Dina Boluarte: el fin anunciado de una presidencia sin base. AL GRANO. Por Jesús López Segura

“Fue un golpe de Estado el que destituyó a Castillo; le reiteramos nuestra solidaridad”: Sheinbaum
La presidenta peruana Dina Boluarte cayó del mismo modo en que ascendió: sin respaldo popular y sostenida apenas por los hilos frágiles de una clase política acostumbrada a devorarse a sí misma. El Congreso de Perú, que la había protegido durante casi tres años, terminó destituyéndola por “permanente incapacidad moral”, en medio de una espiral de violencia que desbordó a su gobierno y dejó en evidencia el colapso de la autoridad civil.
El detonante fue simbólico: un ataque armado contra el grupo de cumbia Agua Marina, uno de los más populares del país, que dejó cinco heridos y encendió las alarmas sobre la incontenible ola criminal que carcome a Perú desde hace años. Pero la caída de Boluarte era cuestión de tiempo. Desde su llegada al poder, tras la destitución de Pedro Castillo en diciembre de 2022, su legitimidad estuvo en entredicho. Aquella sucesión, que muchos calificaron como un golpe parlamentario, marcó el inicio de una presidencia sostenida en la represión y el cálculo.
Boluarte prometió renunciar si Castillo era depuesto. No lo hizo. En cambio, gobernó sin partido, sin base social y con el apoyo de las mismas bancadas que ahora la expulsaron del cargo. Entre tanto, más de 50 civiles fueron asesinados en protestas reprimidas con brutalidad, según reportes de Naciones Unidas. Ese fue su verdadero legado: el de una mandataria que pretendió estabilizar el país a balazos.

En una ironía casi previsible, el Congreso que destituyó a Castillo por “incapacidad moral” aplicó la misma fórmula para deshacerse de Boluarte. El círculo vicioso de la política peruana vuelve a cerrarse, confirmando que en Lima los presidentes no terminan sus mandatos: los terminan por ellos.
El nuevo presidente, José Jerí, asume en medio de una crisis estructural que combina descomposición institucional, violencia generalizada y desconfianza ciudadana. En menos de dos décadas, Perú ha tenido seis mandatarios y ninguno ha concluido su periodo.
Desde México, la presidenta Claudia Sheinbaum recordó el origen irregular del mandato de Boluarte y reafirmó su solidaridad con Pedro Castillo, hoy encarcelado. “Nosotros consideramos que un golpe de Estado destituyó al presidente Castillo; le reiteramos nuestra solidaridad siempre”, dijo.
Más allá del matiz ideológico, la postura mexicana subraya un hecho incómodo: Perú se ha vuelto ingobernable. Cada intento de “restaurar el orden” acaba por ahondar la fractura entre Lima y las regiones andinas, donde el resentimiento hacia las élites capitalinas se expresa con una persistencia que ningún cambio de presidente ha logrado sofocar.
En ese contexto, la destitución de Dina Boluarte no es el fin de una crisis, sino apenas un nuevo capítulo de un país atrapado en su propia inestabilidad, donde la moral es solo un pretexto jurídico para justificar lo que en el fondo es una disputa sin tregua por el poder.





