“La mejor Presidenta del mundo”. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

¡Cómo puede proclamarse como un “éxito democrático” el abstencionismo del 87% del padrón?
En una grotesca paradoja democrática, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha proclamado como “éxito histórico” una elección judicial que solo movilizó al 13% del padrón electoral. El dato, confirmado por el Instituto Nacional Electoral (INE), debería haber sido interpretado como una clara señal de rechazo ciudadano. Sin embargo, el oficialismo lo presenta como un gran éxito y muestra de avanzada democrática. Esta contradicción no es menor: la elección directa de jueces, magistrados y ministros, que se celebró ayer, constituye una de las reformas estructurales más profundas del sistema judicial mexicano en décadas, pero fue ejecutada con prisas legislativas, escasa información y sin consenso político ni social, es decir, con los componentes obligados para lograr un objetivo de control por completo ajeno a cualquier intención auténticamente democrática.
Sheinbaum, -proclamada por el reaparecido y avejentado expresidente López como “la mejor presidenta del mundo”– que apenas hace un año arrasó en la elección presidencial, no logró trasladar ese capital político a este inédito ejercicio, plagado de irregularidades: desde boletas con miles de nombres desconocidos, campañas limitadas y financiadas por los propios candidatos, hasta evidencias de inducción masiva al voto entre burócratas afines al gobierno. La participación no solo fue mínima, sino que también estuvo marcada por confusión, abstencionismo intencional, protestas silenciosas o en ruidosas manifestaciones contra lo que muchos consideran una vulgar cooptación del Poder Judicial por parte del Ejecutivo.
Mientras el oficialismo celebraba con bombo el “éxito democrático” de 13 millones de votantes, lo cierto es que 87 millones de ciudadanos no acudieron a las urnas. Y entre quienes sí votaron, abundaron los testimonios de desconocimiento sobre los candidatos, desinformación y rechazo a la mecánica del proceso.
A la elevadísima abstención se suma el vicio de origen del mecanismo mismo: la primera criba de candidatos fue hecha por los Poderes Ejecutivo y Legislativo, ambos controlados por Morena, lo que convierte a esta supuesta “elección libre” en una burda simulación democrática. La ciudadanía no eligió libremente a sus jueces; eligió entre una lista cerrada de aspirantes ya tamizados por el partido gobernante, algunos con antecedentes cuestionables e incluso relacionados con el crimen organizado, como explícitamente lo reconoció el presidente morenista de la Cámara de Diputados.
Sheinbaum intentó disfrazar el fracaso con retórica: si el gobierno realmente quisiera controlar al Poder Judicial, dijo, no habría hecho una elección abierta.
En realidad, la motivación real para el montaje de esta costosísima y monumental puesta en escena es eludir la responsabilidad de imponer al frente de la Suprema Corte a personajes impresentables como Lenia Batres o Yasmín Esquivel, o a jueces de los narcos y de los grupos de poder empresarial. La elección “democrática” le brinda a Sheinbaum la justificación de que fue el pueblo el responsable de esas aberraciones.
En suma, lo que se presentó como una fiesta democrática terminó por exhibir el vaciamiento institucional del Estado de Derecho en México. Con apenas el 13% de participación —y probablemente buena parte de ella inducida—, se impone un nuevo Poder Judicial alineado con el poder político, sin representatividad ni legitimidad suficiente. La elección que debía “democratizar la justicia” ha terminado por secuestrarla en nombre del pueblo.
El siempre muy atinado analista Leonardo Curzio plantea la siguiente conclusión en su columna de hoy en El Universal:
“Un demócrata toma nota de lo que ha dicho la mayoría silenciosa.
Creo que lo sensato, a estas alturas, es retirar la reforma y pactar una reconstrucción del poder judicial con un amplio consenso. El intento de un grupo por apropiarse del Estado, nos lleva a la discordia que sólo exacerba el encono interno y favorece a los intereses externos.
Nunca un triunfo tan amplio en el Congreso había implicado una derrota moral de esas dimensiones en las urnas. La reforma fue desairada”.