Peña reaparece. ¿Fin del pacto de silencio con AMLO? LA VERSIÓN NO OFICIAL Por Jesús López Segura

Se ha dicho que el NAIM era faraónico y plagado de corrupción, pero no se ha probado nada: Peña
Después de casi seis años de mantenerse discretamente ausente, el expresidente Enrique Peña Nieto reaparece frente a las cámaras en el documental “Texcoco, la decisión del presidente”, no solo para defender su elefante blanco, el NAIM, sino para recordarnos que el pacto de impunidad que lo blindó durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador parece haberse resquebrajado.
Durante años, mientras AMLO se refería a Carlos Salinas como “el padre de la desigualdad” y a Vicente Fox como un vulgar cabildero de trasnacionales -sin mencionar la serie de insultos casi cotidianos contra “El Borolas” Calderón-, a Peña siempre lo trató con guantes de seda: “el licenciado Peña Nieto”. No importaban los escándalos de Odebrecht, la Casa Blanca, la estafa maestra o la guerra sucia electoral de 2012. Peña era intocable. Hasta ahora.
En el documental elaborado por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), Peña reaparece para defender, con su habitual tono tecnocrático y evasivo, la limpieza de su joya arquitectónica fallida:
“Se ha dicho que era faraónico, que hubo malversación de recursos, pero a la postre no ha quedado acreditado, ni probado, ni evidenciado, que haya habido un manejo no acorde con las mejores prácticas en términos de transparencia y combate a la corrupción”, declara con serenidad pasmosa, como si millones de mexicanos no hubieran visto el pantano de contratos inflados y adjudicaciones amañadas.
Lo interesante no es que Peña salga en defensa propia —eso es casi un reflejo de supervivencia—, sino que lo haga ahora, cuando AMLO dejó el poder formal y Claudia Sheinbaum hereda un país dividido, con una 4T en redefinición. ¿Es esta aparición parte de un nuevo juego político? ¿Un mensaje de que ya no hay protección garantizada?
La narrativa oficial de la 4T convirtió al NAIM en símbolo de la corrupción neoliberal. López Obrador lo calificó de atraco y lo sustituyó por el Aeropuerto Felipe Ángeles, promovido vía una consulta popular plagada de irregularidades. Sin embargo, nunca se investigó penalmente a Peña Nieto ni a los responsables del proyecto Texcoco, ni siquiera cuando se documentaron pagos por obras que jamás se construyeron.
Ahora, con este documental, se rompe la ficción de que el expresidente vivía fuera del radar público por decisión propia. Su reaparición —cuidada, medida, pero audaz— puede interpretarse como una advertencia: si ya no hay pacto, tampoco habrá silencio.
Y es que, detrás del telón, ese acuerdo tácito entre Peña y López Obrador fue funcional: Peña le entregó la presidencia en charola de plata a cambio de inmunidad. AMLO ganó legitimidad democrática, y el PRI, con el rostro de Meade, jugó a perder con elegancia. A cambio, el “licenciado Peña Nieto” no fue tocado ni con el pétalo de una carpeta de investigación seria.
La pregunta que flota ahora es: ¿a qué le apuesta Peña con esta reaparición? ¿A victimizarse como chivo expiatorio de una decisión polémica? ¿A lanzar una pulla velada a quien lo protegió durante seis años? ¿O simplemente a ensayar un regreso decoroso a la esfera pública en un México donde la justicia sigue siendo selectiva?
Una cosa es clara: la farsa del respeto mutuo se cae a pedazos. Y mientras unos celebran el AIFA como símbolo de la soberanía nacional, otros reviven el cadáver del NAIM con nostalgia tecnocrática. En medio, Peña reaparece, no como estadista, sino como sobreviviente de una guerra de simulaciones.