miércoles, abril 17

Cederá Peña la Presidencia a Morena, a cambio de rescatar lo que pueda del resto del país: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial

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El fraude electoral se centrará en los otros múltiples cargos en disputa

https://youtu.be/7ckEItzyc5U

 

El hecho de que Andrés Manuel López Obrador declare, en el bastión del priismo mexiquense de San Felipe del Progreso, donde la comunidad mazahua gritaba “fue-ra Pe-ña…fue-ra Pe-ña…” que él no es hipócrita y por tanto no se va a sumar a las críticas contra el Presidente, porque los verdaderos dueños del país ya lo agarraron de “chivo expiatorio“, revela un cambio drástico de actitud que ya se había venido insinuando, con los ofrecimientos de “amnistía”, por cuenta de un tabasqueño cada vez más civilizado y enfilado hacia la construcción de lo que parecería el nuevo amasiato: el “PRIMOR“.

Se trata de un hecho -no de una especulación- que, aunado a la liberación de procesos penales contra El Bronco y contra el socio de Ricardo Anaya, Manuel Barreiro, no puede revelar otra cosa que la aceptación por parte del cuarto de guerra de José Antonio Meade, es decir, de Los Pinos, sobre la inevitabilidad del triunfo de López Obrador en la contienda y la absoluta necesidad de los grupos de poder que entregarán la presidencia, de esforzarse por no perderlo todo.

A un mes de la elección más grande de la historia de México, que podría significar la sustitución del paradigma del neoliberalismo por el del nacionalismo en la conducción del país, todo parece indicar que finalmente ya se amarró un acuerdo -tácito- entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, que consistiría en que el Estado se abstendrá de aplicar un fraude directo en el conteo de los votos para la elección presidencial, a cambio de que Morena se abstenga, a su vez, de armar un conflicto poselectoral grave en las elecciones de gobernador, presidencias municipales y congresos a lo largo y ancho del país, donde la operación del fraude ya está en marcha a todo vapor.

Peña está dispuesto a ceder a su reina en este juego de ajedrez político, pero quiere, al menos, conservar sus alfiles, torres y caballos, para estar en condiciones de resistir jugadas posteriores en esta disputa eterna por la nación entre conservadores y liberales, revolucionarios y contrarrevolucionarios, neoliberales y nacionalistas revolucionarios… o como quiera llamárseles.

La concesión del puesto más importante de la nación no puede ser una dádiva gratuita. De cualquier modo, la magnitud del fraude requerido para arrebatárselo, por tercera ocasión, al tabasqueño, supera con mucho las capacidades de un sistema debilitado por la ruptura del amasiato prianista -fraguada por Ricardo Anaya– y ante el ya incontenible hartazgo popular.

Ninguno de los contendientes neoliberales (Anaya y Meade) puede alcanzar a López a estas alturas del proceso y los daños colaterales por la feroz lucha entre el anayismo y el peñismo-calderonismo son insuperables, al menos en el corto plazo, de modo que no se puede pensar en una declinación en ninguno de los dos sentidos, porque ésta terminaría favoreciendo más todavía a la coalición “Juntos Haremos Historia“.

La celebración por el triunfo que esperan con ansia inusitada los vastos sectores poblacionales pobres que han sufrido en carne propia 36 años de neoliberalismo salvaje, alcanzará proporciones épicas y por ello mismo se distraerá la atención respecto del atraco electoral masivo en las otras múltiples posiciones en contienda, principalmente en los congresos federal y estatales, que podrían darle un poder omnímodo al nuevo presidente.

La atención de los guardianes del neoliberalismo se centrará en no ceder plazas importantes por ningún motivo, ni un número suficiente de diputados y senadores que empodere a López Obrador al extremo de ponerlo en posición de enmendar muchos de los “logros constitucionales” del peñismo.

Esto no quiere decir, a mi modesto entender, que ya se arriaron las banderas y se firmó un documento secreto para ceder la plaza principal. No. Lo que se advierte es que ambos bandos -hasta hace poco irreconciliables y virulentamente confrontados- empiezan a tratarse con el respeto que implica un reconocimiento mutuo de que se asumirá el resultado, haiga sido como haiga sido.

Desde luego que el último en enterarse será -como de costumbre- el candidato presidencial más débil en toda la historia del priismo, porque a un mes de las elecciones, sus antepasados ya tenían el control pleno de todos los hilos del poder.

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