La Guarida Nacional. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

Luego de la masacre de León, no queda duda: en el narcoestado mexicano la GN es guarida de delincuentes
El asesinato de bebés suele ser la gota que derrama el vaso de los márgenes de tolerancia social a la mentira oficial que trata de ocultar las relaciones íntimas entre autoridades y delincuentes, ya sean estos de cuello blanco o negro, con los diversos matices de gris que tiñen las hordas asesinas de narcotraficantes y extorsionadores. Hay de todo en la viña del Señor… de los Cielos.
No solo la sociedad, también los propios criminales organizados -excepción hecha de los más despiadados animales- se enardecen cuando otros criminales asesinan niños y peor aún, bebés.
Entonces salen a relucir los relativamente bien guardados secretos sobre el contubernio criminal de autoridades con los delincuentes. La histeria colectiva en la que participan los medios cuando asesinan criaturas, termina por poner al descubierto esas relaciones que definen lo que se conoce como “crimen organizado“, concepto que marca la simbiosis entre criminales y autoridades corruptas. Tal es el caso ahora con la masacre de León y la burda participación de la Guardia Nacional en esa desgracia.
Hay grabaciones de los uniformados entrando a la vivienda y saliendo con el botín de lo que se robaron, y de los criminales entrando a cometer la masacre minutos después. Hay testimonios abrumadores sobre la advertencia que la Guardia les hizo a las víctimas de que los iban a matar, y que tenían que huir de ahí. Les dieron un plazo de 24 horas, que luego se concretó en minutos.
Si el Presidente de México hubiera mostrado aunque fuera un poco de indignación ante estos hechos abrumadoramente comprometedores y, en consecuencia, encabezado él mismo una investigación a fondo para castigar a los responsables, como jefe supremo de las fuerzas armadas de las que depende, por iniciativa suya, la GN, podríamos pensar que se trata de un desafortunadísimo caso de corrupción y que el mandatario cumple su oferta permanente de que su lucha contra ese flagelo es, efectivamente, su mayor reto y compromiso.
Pero como el mandatario trató de culpar a la prensa, insinuando que dieron mucho énfasis a la visita de la Guardia Nacional al escenario del horrendo crimen, pero no a la de los sicarios, y luego se olvidó del asunto esperando que los millones de fanáticos que le rinden culto a su personalidad se olvidaran, también, entonces podemos afirmar sin temor a exageraciones que lo ocurrido en León constituye una norma en el actuar de la Guardia Nacional y no una excepción, lo que nos lleva directito a calificar al presente régimen como un Narcoestado, ya no como un lema de contrapropaganda en elecciones, sino como un deber cívico de cualquier ciudadano de bien.
¿Cómo sabían los elementos de la Guardia Nacional que iban a ir a asesinar a esas personas?
¿Por qué no hicieron nada para protegerlas, aparte de advertirles del peligro mientras se robaban lo que sea que se hayan robado de esa vivienda?
Desde su creación, la Guardia Nacional ha sido perfilada, por instrucciones precisas del Presidente de México y en acato a la estrategia de “abrazos y no balazos” a la delincuencia, con el ridículo argumento de que la violencia no se puede combatir con más violencia, a servir de florero, de elemento meramente ornamental con sus cientos de cuarteles inútiles porque se limitan a observar y actúan solo cuando las poblaciones, agobiadas por los criminales, se deciden por la única opción que les deja el régimen: la autodefensa.
Al igual que la Fiscalía General de la República -a la que la Suprema Corte le tiene que ordenar que investigue el genocidio de la Guerra Sucia– la Guardia Nacional cohabita con la delincuencia organizada mientras es usada por el Ejecutivo para arrear y reprimir migrantes.
López Obrador está tan convencido de sus capacidades mesiánicas que se cree Jesucristo, capaz de convencer a los más despiadados delincuentes de obrar bien, de redimirse con el simple regaño de sus abuelitas, sugerido por él. Piensa que con una bequita mediocre, jóvenes destrozados por las drogas y por ambientes familiares despiadados renunciarán a la oportunidad de ganar mucho dinero ¡matando gente!
Seguramente piensa don Andrés, en su infinita megalomanía, que Jesús debió haber fundado un partido político para arribar al poder y, desde ahí, redimir todos los pecados del mundo. Así de ido está nuestro mandatario y millones de fanáticos que lo adoran como si fuera un Dios.
Si Claudia Sheinbaum no le pone un alto, cuanto antes, a esta locura colectiva, los grupos criminales se apoderarán por completo de lo que queda del país. Al tiempo.