La ‘guerra’ del narco en Culiacán cobra vidas infantiles mientras el gobierno minimiza la masacre

“En Sinaloa se vive muy bien”, dijo Rocha Moya mientras recibía su credencial de afiliación a Morena
La violencia en Sinaloa no distingue edades. Desde septiembre pasado, más de 800 personas han sido asesinadas en el estado, y entre ellas al menos 30 niños han caído bajo el fuego del narcotráfico. Un dato escalofriante que, sin embargo, parece no alterar la estrategia oficial.
El secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, admitió la cifra con un tono casi burocrático: “Que también la sociedad de Sinaloa sepa eso”. Como si hiciera falta que la sociedad, aterrada y de luto, necesitara un recordatorio de la tragedia que vive a diario.

Omar García Harfuch no ha podido controlar la violencia en Sinaloa
Este baño de sangre es resultado de la lucha intestina entre los Chapitos y los Mayitos, las facciones del Cártel de Sinaloa que se despedazan desde que Ismael “El Mayo” Zambada fue entregado a las autoridades estadounidenses. ¿El traidor? Nada menos que Joaquín Guzmán López, hijo de “El Chapo”, quien lo subió a un avión con destino a una celda. El ajuste de cuentas no se hizo esperar.
Pero entre sicarios y capos, los que pagan el precio son los niños. El caso más indignante es el de Gael y Alexander, de 9 y 12 años, asesinados junto a su padre en un asalto a su vehículo el 19 de enero. Un crimen que encendió la furia ciudadana y llevó a cientos de personas a exigir la renuncia del gobernador Rubén Rocha Moya, de Morena. Su respuesta fue tan insensible como predecible: “En Sinaloa se puede vivir perfectamente bien”, mientras recibía de manos de Andy, orgulloso y sonriente, su credencial de afiliación a Morena.

Los niños de Sinaloa, víctimas también de la violencia
Mientras tanto, la Guardia Nacional desfila por las escuelas, y el gobierno insiste en que “no ha habido ningún solo incidente violento” dentro de ellas. Como si la carnicería fuera menos alarmante porque ocurre en las calles, en los hogares o en los autos donde padres e hijos mueren acribillados.
García Harfuch promete que el despliegue militar y los operativos debilitarán a los cárteles y reducirán los homicidios. Pero la realidad es brutal: 30 niños han muerto en solo cinco meses, y las ejecuciones continúan. Sinaloa es un campo de batalla, y la infancia, el blanco más indefenso de esta guerra que el gobierno insiste en maquillar con cifras y discursos vacíos.