Pobrecito don Andrés, piensa que el pobre soy yo. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura
Ve su nombre grabado en letras de oro como el gran transformador, pero… la historia no perdona
¡Ah qué don Andrés!, aparenta estar muy feliz y satisfecho, pero en el fondo sabe que se traicionó a sí mismo. ¿Cómo puede sentirse orgulloso de haber cooptado a gentuza como los Yunes, a la vieja usanza de sus adversarios, para someter a un Poder Judicial absolutamente corrupto sí, pero no más que el Ejecutivo o el Legislativo y, por cierto, reivindicado a últimas fechas por una dama digna y valiente como doña Norma Piña, a la que usted, pobre hombrecito, se dedica a torpedear cobardemente desde su púlpito en Palacio Nacional?
¿No juraba usted que no eran iguales?
Tuvo la enorme oportunidad histórica de desterrar a las mafias del poder y acabar con la corrupción, pero la echó lastimosamente por la borda. Terminó aliándose con los más grandes capos de la oligarquía y de la delincuencia organizada.
Forjó usted una nueva mafia política más voraz que todas las anteriores juntas, porque está borrando, de un plumazo, los equilibrios que son pilares de nuestra incipiente democracia, para instaurar el Maximato de su dinastía, a través de su hijo Andy. Muy al estilo de la dinastía Del Mazo.
¿No era usted el faro que nos conduciría por el sendero luminoso de la “verdadera democracia”?
Como un párvulo, caprichoso y acomplejado, se dejó engañar por todo el mundo, incluso por usted mismo. Aparentemente bien intencionado, pero en el fondo dominado por una febril megalomanía, sucumbió ante el irresistible influjo de la adulación de sus fanatizados seguidores, ejército conformado por 3 categorías de hombres y mujeres:
1.- Las y los que se las dan de luchadores sociales impolutos y heroicos, que creen andar por el mundo de la mano con la verdad y que justifican cualquier abuso, cualquier pragmatismo desvergonzado –que termina hermanándolos con sus odiados adversarios–, porque se hace “en aras de un bien mayor”. Ningún razonamiento basado en los mismos principios que dicen defender los saca de ese círculo vicioso conceptual que se traduce en la tragedia política que significa la aniquilación de la crítica, y que nos recuerda las purgas del estalinismo (fascismo rojo) y del macartismo y el franquismo (fascismo a secas).
2.- Los que, proviniendo de otras opciones políticas, de cualquier signo ideológico, pero básicamente corruptos, se suman a su causa de manera oportunista, traicionando los principios que toda una vida decían defender, pero con el único fin de figurar en el presupuesto. Usted les ha abierto las puertas a hordas descaradas de pederastas, ladrones, violadores y asesinos, sin ruborizarse siquiera porque está convencido de que su movimiento los purificará, poniendo en evidencia uno de los más evidentes síntomas de su megalomanía.
3.- Conglomerados masivos de mexic-asnos pobres y clases medias bajas, analfabetas funcionales que se dejan seducir fácilmente por sus mentiras y que fueron abandonados y explotados, efectivamente, durante las 7 décadas de dictadura perfecta y 3 de neoliberalismo, a los cuales no les viene mal recibir una pensión limitada de 3 mil pesos al mes, aunque no les resuelva en absoluto sus miserables vidas. Usted mismo ha reconocido que esos son los contingentes más agradecidos y fieles que nunca lo abandonarán.
Trata usted con más respeto a narcotraficantes genocidas como los señores Guzmán Loera y Zambada, que a periodistas que nos hemos partido el alma, incluso más tiempo que usted, por transformar este país.
Nos prometió devolver los soldados a sus cuarteles y terminó transformando el territorio nacional en un gran cuartel militar. Ya condenó a muerte lenta, pero segura, a uno de los pilares de la división de Poderes y está a punto de violar nuevamente la Constitución, usando la guillotina de una mayoría calificada espuria, sobre los hombros de los Yunes, para acabar de militarizar nuestra seguridad pública, cuando los propios soldados se ven obligados a reconocer su incapacidad para pacificar ya no digamos que al país, sino ni siquiera a Culiacán.
“La Paz es fruto de la Justicia”, dice a diario mientras se desplaza sobre multitud de fosas clandestinas, “y se alcanza atacando las causas de la violencia”, insiste con una necedad que raya en la locura, mientras nos deja 200 mil muertos y más de100 mil desaparecidos.
Prometió el mejor sistema de Salud del mundo y nos entrega una porquería igual o peor que la que teníamos. Ofreció respeto a la libertad de expresión y se transformó usted, personalmente, en un violento inquisidor de los medios críticos y un pasivo observador de los crímenes brutales contra periodistas y defensores de Derechos Humanos.
No don Andrés. No tiene usted nada que festejar. No pasará a la historia como lo que usted anhela y su ejército de lambiscones le hace creer. Pasará usted, con todo respeto, como un gran embustero que hizo de la mentira y la demagogia un arte a desarrollar cada mañana. Como el mandatario con el vergonzoso récord de más asesinatos violentos y muchos más por la negligencia criminal a causa de la pandemia. Como el Presidente más racista y clasista de la historia que no pudo siquiera disimular su enorme desdén de acomplejado frente a las clases medias ilustradas a las que odia por su férrea resistencia al influjo de su vulgar demagogia.
Los zapatistas que tuvieron el valor de levantarse contra el salinato no han recibido sino desprecio de su parte. La extraordinaria Lydia Cacho que confrontó a la peor pandilla de pederastas, a los demonios del edén, ha recibido de usted como respuesta a su heroísmo, empoderar nuevamente en Puebla a las huestes del Gober Precioso.
Solo las beneficiarias de su hembrismo corporativo (con Sheinbaum a la cabeza) le agradecen haberse olvidado del auténtico feminismo, relacionado más con la libertad de tomar decisiones sobre su propio cuerpo que en coleccionar puestos burocráticos donde siempre la última palabra es la de usted.
¡Ay don Andrés! ¡Siento tanta pena por usted!