Marchan miles en el Día de la Mujer; cientos de provocadoras son toleradas con una pasividad sospechosa
Un aproximado de 20 mil mujeres marcharon en el Día Internacional de la Mujer en la Ciudad de México, acompañadas por un grupo beligerante de provocadoras, con saldo de 62 policías y 19 civiles lesionados, daños en estaciones del Metro, mobiliario urbano, monumentos e inmuebles, y el decomiso de bombas molotov, tubos, palos y martillos, informó la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) que denunció la presencia de hombres que agredieron a las oficiales.
El Pesidente López Obrador usó de nueva cuenta los desmanes y agresiones de ese grupo mixto de provocación, para intentar en su Mañanera desprestigiar al movimiento feminista en su conjunto, sin identificar que los actos vandálicos provenían de un subconjunto fácilmente identificable, actuando impunemente al más puro estilo del porrismo provocador.
Quizá ese grupo radical o de porras a sueldo, realmente esté financiado por algunos de los adversarios políticos del mandatario, como él argumenta; o quizá se trate de espontáneas radicalizadas, odiadoras irremediables a las que la población en general identifica como “feminazis“. No lo sabemos, pero el Gobierno de la República debería tenerlas perfectamente identificadas y fincarles responsabilidades. Ése es su trabajo.
Ahora bien, por el comportamiento reacio del Presidente a abrirse al diálogo con las feministas auténticas, no hay que descartar que la sospechosa tolerancia de la policía ante las agresiones -incluso a costa de un peligroso riesgo de su integridad física- haya tenido la intención de facilitarle al mandatario presentarse mediáticamente al día siguiente como víctima de una conspiración conservadora.
La obcecación extrema del mandatario en comparar a Félix Salgado Macedonio con Francisco I. Madero es tan insostenible, que raya en la vulgaridad. Decir nuevamente hoy que las acusaciones contra el “Toro sin cerca” constituyen un linchamiento mediático como el que sufrió Madero, “sin bases judiciales” (cuando el fiscal que llevó el caso, Xavier Olea, ha declarado que el gobernador Astudillo le ordenó dar el carpetazo) habla de una obstinación presidencial en hacer su santa voluntad a costa de lo que sea: de la razón, del respeto a las mujeres, de la gobernabilidad de ese estado, de la estabilidad política de su gobierno e, incluso, del eventual triunfo de su partido en una entidad prácticamente amarrada con cualquier candidato o candidata.
Los adversarios empiezan a hablar ya de una tiranía. Y la tozudez presidencial (arropada por la sumisión incomprensible de su partido) no hace sino confirmarlo. Ciro Gómez entrevista en Por la Mañana de Telefórmula -en su tradición de litigar mediáticamente en favor de los corruptos- a Javier Lozano, incorporado a la defensa -no judicial, sino mediática- del gober de Tamaulipas, Cabeza de Vaca. Ciro le pregunta si se trata de una tiranía y corrige, no perdón, ¿una dictadura?
Lozano asiente: No Ciro es una ti-ra-nía la de López Obrador, lo que sirve como botón de muestra de lo que la derecha piensa (y difunde en medios concesionados por el Estado) sobre el Presidente de México.
El tema fundamental y perentorio del feminismo en nuestros días radica en detener cuanto antes los feminicidios. Deberían existir políticas fulminantes del Estado mexicano para poner un alto a la masacre de mujeres, tragedia que no se inició con el neoliberalismo, pero que la exacerbó.
Ahora bien, esta masacre, este femigenocidio que vive nuestro país se efectúa, a su vez, básicamente por dos vías: por los crímenes de odio, en su mayoría perpetrados por gente cercana a la víctima, a menudo su propia pareja, con armas de fuego o por estrangulamiento.
La segunda forma de asesinar masivamente a las mujeres mexicanas es negándoles servicios de salud apropiados cuando ellas deciden -en el ejercicio más elemental de soberanía sobre su propio cuerpo-, abortar.
Ahora bien, ¿por qué la sociedad mexicana -con excepción de dos estados- decide matar (casi siempre por el terrible sufrimiento de una fiebre puerperal) a decenas de miles de mujeres anualmente por obra y gracia de algunos y algunas fanáticas empeñados en la penalización del aborto?
La respuesta no es sencilla pero sí clara y directa. La Iglesia Católica y ahora con mayor ímpetu la Evangélica -de la cual es devoto el presidente “de izquierda” López Obrador– llevan siglos en el primer caso y décadas en el segundo, condenando al infierno a las mujeres que aborten.
La cuatroté despertó la expectativa de la despenalización del aborto en todo el país y hasta ahora se ha hecho de la vista gorda precisamente por el conservadurismo del Presidente en ese controvertido tema. De ahí la indignación feminista, su entendible -no justificada, agresividad- y el reclamo de que se adopten medidas drásticas para detener los feminicidios.
Diputados y senadores -incluso de “izquierda”- se han tragado completita esa trampa criminal misógina de que un cigoto de menos de 12 semanas vale más que la vida de la mujer que lo alberga -a menudo contra su voluntad-.
Otro rubro del feminismo relativamente intrascendente ante la urgencia de detener la masacre de mujeres mexicanas cuanto antes, es el relativo al reparto del pastel burocrático.
Este rubro es menos urgente que el de frenar la matanza de mujeres y se centra en temas importantes como el de “equidad de género”, el “empoderamiento de la mujer” y la ” paridad en postulaciones para puestos de elección popular”. Es ahí donde la burocracia light hace sus mayores esfuerzos, sin importar su origen partidista.
Por ejemplo, López Obrador repite con gran orgullo que su Gabinete guarda una proporción equitativa entre hombres y mujeres, sin importar que la Secretaría de Gobernación, el galardón máximo de su compromiso “feminista” más reluciente, haya tenido que ser reducida hasta su mínima expresión presupuestal y castrada en sus funciones sustantivas, antes de cederla a una dama.
Se trata de un “feminismo aritmético” para tontos, desde el que se piensan perpetrar las atrocidades burocráticas del futuro, imponiendo puestos de elección popular no en función de capacidades, sino del género. Democracia feminista de genitales. En tal y cual distrito toca una vagina, y en tal otro, no el mejor o la mejor candidata, sino un pene.
Alfredo del Mazo, por ejemplo, plantea dar mayor protección judicial a mujeres víctimas de agresión sexual por cuenta de sus parejas, lo cual no suena mal, pero uno desconfía cuando el señor Gobernador mantiene en el puesto de vocero a quien declaró a SinEmbargo que el famoso programa de la Tarjeta Rosa es, en realidad, una marrullera forma de explotar a las mujeres más pobres de la entidad y convertirlas en un ejército de bots humanos, aduladoras del mandatario en redes sociales.
Mientras Del Mazo no desmienta esa acusación -involuntaria de un hombre tan torpe que lo balconeó creyéndose el muy creativo durante esa entrevista- no podrá quitarse el estigma de explotador de las mujeres más pobres con fines de egolatría electorera, y resultará difícil de creer cualquier iniciativa que envíe para “proteger a las mujeres“.
La “equidad de género” debería significar que cuando los bárbaros burócratas decidan encarcelar a una mujer que abortó, también lo hagan con el hombre que la embarazó.
Y la paridad en puestos de elección popular para el “empoderamiento de la mujer” significara que, en casos de igualdad de experiencia y capacidad, se priorizara siempre a la mujer.
Pero ya sabemos que la burocracia, como forma de dominación política hegemónica (en términos weberianos) siempre termina pervirtiendo las mejores intenciones.