viernes, julio 26

La pederastia masiva de ministros religiosos y el tema del aborto: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial

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La hipocresía feudal sólo puede derrotarse con la verdad simple y llana

La credibilidad de la Iglesia Católica para opinar sobre temas relacionados con la sexualidad humana se ha hecho añicos en todo el mundo por los ya no tan recientes -y por desgracia cada vez más frecuentes- escándalos de pederastia masiva practicada por muchos, muchísimos de sus más conspicuos representantes.

No es necesario recalcar que la violación sistemática -y protegida por jerarcas católicos y hasta por familiares- de niños inocentes, es uno de los crímenes más abominables y repugnantes en el inmenso catálogo de la infamia. Y ha sido perpetrada por siglos, casi con absoluta impunidad, nada menos que por ministros que predican hipócritamente “el amor de Cristo y la protección de la familia”.

El beneficio de la duda que se concedía a sus especulaciones de corte filosófico-religioso sobre “la defensa de la vida desde la concepción” frente a los argumentos científicos más preocupados por la vida de millones de mujeres que mueren anualmente en todo el mundo por abortos mal practicados, se ha derrumbado. Paulatinamente esas especulaciones sustentadas no en los hechos, sino en la angustia de seres sometidos al tormento permanente de la abstinencia y el celibato, será desplazado por el mucho más confiable y certero conocimiento científico que apunta hacia dimensiones radicalmente diferentes.

El que las posiciones conservadoras en materia política coincidan, casi invariablemente, con las posturas más reaccionarias y retrógradas en el tema de la sexualidad, no es una casualidad. No es accidental ni gratuito. Estudios científicos realizados por discípulos de Freud, el padre del Sicoanálisis, demuestran que reprimir la sexualidad acarrea toda clase de problemas y desórdenes mentales como la neurosis y otras desviaciones graves de la personalidad.

La sexualidad es la fuerza que impulsa la preservación de todas las especies vivas. Su represión en el caso humano es uno de los atentados más brutales contra natura y en infinidad de culturas ha tenido el propósito -no por inconsciente menos enjundioso- de generar masivamente seres angustiados, inseguros de sí mismos y, por lo tanto, susceptibles de someterse a las más diversas formas de dominación política que el hombre ha inventado en su historia -relativamente reciente, si la contextualizamos en el tiempo cósmico-. Unos 10 a 12 mil años.

El patriarcado se asentó en el planeta -como lo han demostrado los estudios conjuntos de Bronislaw Malinowski (el padre del funcionalismo en Antropología) y Wilhelm Reich, el discípulo genial y, por lo mismo, maldito de Sigmund Freud-, hace unos 5 mil años, y dio pie a lo que en el estudio de la historia se presenta como las grandes culturas que se derivaron de las innumerables guerras de conquista que imprime la dominación política brutal del macho, agresivo y violento por naturaleza.

Esgrimir en pleno Siglo XXI argumentos decimonónicos, o peor aún, feudales sobre la incuestionable soberanía de la mujer sobre su propio cuerpo es tan insoportablemente imbécil que sólo puede entenderse desde motivaciones inconscientes profundas de quienes se atreven a defender semejante aberración autoritaria.

Penalizar con cárcel a una mujer porque tomó la decisión desesperada, pero soberana de meterse unas agujas de tejer en el útero, su útero, al percatarse de que estaba embarazada y ante la negativa del Estado de practicarle un aborto con lo mejor de la ciencia y tecnología disponibles, es tan irracional como meter a la cárcel a un hombre que haya intentado suicidarse.

¿Qué, entonces, motiva a los Eruvielitos Ávila y a multitud de panistas reprimidos sexualmente a defender con tanta pasión semejante brutalidad?

Los pilares de la civilización autoritaria están, precisamente, fincados en la represión masiva de la sexualidad. Lo que está en juego es la liberación de la humanidad, castigada durante 5 mil años por la dominación del macho, que somete a las mujeres, mucho mejor capacitadas para gobernar; mucho más sensibles a las necesidades y potencialidades de los niños; mucho más cuidadosas y prudentes para tomar decisiones que afectan a la comunidad.

El hombre moderno esclaviza a la mujer. La humilla. La engaña. La explota en el hogar y en el mercado laboral. La asesina masivamente en entidades como el Estado de México, donde políticos priistas demagogos, incluso acusados de pederastia, se atreven a opinar sobre el asunto del aborto que debería ser tema exclusivo de las mujeres y sus aliados.

Nadie quiere que el aborto se use como método anticonceptivo. Eso se les ha repetido hasta la náusea a los pervertidos machones ansiosos por castigar y quemar en la hoguera a mujeres sanas que no se someten a su dominio. Pero no escuchan. El impulso feminicida de estos enfermos mentales los conduce a hablar de “protección de la vida” mientras observan la muerte espantosa por fiebre puerperal de miles de mujeres que no fueron atendidas a tiempo luego de abortar en las condiciones deplorables que se derivan de la clandestinidad.

La mejor prueba de las intenciones desviadas de estos Serranitos Limón es que se oponen con la misma compulsiva ansiedad tanto al aborto como al uso del condón. Si en realidad les preocupara “la protección de la vida”, como argumentan en su infinita hipocresía, deberían ser los más activos promotores del uso del condón, como la forma más efectiva y segura de prevenir embarazos no deseados y enfermedades letales como el SIDA. Pero se oponen con la misma compulsiva histeria tanto al aborto como al condón, lo que los retrata de cuerpo entero como lo que son: agentes de la represión sexual y de la miseria emocional de miles de millones de mujeres y adolescentes de ambos sexos.

Decía Wilhelm Reich en algunos de sus extraordinarios libros que la plaga emocional, la peste psíquica derivada de la represión sexual masiva, uno de cuyos resultados más trágicos es el fascismo -tanto de la derecha hitleriana, como de la izquierda estalinista-, sólo puede combatirse con la verdad simple y llana.

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