martes, diciembre 3

Confunde AMLO neoliberalismo con corrupción. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López

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Abundan pruebas, pero Lozoya sigue libre: Carlos Fernández-Vega (La Jornada)

La indignación nacional crece día con día por lo que parece conformar un fenómeno claro de negligencia criminal del fiscal Gertz Manero. ¿Hay otra forma de definir el abandono total de su delicado encargo, para volcarse en la atención de sus asuntos personalísimos, usando para ello, de manera ilegal y escandalosa, su posición empoderada?

El recrudecimiento de la indignación se debe a dos hechos recientes:

1.- La persecución de miembros de una comunidad científica -para nada inmaculada, en un ambiente de corrupción generalizada del país-, pero la ferocidad de esa persecución contrasta con la actitud blandengue y pusilánime del fiscal, que garantiza la impunidad de casi el 98% a peligrosos criminales, extorsionadores, saqueadores, secuestradores y asesinos.

Y 2.- Las fotografías de Emilio Lozoya disfrutando de una cena de lujo mientras un pueblo depauperado y masacrado espera que los testimonios de este bribón sirvan a la fiscalía que así lo consiente, pero con la mira puesta en encarcelar a los verdaderos capos del crimen organizado, es decir, a los jerarcas que usaron el poder -incluso presidencial- para alinear las actividades de sicarios y narcos, con delincuentes de cuello blanco, bajo la protección de una de las burocracias más corruptas del mundo. ¿Hay otra forma de entender el concepto de “crimen organizado“?

“Cuando Emilio Lozoya fue extraditado (17 de julio de 2020) lo primero que informó la Fiscalía General de la República fue que del avión que lo depositó en México el ex funcionario iría directo al Reclusorio Norte, en donde un juez de control le notificaría oficialmente los cargos que le imputaban (operaciones con recursos de procedencia ilícita, cohecho y ejercicio indebido del servicio público) y, acto seguido, sería enchiquerado”, relata Carlos Fernández-Vega en su columna México S.A., de La Jornada. Y continúa:

“En los hechos el ex director de Petróleos Mexicanos fue hospedado en un hospital de lujo del sur de la Ciudad de México (el viejo truco de problemas de salud, por mucho que la autoridad española certificó que el indiciado estaba sano) y de allí se fue tan campante a su domicilio particular. Es la fecha que no ha pisado cárcel alguna”.

Me detengo en este punto del análisis de la inteligente columna de referencia, porque me parece importante resaltar que la inmensa mayoría de los indignados podrían darse por satisfechos con que a Emilio Lozoya se le retiraran los privilegios del “criterio de oportunidad” que le permite esas libertades, pero a cambio de que hunda a los verdaderos jefes o capos de la mafia del poder (AMLO dixit).

La indignación, pues, no es por la negligencia criminal de Gertz Manero. Ni siquiera el Presidente López Obrador al calificar de legal pero inmoral el escándalo de la cena, tuvo el cuidado de abstenerse, al menos, de andar casi a diario refrendando su confianza en el fiscal, cuando debería ser el primero en exigir su renuncia inmediata si no por corrupto y aparente cómplice de criminales, al menos por negligente.

Dentro de la esfera de influencia del implacable analista internacional Edgardo Buscaglia, Fernández-Vega plantea que “la UIF (de Santiago Nieto) hace su trabajo, mientras la FGR voltea para otro lado” y sugiere con agudeza profesional: “¿Incapacidad o connivencia?”, solo que en el análisis del certero columnista de La Jornada falta un pequeño detalle: jamás critica el permanente espaldarazo del Presidente López Obrador a un fiscal que, a los ojos del mundo entero, está quedando como un florero.

Ese pequeño detalle que pronto podría ser foco de la indignación nacional, constituye el meollo del asunto. López Obrador no desea castigar a los ex presidentes. Lo ha repetido hasta el cansancio. Por la presión social aceptó llevar a consulta el asunto, pero advirtió en innumerables ocasiones que él votaría en contra, arrastrando a muchos de sus fieles seguidores a adoptar esa postura de brindar impunidad a los capos de la mafia del poder. ¿Por qué?
No creo que sea por un “pacto de impunidad” firmado con Peña. ¿Entonces?

En mi modesta opinión, no es que el presidente que promete no mentir, no robar y no traicionar sea un ejemplo de gatopardismo puro, es decir, que plantee un presunto cambio, pero solo para que todo siga igual. No. López Obrador confunde corrupción con neoliberalismo. Piensa sinceramente que conservador es sinónimo de corrupto, y ése es el verdadero problema.

El respeto a la pluralidad política -una parte esencial de la democracia verdadera- se diluye en López Obrador por esa confusión. Al creer a pie juntillas que neoliberalismo es sinónimo de corrupción se deja de respetar a los adversarios políticos y se les da trato de corruptos, pero no se les encarcela porque ello podría ser interpretado como “represión política” y “lo mío, no es la venganza”, repite con sinceridad, el mandatario.

Por eso el Presidente mexicano piensa que “o se está con él o en su contra”. Por eso quiere eliminar las diputaciones plurinominales. En su esquema mental solo caben los partidarios de la libertad y los corruptos. No cree que puedan existir “conservadores” honrados y mucho menos obradoristas corruptos.

Por eso defendió a capa y espada al Toro Salgado Macedonio, usando incluso recursos públicos de La Mañanera. No pueden en su esquema, existir obradoristas violadores. Piensa premiar a Héctor Astudillo a pesar de que el ex fiscal Xavier Olea ha declarado a los cuatro vientos que el gobernador de Guerrero le ordenó darle carpetazo al tema de Salgado, aunque existieran pruebas contundentes de sus violaciones.

Por eso Gertz Manero se hace pendejo con todos los expedientes que le manda la UIF. Existe la consigna, al más alto nivel, de no meter a la cárcel a ningún ex presidente, ni a otros peces gordísimos, como Luis Videgaray. López Obrador está convencido de que la tremenda corrupción que desataron, forma parte de su ideología política y, por tanto, los perdona para no pasar a la historia (que es lo más importante para él) como un represor político.

Desgañitándose a diario en sus soliloquios matutinos es la forma en que don Andrés, un hombre indudablemente bien intencionado, piensa puede concientizar a todos los mexicanos de adoptar “la única ideología válida”, la del amor al prójimo. Cree que puede lograr esta “revolución de las conciencias” en la que basta su ejemplo de austeridad para la transformación nacional.

El día en que este mexicano ejemplar comprenda que lo corrupto es independiente de la ideología que se profese, entonces va a meter a la cárcel a muchos vivales incluso de los que montados en la ola del obradorismo hacen de las suyas en grande, como diría Eruviel Ávila.

Se han ido ya casi tres años y urge que quienes admiramos la gesta ciertamente histórica de don Andrés, le hablemos claro para que supere esa grave deficiencia de conceptos que lo están perfilando poco a poco ante la opinión pública mundial como un ingenuo que predica los abrazos mientras los delincuentes hacen de las suyas.

Si no se actúa con firmeza, y pronto, se estará colaborando inconscientemente con la restauración del régimen corrupto (como ha ocurrido invariablemente en experiencias similares en el Continente), o al menos con la regresión de sistemas ideológicos que centran su atención en el enriquecimiento de minorías, a costa del sufrimiento de la inmensa mayoría. La bolsonarización de México, pues. ¿No cree usted?

Referencia:

La Jornada.- https://www.jornada.com.mx/2021/10/15/opinion/029o1eco

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