Delgado, de que 6 años antes, entró sin rubor en un descarado “amasiato“, muy lejano de cualquier vestigio “democrático”, con Fox y Calderón.
Peña negoció con AMLO el pacto de impunidad porque Ricardo Anaya lo amenazó de manera explícita, con llevarlo a juicio por la robadera, “el saqueo más grande de nuestra historia”, según repite con frecuencia don Andrés, “más grande incluso que el despojo colonial”.
El segundo mito que difunden ahora los peñistas, en diversos medios, es que el expresidente se regresa -tan pronto como termine el proceso electoral- porque tuvo la decencia, o digamos que el “tacto político”, de exiliarse para no estorbar, como si se tratara de un líder que hubiera dejado el poder no en medio de un repudio generalizado por el saqueo que realizaron él y su numerosa pandilla, sino en pleno apogeo de una presunta popularidad que pudiera hacerle sombra a su sucesor. La verdad es que a Peña se le queman las habas por regresar, dado que ya le retiraron la visa dorada en España.
El propio Peña revela, en entrevista para el libro que Mario Maldonado está a punto de publicar, que él pensaba quedarse en México, pero la aprehensión de su abogado Juan Collado, luego del “error de haber asistido a la boda de su hija”, le hicieron poner pies en polvorosa en previsión de eventuales desaguisados judiciales.
Aunado a lo anterior y como una forma de desmentir el pacto de impunidad acordado con don Andrés, Peña confiesa en esa entrevista (adelantada en algunos medios como El País y SinEmbargo) que la Fiscalía del florero Gertz le tiene preparados algunos expedientes explosivos que mantiene latentes “por si se llegaran a ofrecer”, es decir, por si la campaña de Claudia sigue en caída libre y se hace necesario un golpe mediático de proporciones nucleares.
He ahí el tercer mito subyacente en esta nueva narrativa alrededor del presunto retorno de los brujos del peñismo, es decir, del salinismo.
Ciertamente AMLO mantuvo amenazados a los priistas (como lo he venido planteando de tiempo atrás) en previsión de que se volcaran en la construcción de una candidatura presidencial competitiva, con Marcelo Ebrard a la cabeza de una fuerte alianza opositora que incluyera a Movimiento Ciudadano, por ejemplo, pero como AMLO logró de nueva cuenta domesticar a su excanciller, al tiempo que arrodilló a un pusilánime Alfredito del Mazo que cedió de forma muy fácil bastante más que la trascendente plaza mexiquense, ya no fueron necesarias las amenazas representadas con la eterna posposición de las audiencias de Emilio Lozoya.
A Xóchitl Gálvez no le afectaría mucho que la pandilla de Salinas y su títere, Peña Nieto, fueran a parar a la cárcel. Ella ha tenido cuidado en deslindarse de las mafias partidistas que le prestaron las siglas para competir. A ella bregan para doblarla en otra forma.